El 18 de diciembre de 1812, en plena Guerra de la Independencia, se celebró el primer sorteo de lotería de Navidad. En unas horas, a unos pocos afortunados la varita del azar les cambiará la vida. Como cada año, veremos en cadenas de TV y diarios las imágenes de los premiados que celebrarán en público su suerte. Muchos habrán hecho auténticas peregrinaciones por las administraciones buscando números especiales, al igual que los Reyes Magos 'peregrinan' por las tiendas buscando el juguete de moda que soprenda a los más pequeños.
Un año más se acerca la Navidad, un periodo de tiempo que socialmente se percibe como el más apropiado para cargarse de esperanza, sobre todo si toca la loteria. Es difícil imaginar unas navidades que no comiencen con este sorteo, tanto como si no se cerraran con la festividad de los Reyes Magos y su carga de emociones para los más pequeños. La Navidad empieza y termina con sueños e ilusiones. Y las dos cosas se unen también en sus orígenes. El 18 de diciembre de 1812, en plena Guerra de la Independencia, se celebró el primer sorteo. La costumbre de regalar juguetes a los niños el día de Reyes nace unos años más tarde, hacia mediados del siglo XIX.
Si la noche del 21 al 22 de diciembre los adultos se desvelan fantaseando con la posibilidad incierta de un regalo del azar que ayude a mejorar sus vidas, lo propio hacen los niños en la noche del 5 al 6 de enero: debatirse ante la duda de que los Magos de Oriente sean al final generosos, olviden los días en que se portaron mal y les traigan al final los regalos soñados.
Tan fascinante es para el niño obtener esa Play Station con la que practicó en la tienda como para su padre o su madre el SUV que les dejaron probar en el concesionario de coches. Claro que el azar tiene un intermediario, 'papá' estado, más tacaño que los de los Magos. Cien mil bolas en un bombo y sólo 1807 premios en el otro (más los especiales que se asocian a ellos, pero que son esencialmente menores: anterior y posterior al primer, segundo y tercer premio, centena de esos mismos y de los dos cuartos…) hacen muy verosímil que los papás sigan volviendo la vista al ver pasar por la calle el SUV de sus sueños.
Y más si tenemos en cuenta que, si disponen de un décimo, realmente sólo cinco premios son mayores o iguales que 20.000 euros. Si les toca uno de los dos cuartos premios más vale que el sueño sea de gama baja y con un acabado básico para no tener que tirar además de los ahorrillos.
No obstante, 'escribimos' con mucha ilusión nuestro décimo al azar, hablamos con nuestros 'compis' de la oficina desde meses antes sobre ello, les recordamos que no olviden su particular carta, les tratamos de influir con nuestras falacias sobre números bonitos y feos, y entonces, como los juguetes en las grandes superficies, las series de algunos números se terminan muy pronto y las de otros gozan del desprecio general.
Los últimos días se producen auténticas peregrinaciones por las administraciones buscando números especiales, al igual que los Reyes 'peregrinan' por las tiendas para ver si allí encuentran el juguete de moda que una amplia mayoría de niños desea y que ha desbordado las previsiones del fabricante. Se cuenta que la portera del edificio en el que vivía el polifacético Jean Cocteau obtuvo un premio importante en la lotería navideña francesa y se jactaba de haber elegido la terminación, en doce, gracias a una inspiración que le llegó a través de un sueño.
En él se vio en el cielo escoltada por cinco ángeles a su derecha y por otros tantos a su izquierda. Argumentaba que como cinco y cinco eran doce, eso la llevó a elegir el número. La mayor parte de las falacias, supersticiones y creencias de los jugadores tienen una base del mismo calado que la de esta señora.
La varita del azar
Sin embargo, hay afortunados a los que la varita del azar les cambia la vida y una de las imágenes que con más fuerza nos viene a la mente en estos días es la de los premiados que, alborozados, disfrutan en público de su suerte. Las cadenas de televisión se vuelcan difundiendo su alegría de la que, incluso en un país ciertamente cainita como el nuestro, todos nos hacemos un poco partícipes. Estas imágenes nos muestran comportamientos que, en esencia, son similares a los de muchos niños cuando descubren los regalos en la mañana del día de Reyes. Alegría desbordada, descontrol, besos y abrazos, felicidad pura…
Resulta inevitable que en este marco de ilusión se cuelen traficantes de sueños. Frecuentemente algunos pillos quieren usurparle el rol al estado y acceden al sorteo por puertas falsas, vendiendo papeletas de números que no compraron. Su ansiedad la víspera del sorteo es de otro tipo y la lotería se convierte en canalla para ellos si toca ese número. Como unos padres que no pudieron comprar el regalo que el niño pidió no saben dónde esconderse. No valen excusas ni argumentos.
Si con las ilusiones de los niños no se juega, con ésta de los adultos, tampoco. No deben de ser pocos cuando con tanta frecuencia toca uno de esos números apócrifos. Las leyes del azar son implacables y si se abusa de falsear a alguno de los gorrones le cae la desgracia. Otros prefieren mancillar la suerte y la alegría de los premiados ofreciéndoles cantidades adicionales por los décimos premiados. La suerte llama a la suerte, dicen. Es sorprendente la facilidad con la que a algunos les toca la lotería.
Debo reconocer que como matemático que soy y además de la rama de probabilidad y estadística mis ilusiones con la lotería de Navidad (y con cualquier otro sorteo) son mínimas, del orden de la probabilidad asociada al Gordo. A pesar de lo dicho, jamás me he sorprendido la noche previa al sorteo fantaseando con mis posibilidades de cambiar de vida. Sin embargo, admito que aunque nunca juego a la lotería, sí compro en Navidad.
Percibo la cantidad invertida en el sorteo más que como una lotería positiva, con una pequeña probabilidad de enriquecerme, como la prima de un seguro que me cubre contra la posibilidad de que a los de mi entorno les toque y yo me muera de envidia. Esa es mi falacia. Creo que es más probable que les toque a los demás si yo no juego. Así que cuando voy a comprar el décimo en mi trabajo le digo al que me lo vende: “Vengo a comprar el número para que no os toque a los demás”. Cualquier año se van a negar a vendérmelo.
Conrado Miguel Manuel García es catedrático de la Escuela Universitaria de Estadística e Investigación Operativa en la Universidad Complutense de Madrid.