En biología es bien conocida la amistad que une a acacias y hormigas: se suele utilizar como ejemplo de mutualismo, esto es, una relación que beneficia a ambas especies. Las plantas proporcionan alimento y cobijo a las hormigas en sus espinas, vaciadas por dentro, y éstas a cambio le protegen de visitas no deseadas, atacando con ferocidad a cualquier intruso que se acerque a la planta.
Susan Whitehead, de la Universidad de Colorado, descubrió con asombro una excepción a esta regla: un insecto de la familia Coreidae campaba a sus anchas por las ramas de las acacias sin ser atacado por las hormigas. Intrigados por este fenómeno, ella y su equipo decidieron investigar qué hacía el insecto para resultar prácticamente invisible a las hormigas. Tras probar varias hipótesis, la solución vino cuando lavaron al insecto con un disolvente químico, ya que en cuanto volvió a la planta, las hormigas corrieron a atacarle. La clave, según Whitehead, reside en los químicos del exoesqueleto del insecto. “Los insectos imitan los hidrocarbonos que producen las hormigas, para que no les reconozcan como un elemento extraño”, señala Whitehead. Sus conclusiones se presentan en el Encuentro Anual de la Sociedad Ecologista de América, que se celebra del 3 al 7 de agosto en Albuquerque (Nuevo México, EE UU).