Descubierto en 2001, el fósil de un pequeño reptil parecido a un lagarto no había podido ser analizado hasta que estalló la pandemia de covid-19. Durante el confinamiento, un equipo de paleontólogos descubrió que el cráneo del animal, de hace 231 millones de años de antigüedad, arroja luz sobre la historia evolutiva del grupo más diverso de vertebrados terrestres actualmente vivos.
El 15 de septiembre de 2001, mientras el mundo aún se sacudía después del atentado contra las Torres Gemelas en Nueva York, el paleontólogo Ricardo Martínez salió al campo. Lo hizo movido por la misma curiosidad con la que comienza cada campaña, cada vez que emprende camino hacia el Parque Provincial Ischigualasto en la provincia argentina de San Juan.
En este valle surrealista con formaciones geológicas que se asemejan a los paisajes de la Luna, se han encontrado los fósiles de algunos de los dinosaurios más antiguos hasta ahora hallados en todo el mundo.
En 1991, por ejemplo, Martínez y su equipo descubrieron los restos de Eoraptor lunensis, un depredador de no más de 1,20 metros de largo considerado el “padre evolutivo” de los saurópodos, aquellos dinosaurios herbívoros gigantes de cuatro patas y cuello largo. Le siguieron otras grandes sorpresas como los restos de especies a las que bautizarían Sanjuansaurus, Panphagia y Eodromaeus, entre otros.
En aquella ocasión, la campaña paleontológica en la “cuna de los dinosaurios” comenzó sin mucho éxito. Hasta que el 10 de octubre, mientras exploraba con paciencia el terreno, el paleontólogo advirtió algo.
“Una piedra me llamó mucho la atención”, recuerda el jefe de Paleontología de la Universidad Nacional de San Juan. “Me agaché y entonces me di cuenta de que era un pequeño cráneo. De inmediato, llamé a los voluntarios. Curiosamente, uno de ellos ya estaba inmortalizando ese momento. Debe ser la única vez en la historia de la paleontología que es captado el momento justo del hallazgo de un fósil importante. Por lo general, las fotos se recrean a posteriori”.
Pese a la excitación del descubrimiento, aquel pequeño cráneo fusionado con la roca volvió a retirarse del mundo una vez concluida la campaña. Se lo trasladó al Museo de Ciencias Naturales de la Universidad Nacional de San Juan, fue etiquetado como “PVSJ 698” y permaneció guardado otros diez años más.
“El estudio de otros especímenes que eran más importantes para la línea de investigación que seguía yo en ese momento postergó su análisis”, explica a SINC Martínez. “Por otro lado, como muchas veces pasa, no te das cuenta de la verdadera importancia del espécimen hasta que comienzas a estudiarlo. Por entonces, no fue una prioridad”, continúa.
En 2013, el paleontólogo decidió, por fin, empezar a explorar qué había rescatado del campo. “Viajamos a EE UU le realizamos una tomografía computarizada o CT-Scan en la Universidad de Texas en Austin para poder conocer los detalles internos del cráneo. Pero al volver con mi equipo comenzamos a realizar grandes descubrimientos en el nuevo yacimiento de Balde de Leyes, al sudeste de la provincia de San Juan, lo que desplazó nuevamente el foco de mi investigación”, lamenta el científico.
El fósil hallado en 2001 tuvo otra vez que esperar hasta que se desató la pandemia de covid-19 a comienzos de 2020. Obligado por el confinamiento obligatorio que se decretó por entonces en Argentina, Martínez montó un minilaboratorio en su casa. Y el pequeño cráneo volvió a ser el centro de atención. “El fósil fue limpiado en etapas, porque la preparación era muy complicada”, detalla.
Con la colaboración a distancia de los paleontólogos Sebastián Apesteguía (de la Fundación Azara, en Buenos Aires) y los brasileños Gabriela Sobral (Museo de Historia Natural de Stuttgart) y Tiago R. Simões (Museo de Zoología de Harvard), Martínez finalmente se dio cuenta de lo que había encontrado.
En un estudio publicado hoy en la revista Nature, el equipo revela que se trata del cráneo completo y en buen estado de preservación de un reptil parecido a un lagarto de alrededor de 231 millones de años que arroja luz sobre los orígenes de las actuales serpientes, lagartijas y tuátaras.
Lo llamaron Taytalura, de las palabras “tayta” o “padre” en idioma quechua y “lura”, lagarto en idioma Kakán, hablado por los diaguitas, del noroeste argentino. Es decir, el “padre de los lagartos”.
Momento del hallazgo del cráneo del reptil. / Ricardo Martínez et al
Con más de 11.000 especies distintas, los lagartos, serpientes y tuátaras –aquellos reptiles longevos y con visión nocturna que habitan en Nueva Zelanda– comprenden uno de los órdenes más grandes de vertebrados terrestres del planeta en la actualidad.
