Casi un milenio antes de que se escribiera la Biblia, una pieza de arcilla del tamaño de un móvil ya contaba la leyenda de Atrahasis, un héroe de Babilonia que construyó un arca circular gigante para salvarse de una gran inundación, llevando consigo animales salvajes recogidos de dos en dos. La reliquia se exhibe en el Museo Británico y según el conservador Irving Finkel, autor de libro The Ark Before Noah, este tipo de historias de la antigua Mesopotamia inspiraron el mito del arca de Noé.
Según el Génesis, las costumbres perdidas de los hombres provocaron el gran diluvio universal, una historia del Antiguo Testamento grabada en la memoria colectiva y que esta semana protagonizará Russell Crowe en las salas de cine españolas. El relato dice que solo Noé, su familia y una pareja de animales de cada especie se salvaron tras la subida de las aguas.
“En realidad esto es un mito que probablemente surgió tras una desastrosa inundación hace miles de años en un pasado remoto, mucho antes de que se comenzara a escribir”, explica a Sinc Irving Finkel, conservador del Museo Británico en Londres. “Es, pues, una historia para explicar y reconfortar a la gente, pero solo eso”.
La tablilla es de barro, con escritura cuneiforme y del tamaño de un móvil. / © Dale Cherry
Para apoyar sus palabras, Irving cuenta con una prueba muy valiosa: una tablilla babilónica datada en torno al año 1750 a. C. De tamaño similar a un teléfono móvil, se trata de una pieza de arcilla con 60 líneas de la escritura cuneiforme típica de la antigua Mesopotamia.
El texto comienza así: “¡Casco, casco de caña! Atrahasis, presta atención a mi consejo. Así podrás vivir para siempre. Destruye tu casa y construye una nave. Rechaza las propiedades y salva la vida. Pon en marcha un arca que harás de planta circular, con un ancho y largo iguales”.
Atrahasis es el héroe babilónico al que habla su dios, y sus instrucciones para fabricar la nave se van detallando en las líneas siguientes: levantarla sobre el suelo, usar cañas, fibras de palma y cuerdas, colocar 3.600 puntales, distribuir celdillas en el interior, instalar una cubierta, dar capas de betún o brea por dentro y por fuera, colocar un tejado donde poder orar, e incluso se menciona que hay que meter a los animales salvajes “de dos en dos”.
Pero lo que resulta sorprendente es la forma del arca: redonda. “Sí, eso es lo que pone”, subraya Finkel, quien con la información de la tablilla ha podido deducir las dimensiones de la circunferencia: una superficie de 14.400 codos cuadrados (3.600 m2) y 67,7 m de diámetro. El alto era un nindan, unos 6 metros, distribuidos en dos pisos.
El experto piensa que la estructura sigue la forma de las coracles (también llamadas kufas o gufas), un tipo de embarcación circular que desde la antigüedad hasta el siglo XX ha servido para transportar personas, animales y mercancías por el Tigris y el Éufrates.
La hipótesis que sostiene Finkel es que a comienzos del segundo milenio a. C. convivían dos tradiciones sobre el aspecto del gran arca. Una consideraba que tenía forma de magur o almendra, como la de las embarcaciones que circulaban por las marismas.
La otra versión, que se extendió por las ciudades costeras en los ríos de Babilonia, era que Atrahasis u otro héroe similar había construido una ‘supercoracle’. Así es como lo recoge la tablilla analizada, una de las nueve que con signos cuneiformes mencionan la historia del diluvio universal.
Las coracles (también llamadas kufas o gufas) eran una especie de taxis fluviales que recorrían el Tigris y el Éufrates. Su forma pudo inspirar el diseño del superarca redonda. / © Colección de Irving Finkel
De este conjunto forma parte la Epopeya de Gilgamesh, una famosa serie de piezas de barro datadas en el siglo VII a. C. donde aparece el sabio Utnapishtim. Al igual que Noé, también él soltó una paloma y un cuervo desde su nave para ver si volvían.
“En el caso del arca de Utnapishtim su forma es cuadrada, respetando que el ancho y el largo sean iguales (120 codos cada uno) pero sin ser redonda”, explica Finkel, “aunque es muy significativo el hecho de que se mantenga el mismo área (120 x 120=14.400 codos cuadrados) que el de la estructura circular”.
Pero el investigador va más allá y destaca que también la superficie del arca de Noé descrita en la Biblia es prácticamente idéntica: 15.000 codos cuadrados, aunque se distribuyan en la superficie rectangular que dice el Génesis (300 codos de largo, 50 de ancho y 30 de alto, unos 137,2 x 22,8 x 13,7 m, más un tejadillo).
“Esto revela inequívocamente una reelaboración de la idea babilónica original para, sobre la misma base, construir un barco ya con otra forma, más potente y de aspecto de barcaza de transporte fluvial”, señala el conservador, quien narra toda la larga evolución desde el arca circular, a la cuadrada y finalmente rectangular en su reciente libro The Ark Before Noah. En lugar del artículo científico convencional, el investigador ha elegido está fórmula para comunicar sus hallazgos, que también se presentarán en un documental.
En la obra, además de poner en duda teorías como que el arca de Noé reposa sobre el monte Ararat (Turquía), se indica que esta historia y la del diluvio universal tuvieron su origen en relatos similares de la antigua Mesopotamia, en el actual Iraq. En una tierra donde las crecidas de los ríos y la vida misma parecían estar a merced de los dioses, triunfó la idea de que una nave con tripulación humana y animal podía resistir los cataclismos y repoblar el mundo.
Las tradiciones orales de esa región de Oriente Próximo y los registros cuneiformes de las antiguas tablillas de barro pudieron servir de fuente a los escribas del pueblo judío, especialmente durante su cautiverio en Babilonia en el siglo VI a. C., justo en las fechas en las que se supone se escribió el Génesis.
La famosa pieza de barro babilónica llegó en 1985 al Museo Británico de Londres a través de un miembro del público, que quería recibir información sobre la reliquia. Su nombre era Douglas Simmonds, propietario de una colección de objetos diversos y antigüedades heredados de su padre, Leonard Simmonds.
Leonard, a su vez, había sido miembro de la Royal Air Force (RAF) y durante la Segunda Guerra Mundial aprovechó su estancia en Oriente Próximo para adquirir piezas como la tablilla. Cuando el conservador Irving Finkel –en la imagen– la tuvo en sus manos, se llevó la sorpresa de su vida. Tras analizarla en detalle, ha llegado a valorar esta reliquia como uno de los documentos humanos más importantes jamás descubiertos.