Rusia y EE UU se encuentran en competencia abierta por el control de la Europa del Este. Por lo tanto, como en las tradiciones clásicas de la Guerra Fría, en la actualidad el mundo es testigo de la misma confrontación en el eje Moscú-Washington.
Con la disolución en 1991 de la Unión Soviética, se fragmentó el imperio decimonónico de los zares rusos, incluso se perdió la provincia de la ‘nueva Rusia’ que rodeaba la orilla septentrional del Mar Negro. Ucrania, que se había quedado con Crimea en 1954, pasó a ser un Estado independiente, siguiendo el ejemplo de los países bálticos.
En Ucrania, existen dos tipos de tensiones: una, referente a la cuestión básica del “destino” e identidad del país, situado entre Oriente y Occidente, y la otra, específicamente referido a Crimea y a la flota del Mar Negro. La parte occidental de Ucrania ha sido el núcleo de la idea nacionalista ucraniana durante varios siglos, y se habla mayoritariamente ucraniano, mientras que la parte oriental tiene una numerosa población rusa y se habla mayoritariamente en ruso.
La península de Crimea representa el centro de los intereses estratégicos de Rusia que aseguró su influencia sobre el Cáucaso y el Este de Europa a través de la flota del Mar Negro y la base militar de Sebastopol (Crimea). Se puede afirmar que el momento cumbre, hasta la actualidad, en la evolución geopolítica del siglo XXI de la Europa del Este lo representa la anexión de Crimea por parte de Rusia.
Además de los vínculos étnicos y lingüísticos, Crimea tiene gran interés estratégico para Rusia. En 2008, la presencia militar rusa en Sebastopol llegaba a 10.000 militares, lo que permitía a Rusia mantener su influencia sobre Ucrania y el Cáucaso, pero también sobre el Occidente, ya que Moscú tiene asegurado un fácil acceso en el Mediterráneo.
Si el lector se imagina a la región de la Europa del Este como un gigantesco ‘pastel geoestratégico’, entonces el Mar Negro representa la ‘guinda de este pastel’. Una flota militar situada allí podría llegar rápidamente a las costas de Siria o de Israel. Podría, asimismo, enviar aviones hacia Rusia, Irán o el Oriente Medio. Si se entendió la metáfora anterior, entonces se comprende que en el interior del Mar Negro hay un ‘regalo’ extremadamente tentador y atrayente, que ofrece el control sobre este mar desde Rusia: Crimea.
Si Ucrania, junto a Crimea, se convierten –a medio plazo, tal como había ocurrido en Polonia o Rumania– en bastiones occidentales y anfitriones para la OTAN, entonces a Rusia se le cae todo el esquema de supremacía a nivel de seguridad. Además, el Mar Negro se transformaría, por primera vez, en un mar controlado por Occidente, con Rumania, Bulgaria, Ucrania y Turquía como actores esenciales entre la OTAN y el mundo islámico, y con Rusia en una posición secundaria.
En tal sentido, Rusia actuó, y mediante la anexión de Crimea en 2014, respondió a una potencial crisis de exclusión geoestratégica, que, de producirse, la desposeería de su papel de potencia en la región de la Europa del Este.
La posición de EE UU frente a Ucrania tiene un marcado carácter geopolítico y geoestratégico. Por una parte, la Administración estadounidense considera a Ucrania como un factor de disminución de la influencia de Rusia en la Europa Central y en los Balcanes, y por eso apoya la política de independencia de Ucrania.
Por la otra parte, EE UU considera que Rusia sigue siendo una gran potencia que puede afectar la seguridad de Occidente y por ello es necesario el apoyo de su desarrollo democrático y la continuación de la cooperación con Moscú en la solución de los problemas de la vida internacional.
Desde el punto de vista de su geopolítica interna, Ucrania se caracteriza por una yuxtaposición de tres sectores territoriales:
Esta pluralidad fue empleada tanto por Rusia como por EEUU para atraer a Ucrania hacia su esfera de influencia. La confrontación tácita se hizo notar tras la Revolución Naranja de 2004 (producida las tras las acusaciones de amaño electoral en favor del candidato Yanukóvich) y la ampliación de la UE y de la OTAN hacia el Este, y se agudizó tras los acontecimientos de los últimos años.
