Aunque hoy en día nos pueda parecer una idea un poco disparatada, en 1962 se puso en marcha una planta nuclear en plena Antártida. El objetivo era proveer de energía a las bases antárticas de investigación, una cuestión problemática, puesto que embarcar millones de litros de combustible hacia la Antártida era caro y difícil. En plena era nuclear, y con el programa Átomos por la Paz del presidente Eisenhower, un reactor nuclear en la estación McMurdo parecía una solución eficiente y adecuada.
Sin embargo, los problemas comenzaron desde el principio. La planta sufría constantes fallos, el combustible que empleaba era muy radioactivo y el manejo de residuos era muy complejo. La gota que colmó el vaso ocurrió en 1972, cuando se descubrió una fuga en la nave de presión del reactor y varias grietas. La planta se cerró y las bases volvieron a funcionar con diésel.