Es doctor en Física, profesor, divulgador y, en la actualidad, Jefe del Servicio de Geomagnetismo del Real Observatorio de la Armada. En total, ha pasado dos años de su vida en el Ártico y la Antártida, a bordo del buque de investigación oceanográfica Hespérides. Manuel Catalán Morollón (San Fernando, Cádiz, 1962) nos relata su experiencia como científico y militar en las regiones con el clima más extremo del planeta.
¿A qué se dedica un geofísico?
La geofísica estudia el comportamiento de nuestro planeta desde diferentes puntos de vista y nos ayuda a entender qué condiciones deberían darse en otros para poder albergar vida. Sirve para explicar procesos físicos como el campo magnético de la Tierra, esencial para la supervivencia de las diferentes formas de vida; o conocer en detalle su campo gravitatorio, que es fundamental para predecir las órbitas de los satélites artificiales y conseguir que sus productos sean precisos. El desarrollo de la sismología sirve para comprender por qué y cómo se producen los terremotos, y quizás en un futuro ser capaces de predecir con cierta precisión el cuándo. Mi labor investigadora ha ido encaminada al estudio de cuerpos anómalos situados bajo el subsuelo o corteza, y en particular bajo el fondo oceánico.
¿Cómo ha sido su experiencia personal a bordo del Hespérides?
Mi contacto con este buque ha sido la que cualquier investigador o responsable científico ha podido tener cuando ha embarcado en él, quizás con la salvedad de que al ser, además de científico, Oficial de la Armada, uno observa a su alrededor todo lo que le rodea con unos ojos diferentes. Los casi dos años que de forma discontinua he pasado en este buque han aderezado mi vida profesional con anécdotas, y me han permitido aprender cosas de otros investigadores.
¿Cómo es el día a día de una persona que trabaja en las expediciones del Ártico y el Antártico, desde los puntos de vista humano y científico?
Obviamente estás en una plataforma inestable como consecuencia del estado de la mar. Sin embargo, es clave tratar de que esto no perturbe una rutina estricta, y que tu día sea lo más parecido al que llevarías cuando no estás de expedición. Compatibilizar las guardias en el laboratorio, el tratamiento de los datos adquiridos, contrastar tus resultados con los de otros colegas embarcados, intercambiando impresiones; sacar un rato para hacer deporte con independencia de que estés cansado porque has estado de guardia cuatro horas por la noche; las comidas y algo de sobremesa para convivir con tus compañeros. Todo esto es fundamental.
¿Se establecen relaciones personales estrechas?
Sí, en ese tipo de situaciones, en las que voluntariamente renuncias a comodidades, no puedes limitarte a tu trabajo sin más: debes tratar de cultivar las relaciones personales. Eso facilita el trabajo de campo en periodos extensos, como es el de una campaña geofísica, donde se da con frecuencia el “hoy por ti, mañana por mí”.
¿Qué supone vivir en un clima tan extremo?
Para el navegante es una experiencia única. Compruebas que la meteorología que estudiaste cuando eras guardiamarina en la Escuela Naval Militar es útil. A lo largo de un día pueden pasar por encima de tu cabeza las cuatro estaciones del año. Es posible pasar de una mañana paradisíaca a una situación meteorológica muy preocupante, con vientos muy intensos de más de 100 km/h, y unas condiciones de visibilidad muy reducidas. Ello lleva a estar en una situación de zafarrancho de combate frente a la meteorología, extremando la prudencia y no bajando nunca la guardia.
¿Y como investigador?
Como investigador, la perspectiva es similar cuando estás trabajando en tierra. Sabes que en un determinado momento las condiciones de visibilidad, de viento o de mar pueden dificultarte el retorno a la base, y por tanto debes tomar precauciones asegurando tus pasos y las comunicaciones con el campamento base, o con el buque, si de él dependes. En resumen, no dejar cabos sueltos. Hay que tener, como profesional, preplaneadas las diferentes contingencias que se pueden presentar en el trabajo de campo, con el añadido de que el entorno es además muy dinámico y cambiante.
¿Qué descubrimiento científico ha sido clave en la navegación?
Resaltaría el avance que han experimentado las posiciones geodésicas. A finales de los años 80 del pasado siglo en la zona de la Antártida, el buque oceanográfico Las Palmas realizaba no solo el aprovisionamiento a los equipos desplegados en tierra, sino también estudios científicos en la mar. Cuando te situabas en su puente de gobierno, debías hacerlo utilizando distancias a diferentes puntos de costa, y percibías que unas islas no estaban bien situadas respecto a otras. Las diferencias en estas zonas polares podían llegar a ser de centenares de metros o incluso kilométricas. Sin embargo, el despliegue de la constelación de satélites GPS primero, los GLONASS más tarde y ya el embrión de la futura constelación Galileo, nos han permitido ser capaces de detectar movimientos de basculación dentro de las mismas islas, o de separación entre ellas, que están en el orden de los varios milímetros o de muy pocos centímetros al año. Esto nos ayuda a apreciar el tremendo avance alcanzado en este campo.
¿Cómo pueden contribuir las expediciones de la Armada en la lucha contra el cambio climático?
A mi modo de ver esta responsabilidad recae sobre los científicos, que deben difundir sus resultados de forma que la comunidad internacional pueda concienciarse de cuál es la situación real, sin margen a la exageración. No debemos olvidar que si el clima evolucionara, la naturaleza también lo haría, buscando una nueva situación de equilibrio, pero con la particularidad de que no necesariamente el ser humano será compatible con ella.