El conflicto de Ucrania de 2014-2015 tiene sus orígenes en la Cumbre del Partenariado del Este de Vilna (Lituania) del mes de noviembre de 2013. Como resultado del rechazo de la firma del Acuerdo de Asociación, el Euromaidán (entendido como el conjunto de las manifestaciones de carácter europeísta que tuvieron lugar en Ucrania para derrocar al presidente Yanukóvich) consiguió llevar al poder a un nuevo Gobierno, Parlamento y un nuevo Presidente: Petro Poroshenko.
Al mismo tiempo, en Crimea se desencadenaron acciones de protesta en masa que condenaban las acciones de Kiev y sus resultados. De este modo, en marzo de 2014, el Consejo Supremo de la República Popular de Crimea votó la Declaración de Independencia de la República Crimea, que, posteriormente, fue anexionada por Rusia.
¿Cómo se podría interpretar la rivalidad entre EE UU y Rusia en cuanto a Ucrania? La pérdida de control sobre algunos países del Este de Europa significa tanto para EE UU, como para Rusia, la falta de una zona tampón entre las políticas liberales occidentales y las políticas euroasiáticas. A lo largo del último siglo, el problema geopolítico de la expansión rusa en el Este de Europa dominó el pensamiento estadounidense.
Por una parte, las administraciones de la Casa Blanca, al intentar ser conciliadores con Rusia, fracasaron. Por otra, Rusia considera la vecindad próxima como esfera de intereses exclusiva, siendo un elemento de continuidad en la política de Moscú de los últimos dos siglos. La inclusión de Ucrania en esta esfera de intereses representa un pilar fundamental del mantenimiento de la capacidad de influencia de Rusia en la Europa Central y en los Balcanes.
Desde una perspectiva militar, Rusia podría, probablemente, vencer las fuerzas ucranianas, pero sería un esfuerzo sumamente difícil, mientras que la ocupación del territorio ucraniano sería otra acción arriesgada. Aunque EE UU y sus aliados no intervengan, no está claro que Rusia pueda repetir el éxito de su intervención militar en Georgia (2008), ya que Ucrania es un país de territorio mucho más extenso. Cualquier agresión rusa, podría unir a sus adversarios. Rusia, por lo tanto, actúa con cautela, modernizando sus fuerzas militares y, a la vez, creando divisiones en el mundo occidental.
Tras la Cumbre de Helsinki de julio de 2018, Rusia advirtió a la OTAN sobre sus relaciones con Georgia y Ucrania, señalando que tendrían consecuencias, puesto que los dos países no podrán formar parte de las estructuras de la Alianza. A su vez, EE UU junto a la UE exigieron a Rusia a que retirara sus tropas de Moldavia, Ucrania y Georgia y condenaron la anexión, según ellos, “ilegal e ilegítima” de Crimea.
Las fuerzas de la OTAN realizaron y siguen llevando a cabo ejercicios militares comunes, terrestres y marítimos, junto con el ejército ucraniano y georgiano, y también en territorios aledaños, como en la frontera con Rumania y en las bases militares de la OTAN existentes en ese país. Desde el otoño de 2018, Ucrania anunció la puesta en marcha de un reactor nuclear exclusivo con combustible americano, sustituyendo de este modo, al reactor ruso.
Rusia y EE UU se encuentran, pues, en competencia abierta por el control de la Europa del Este. Por lo tanto, como en las tradiciones clásicas, en la actualidad el mundo es testigo de la misma confrontación en el eje Moscú-Washington, en la que Moscú quiere respeto como jugador importante, en ascenso en el escenario internacional, y Washington persiste en mantener su hegemonía en el mundo. Teniendo cada cual su apoyo internacional, como resultado, la lucha por el poder en el espacio de la Europa del Este repite el conocido escenario de la Guerra Fría.
Silvia Marcu es geógrafa del Instituto de Economía, Geografía y Demografía del CSIC.