Si la necesidad de comunicar la Ciencia a la sociedad de forma cotidiana empieza a ser una obviedad, la estrategia, los agentes y las vías para lograrlo distan mucho de ser triviales. Los jardines botánicos (JJBB), auténticos museos vivos de Historia Natural, pueden ser agentes eficaces de transmisión de conocimiento científico. Pero, ¿qué experiencias de gestión pueden aportar para mejorar la cultura científica de nuestra sociedad?
Un jardín botánico es una institución compleja. Para ser considerado como tal, debe integrar, además de la investigación, otras facetas como la educación y la conservación, combinadas en proporciones variadas. Esta diversidad de facetas, que en parte se debe a la larga historia como instituciones científicas cuyo origen se remonta hasta el Renacimiento, permite el acceso al público a través de una variedad de mensajes, aproximaciones o reclamos. Además, permite que se puedan ofrecer distintos niveles de disfrute, desde el experimentado por visitantes que buscan más bien la dimensión paisajística del jardín, hasta aquellos que se sienten atraídos por la dimensión botánica. Estos últimos buscan formas, colores y estructuras en las plantas que integran el jardín desde una perspectiva científica o estética. Sin embargo, no todos los entes financiadores necesariamente entienden o aprecian la coherencia última que encierra esa multiplicidad.
Los retos en la gestión de un jardín botánico pueden ser muy variados, pero hay dos que son la clave: la interacción con el exterior y el funcionamiento interno del propio jardín botánico.
El primer reto consiste en ajustar lo más posible la oferta educativa del jardín botánico a la demanda de conocimiento por parte de la sociedad. Y la oferta educativa incluye, por un lado los conocimientos que ya son parte del acervo aceptado (o no refutado) de la comunidad científica, y por otro aquellos específicamente generados por la investigación desarrollada en el propio jardín.
Los temas educativos que se ofrecen en los JJBB están relacionados con el mundo vegetal o el medio ambiente en general. Como son tan amplios, se deben identificar aquellas facetas que más interesan a los visitantes potenciales. Éstas pueden ser tan básicas como reconocer una especie, muy especialmente una especie de árbol. Conocer y distinguir una especie de otras, por ejemplo, un pinsapo es algo parecido a descubrir por qué se forma el arco iris; nos da la idea –tal vez no tan errada— de conocer un poco más el mundo en el que vivimos. Además, nos abre una ventana a un mundo potencialmente comprensible que antes se veía a través de un cristal, como mucho traslúcido. A partir de ahí intentamos reconocer esa especie recién descubierta en otros lugares y distinguirla de otras tantas.
Pero, ya que en los JJBB se lleva a cabo investigación, también debe plantearse la posibilidad de ofertar acceso a ventanas de conocimientos más complejos o especializados, derivados de la investigación propia. Ésta es una ventana más difícil de abrir. Sin embargo, dar a conocer que existe a aquellos con curiosidad suficiente para acceder a ella tiene un aliciente especial para quien investiga, puesto que se refiere a una esfera de conocimiento mucho más próxima a sus propios intereses. La adecuación de las demandas de conocimiento a la oferta del jardín merece la pena hacerse, más que a través de encuestas, a través de programas didácticos, talleres, semanas y ferias de la ciencia en donde se interacciona con personas que han demostrado su interés y pueden ayudar a refinar las ofertas.
El otro reto clave sería integrar las facetas que componen un jardín botánico, en particular la investigación, la educación y la comunicación, a través de los recursos humanos y materiales para lograr la máxima calidad en la transmisión de conocimiento. La parte más crítica de esta integración es involucrar más a los investigadores en tareas de educación y divulgación. Ello era extremadamente raro hasta hace poco tiempo, bien sea por la incapacidad legendaria de los científicos para explicar lo que hacemos a personas que tienen unas bases de conocimiento e intereses distintos a los nuestros, bien porque las entidades financiadoras no nos exigían un componente o plus de divulgación en los proyectos de investigación.
La situación está cambiando y, al margen de que existen convocatorias específicas para desarrollar proyectos de divulgación o comunicación científica, ya se nos obliga a dedicar una parte del presupuesto y el tiempo de un proyecto a labores de difusión y divulgación. Además, se crean gabinetes de comunicación en los centros de investigación y se diseñan programas específicos para educación. Ello no significa que un porcentaje alto de científicos no sean aún reacios a dedicar tiempo a la divulgación pero al menos no les suena raro cuando se les demanda colaboración desde dentro de los JJ.BB.
La forma más eficaz de lograr su colaboración es que ésta se traduzca en visibilidad. Visibilidad como reconocimiento desde la propia institución (valoración del tiempo dedicado a la divulgación), y también desde la comunidad investigadora (incentivos para divulgar de igual forma que existen incentivos para la publicación en medios especializados). De esta manera, es posible que se derribe el mito de que el tiempo dedicado a la comunicación más horizontal de la ciencia, y a sus técnicas de investigación, es “tiempo perdido”.
Estos retos, que pueden aplicarse igualmente a los museos de Historia Natural y que no son fáciles ni son los únicos que se afrontan, son la clave para solucionar otros problemas en la gestión de estas instituciones vivas y permanentemente reinventadas.
Gonzalo Nieto Feliner (Madrid, 1958) es biólogo, director del Real Jardín Botánico, profesor de investigación del CSIC y presidente de la International Organization of Plant Biosystematists. Ha publicado más de un centenar de trabajos científicos sobre sistemática y evolución de plantas, particularmente sobre filogenia y filogeografía de linajes mediterráneos.