Hay un lugar en Holanda donde el que no diseña satélites, planea misiones a Marte. Se llama ESTEC y es el centro de investigación y tecnología de la Agencia Espacial Europea (ESA). SINC ha recorrido sus instalaciones de la mano de cinco españoles que llevan entre 22 y 25 años trabajando para la agencia. A todos les brillan los ojos al hablar de sus proyectos.
Situado en Noordwijk, a unos 30 kilómetros al sur de Amsterdam, el Centro Europeo de Investigación y Tecnología Espacial (ESTEC) es la sede más grande de la ESA. Sus guardias de seguridad recorren en bicicleta la superficie del recinto, con más de una decena de edificios, aparcamientos, bares, piscinas, canchas deportivas y tiendas. Es una auténtica miniciudad por la que pasan al día unas 3.000 personas entre los miembros de la plantilla –aproximadamente la mitad de los ‘transeúntes’–, los contratistas, el personal temporal y las visitas.
Entre el lago y los jardines, las construcciones de ESTEC lucen esa estética de los años ‘70, cuando los arquitectos todavía no pensaban en cómo envejecerían sus obras. Pero lo más espectacular está dentro. Por todas partes hay réplicas en miniatura de cohetes, paneles solares, objetos que decoraron las paredes de la Estación Espacial Internacional, pequeños cilindros que alojan motores… piezas, de aquí y allá, que un día volaron en órbitas a miles de kilómetros, cuyo valor histórico uno no siempre conoce pero por el que no puede dejar de sentirse abrumado.
Ionosfera, propulsión eléctrica, órbita geoestacionaria o micronewtons forman parte de las conversaciones de la cafetería. Decididamente, es otro mundo, y en él también se oye hablar castellano. Hay unos 160 españoles en la plantilla de la ESA –compuesta por unos 2.500 miembros– y otros tantos trabajan en la agencia con contratos temporales. De todos ellos, la mitad de están en ESTEC.
Zumbados del espacio
José González del Amo
“Yo estoy loco por el espacio. Soy un zumbado de esto, lo hago porque me encanta, era de los que de chiquitito veía Star Trek”, afirma a SINC José González del Amo, Jefe del Departamento de Propulsión Eléctrica. Su conversación combina locas ideas futuristas con grandes dosis de sentido común. Al fin y al cabo, se encarga de hacer que los proyectos se conviertan en realidad. “Para mí tener este trabajo es como ser futbolista y jugar en el Barça, que es ahora mismo el mejor equipo del mundo, aunque yo soy del Madrid”, afirma.
No es el único que se pronuncia en términos parecidos. “Yo estoy dando gracias cada segundo que paso aquí”, afirma categórico a SINC Manuel Martín Neira, ingeniero de telecomunicaciones y vivo retrato del entusiasmo. “El día a día es interesantísimo, estás en la brecha de la ciencia y la tecnología más avanzada”, añade.
Manuel Martín Neira, ingeniero en la ESA.
Martín Neira es uno de los investigadores más punteros de la ESA. Recibió el año pasado el premio Jaime I de Nuevas Tecnologías por el proyecto en el que está trabajando, un satélite que detectaría los tsunamis tan pronto como empezaran a producirse. “Para rastrear el océano se necesitan muchos satélites y a mí se me ocurrió que podríamos utilizar uno solo, en una órbita más baja, que recoja y procese señales de otros GPS que ya están operativos”, explica. Así se combinarían de 8 a 20 señales que permitirían medir la altura de la superficie del mar “con una precisión de 5 centímetros, lo necesario para detectar un tsunami en el océano”, explica.
El orgullo también se cuela en el discurso de Gónzalez del Amo cuando habla del satélite GOCE, del que estuvo a cargo: “Los tres satélites en los que he trabajado son como mis hijos, pero este ha sido una gran responsabilidad, sufrí mucho para lo bueno y lo malo”. GOCE es el encargado de medir la gravedad terrestre, con grandes implicaciones para el estudio del cambio climático, y ostenta un récord: es el que vuela más bajo, a tan solo 230 kilómetros de la Tierra, frente a los 30.000 en los que se sitúa un satélite de telecomunicaciones.
Uno de los grandes sueños de Gónzalez del Amo, como el de muchos de los que trabajan en la ESA, es llegar a Marte. Su compañero Agustín Chicarro es director de proyectos de Marte y una de las personas en la faz de la Tierra que más sabe sobre la geología del vecino planeta rojo. “Su diámetro es de unos 3.000 kilómetros, mientras que el de la Tierra tiene 12.000 km. Eso se traduce en un volumen entre un tercio y una cuarta parte del terrestre, pero a pesar de eso encontramos volcanes gigantes, de 25 a 30 kilómetros –tres veces la altura del Everest–”, explica.
Agustín Chicarro, experto en Marte.