Se han adaptado a una gran diversidad de hábitats y varían en tamaño desde pitones de ocho metros de largo hasta camaleones más pequeños que la goma de borrar de un lápiz.
“El número de especies de este orden de reptiles, es decir, los lepidosaurios, es casi tan alto como el de las aves y mucho mayor que el de los mamíferos”, señala la paleontóloga Gabriela Sobral desde Alemania. “Sin embargo, su origen es relativamente poco conocido”, añade.
Lo que sí se sabe es que mucho antes de que los dinosaurios se adueñaran de los ecosistemas terrestres, los lepidosaurios –literalmente “reptiles con escamas”– ya estaban poblando el antiguo supercontinente de Pangea desde su aparición hace unos 250 millones de años, cuando los seres vivos empezaban a reponerse de uno de los episodios de extinción más terribles. Fue en la transición del Pérmico al Triásico, que mató a alrededor del 96 % de las especies del planeta.
El misterio de su evolución temprana radica en que el registro fósil de los primeros lepidosaurios es escaso y fragmentario, lo que dificulta una clasificación precisa. Además, la mayoría de los fósiles han sido hallados en el hemisferio norte. Por ejemplo, uno de los ejemplares más antiguos, llamado Megachirella wachtleri, vivió hace más de 240 millones de años en lo que hoy es Italia.
El descubrimiento de Taytalura en Argentina viene ahora a aclarar el panorama. “Este es el lepidosaurio más antiguo encontrado en América del Sur”, advierte el paleontólogo brasileño Tiago Rodrigues Simões, que se especializa en desenredar la larga biografía de estos reptiles. “Lo que sugiere que los lepidosaurios pudieron haber migrado a través de regiones geográficas muy distantes al principio de su historia evolutiva”.
El cráneo articulado de este reptil primitivo es pequeño –mide solo 3 cm–, pero es excepcional: está completo y se ha preservado tridimensionalmente, algo inusual en este tipo de fósiles tan pequeños y frágiles.
Está ampliado hacia atrás como el de un camaleón, posee grandes órbitas y los huesos están adornados con huecos pequeños. “Es un fósil fascinante”, asegura el paleontólogo Sebastián Apesteguía.
“La historia de los primeros lepidosaurios hasta ahora solo había sido contada a partir de fósiles hallados en Europa. En ese momento, los continentes formaban una sola masa continental, Pangea, con extensos desiertos. Por lo que es entendible que haya también registros en estas latitudes: la evolución del grupo no solo ocurrió en el hemisferio norte”.
Cráneo hallado en Argentina. / R. Martínez et al
Los investigadores estiman que Taytalura debe haber medido unos 15 centímetros de largo, más o menos como una lagartija actual. Los dientes pequeños y las mandíbulas ligeras sugieren que el animal se alimentaba de pequeños insectos como escarabajos, en una época en la que en la zona abundaban helechos, coníferas y plantas con semillas.
Martínez encontró el fósil en un sector del Parque Provincial Ischigualasto llamado “Cancha de Bochas” –caracterizado por rocas sedimentarias con forma de bolas de cañón–, en la misma zona donde en los años 50 fueron recolectados los restos del Herrerasaurus. Taytalura habría convivido con esta especie de dinosaurios carnívoros, moviéndose velozmente incluso bajo la sombra de otros enormes animales de cuatro patas lejanamente emparentados con los actuales cocodrilos: los rauisuquios.
En sus más de 250 millones de años de existencia, los lepidosaurios han mostrado una gran plasticidad evolutiva. Han sobrevivido a tres de las cinco grandes extinciones masivas en la historia de la Tierra y, gracias a increíbles cambios morfológicos, con el tiempo aprendieron a nadar, a planear para cazar insectos, a generar venenos y a mimetizarse con el entorno. Incluso pueden correr sobre el agua.
“Al reconstruir con precisión su larga historia evolutiva –agrega Simões–, es posible que podamos contar con mucho más detalle cómo sobrevivieron y florecieron con éxito en períodos críticos de cambio ambiental en el pasado de nuestro planeta”.
Hoy la mayoría de los lepidosaurios posee un tamaño modesto. Pero su número y diversidad los convierten en componentes fundamentales de los ecosistemas terrestres. “Taytalura nos muestra que tanto las lagartijas como los tuátaras son el resultado de varias modificaciones a lo largo de la evolución”, señala Sobral.
“Conocer más sobre la historia evolutiva de estos animales ayuda a comprender mejor cómo surgió su gran diversidad actual y cómo podemos protegerla, en especial ante la emergencia climática que vivimos”, concluye.
Referencia:
Ricardo Martínez et al. "A Triassic stem lepidosaur illuminates the origin of lizard-like reptiles" Nature