Las grandes incógnitas de Marte podrían despejarse con las dos misiones que están en preparación: ExoMars, que mandará dos Rovers a explorar la superficie marciana en 2016 y 2018, y una misión posterior en la que trabaja Chicarro para conocer mejor el interior del planeta rojo. Para él hay tres grandes cuestiones: despejar si hubo o no vida allí, conocer su estructura interna y descubrir qué hizo que un planeta con condiciones iniciales muy parecidas a la Tierra diese un giro en dirección contraria, hace 4.500 millones de años, que lo convirtió en un lugar inhóspito. A pesar de ello, Chicarro cree que lo pisaremos. “No podemos soñar con ir a Venus, Júpiter ni otro lugar del sistema solar. Solo es posible volver a la Luna, llegar a Marte o viajar a asteroides”, concluye.
Un café con gravedad
En otra misión, la LISA Pathfinder, el español Cesar García Marrirodriga se ocupa de detectar ondas gravitacionales. “Son ondulaciones del espacio-tiempo producidas por un cuerpo masivo acelerado”, explica. ¿Y eso qué es? “En este café que estoy tomando, son las electromagnéticas las que mandan, pero en el universo, lo que determina la distribución de masas es la gravedad. Las ondas gravitacionales son el resultado y la causa de la gravedad y tienen la ventaja de que interaccionan muy poco con la materia y permiten ver atrás en el tiempo”, aclara.
Estas oscilaciones del espacio-tiempo producidas por sucesos astrofísicos violentos presentan un problema: su existencia todavía no se ha detectado. “Lo que estamos buscando es una estrella que esté dando una vuelta alrededor de un agujero negro cada 20 minutos. Imagina las fuerzas tan inmensas que tiene que haber ahí. Estos fenómenos que generan ondas gravitacionales detectables corresponden a los últimos tres meses de una estrella que va a ser engullida”, afirma García Marrirodriga.
Este ingeniero aeronáutico apasionado de la cosmología reconoce la importancia de saber trabajar en un grupo heterogéneo. “A mí me gusta ver por aquí todas esas banderitas ondeantes de distintos países y estoy muy contento porque en mi equipo estamos un galés, un sueco, un holandés, un norteamericano, un alemán y yo. Entre nosotros hay introvertidos, extrovertidos, planificadores y los que lo dejan todo para el último minuto. Creo que de la diversidad puede salir la riqueza, pero es verdad que hay que saber gestionarla”, asegura.
Gestionar la multiculturalidad
Juan Dalmau.
La ESA está integrada por 18 países miembros que tienen voz y voto en las decisiones de su programa de trabajo. Se aplica una política en la que se ha de pagar una cuota fija en función del producto interior bruto de cada país, y una cantidad opcional que cada uno invierte en los programas que más le interesan. Después, el que más dinero pone en un programa se asegurará que la inversión vuelva a él en forma de contratos con la industria más importante de su país.
La plantilla de la agencia refleja la mezcla cultural que caracteriza a Europa. “Aprendes a sacar lo mejor del carácter de cada nacionalidad. Abordas un problema con enfoques creativos o sistemáticos, dependiendo de lo que necesites en cada momento; tienes todos los espectros del abanico y más”, corrobora Martín Neira. “Pero para mí, la fortaleza de la agencia está asentada en la competencia técnica de todos los que trabajamos en ella”, añade.
Algo en lo que coincide Juan Dalmau, ingeniero industrial y jefe de comunicación de ESTEC. “El punto más fuerte de la ESA es su excelencia técnica y la especialización en gestión de proyectos complejos. Diseñar un robot que aún no existe y garantizar que funcionará durante 15 años a miles de kilómetros, sin un solo fallo, exige conocimiento y capacidad de gestión de riesgos. Nuestras misiones funcionan siempre, tenemos la mejor tasa de fiabilidad del mundo ”, explica.
Y aprovecha para hacer su trabajo recordando una cifra: “Hay 30.000 personas que trabajan directamente en la industria y servicios espaciales y un 60% de ellos son graduados superiores. El efecto multiplicador de la inversión pública se multiplica por 30 en comunicaciones”, explica.
Las comparaciones con el gigante estadounidense son inevitables. “Si la ESA tuviese un presupuesto diez veces mayor, podría compararse con la NASA, pero somos pocos trabajando en muchas cosas”, replica Chicarro, el sabio del planeta rojo. Y aún así, declara: “Para mí es un orgullo trabajar aquí. La agencia me parece una institución magnífica que está cumpliendo una misión de primera línea para toda Europa”.
No sólo de ciencia vive el hombre.
Esta afirmación también tiene aplicación en la ciudad de la ciencia de la ESA, donde todos los viernes los trabajadores aficionados al rock demuestran sus habilidades artísticas frente a sus compañeros, que aprovechan para relajarse en el bar.
La banda no tiene miembros fijos, sino que está abierta a todo aquel que quiera animarse a cambiar la exploración espacial por el mástil de la guitarra, aunque solo sea unas horas.
Incluso los niños, hijos de los ingenieros y científicos de la Agencia, tienen su propio show en la ciudad del espacio.