El cambio climático se sube al escenario para convertirse en el protagonista de una obra de teatro. Greenland, que se representa en el prestigioso National Theatre de Londres, es el primer intento de una gran compañía teatral en Reino Unido para acercar juntos el arte, la ciencia y los temas de actualidad al gran público.
Hay obras de arte que no pueden separarse del momento en el que se crean, que fuera de contexto pierden parte de su valor. La sociedad se refleja en el arte de la misma forma que la obra artística se alimenta de lo que ocurre en la sociedad. Los temas sociales permean el material artístico, y también el teatral.
En Londres el cambio climático se ha subido al escenario para protagonizar Greenland (Groenlandia), la primera obra de teatro producida por una gran compañía y dirigida al gran público, cuya temática ronda en torno a un drama real: las proyecciones inciertas en el futuro de la Tierra.
La obra, que se acaba de estrenar en el prestigioso National Theatre, aborda las grandes cuestiones relacionadas con el cambio climático. Las emisiones de CO2, la huella medioambiental de nuestro consumo, el deshielo de los polos, la subida del nivel de los océanos y el aumento de entre 2 y 6 grados de temperatura suben al escenario. También los desastres naturales que se suceden en el planeta, sus consecuencias en los países en vías de desarrollo, el todavía reino indiscutible de los combustibles fósiles de nuestra sociedad o las negociaciones de la fallida cumbre de Copenhague.
“El principal problema a la hora de abordar el tema fue su gran complejidad. Es tan amplio y toca tantas cuestiones que es muy difícil de condensar en apenas un par de horas. Además el cambio climático está marcado por la confusión y la incertidumbre. Tratamos de abrir una puerta de entrada para que el espectador pudiese adentrarse poco a poco en él”, explica a SINC Ben Power, dramaturgo de Greenland.
“Pretendemos sobre todo dar cabida a todos los aspectos del cambio climático y reflejar su amplitud, intentando lograr una manera interesante de llevarlo al escenario a través de cuatro historias con diferentes cualidades, de forma que pudiésemos dar coherencia al tema y presentarlo de una forma teatral”, señala Bijan Sheibani, director de Greenland.
A través de esos personajes la obra habla también de la incapacidad y frustración de los individuos para actuar, de los mensajes contradictorios que se nos transmiten, de la tortura de la excesiva concienciación y del peligro de que el miedo al futuro nos paralice, así como del riesgo de quedarse en el punto de vista macro y perderse todos los pequeños detalles de lo micro que lo conforman.
Multitud de perspectivas
“Es un tema que puede abordarse desde muchas perspectivas. Por un lado está el aspecto científico, el económico, el político, pero también cómo afecta a nuestras propias vidas, la forma en que pensamos o lo que soñamos. Por eso quisimos también reflejar como el cambio climático nos afecta a nosotros como individuos, a nuestros hogares o a nuestras familias y nuestras relaciones. Puede ser un tema enormemente político, pero queríamos mostrar ambas partes, la facción política pero también la social y la de las relaciones, e incluir, no sólo datos, sino también una parte poética”, señala Sheibani.
Incluso se utilizo como base de la documentación el famoso Stern Review, un informe clásico de gran influencia en la política medioambiental británica que recoge, en cifras económicas, el coste de actuar frente a no hacerlo.
“Cuando nos reunieron a los cuatro en una habitación para escribir por primera vez yo estaba muy asustado. Pero cuando me dí cuenta de que no sólo yo, sino ninguno de los guionistas sabíamos nada sobre cambio climático, me relajé. Comprendimos entonces el desconocimiento general que existe y, a partir de ahí, surgieron los grandes interrogantes. Empezamos a crear una gran lista de preguntas que serían las que se haría un ciudadano medio y que tratamos de plantear en la obra”, explica a SINC Matt Charman, uno de los guionistas.
Para ayudar a digerir el torrente de rigurosos datos al que se enfrenta el espectador, la puesta en escena se sirve de multitud de montajes audiovisuales, gráficos y poderosas imágenes. A veces la obra adquiere tintes de documental. Se logra que alguna de las cifras, de forma arbitraria, resuene en nuestra conciencia horas después de abandonar la sala de butacas.
Por ejemplo, en Reino Unido se utilizan 15 millones de botellas de plástico al día. ¿Cuántas uso yo? Otro dato: las inundaciones de Pakistán de 2010 afectaron a 20 millones de personas, es decir, un número mayor que los afectados por el tsunami de 2004 y el terremoto del pasado año en Haití.
Voces discordantes y debate
“Queríamos hacer una obra que estuviese basada en la investigación y que se construyese a partir de los hechos. Es, de alguna forma, una obra periodística, que trata de ser imparcial y objetiva”, subraya Power. De hecho en la representación también tienen voz los escépticos del clima, aunque eso sí, en la proporción justa.
“Cuando te pones a hablar con los científicos y las distintas personas que están metidas en estos temas te das cuenta de que para una abrumadora mayoría de los científicos, un 95%, el cambio climático se debe a la actividad del hombre. Dimos voz a los escépticos, y su opinión está recogida, pero lo hicimos de una forma equilibrada, un 5% de espacio para reflejar lo que nos encontramos en la realidad”, declara Moira Buffini, otra de las guionistas.
Aunque Greenland utiliza bien el aspecto dramático del que ha sido calificado como el mayor problema al que se enfrenta la humanidad, la obra no explota el lado catastrofista. Sus creadores no pretenden adoctrinar a nadie. “No decimos a nadie qué tiene que pensar, sino que hicimos un recorrido por un tema y contamos al público lo que descubrimos en ese viaje; lo dejamos abierto a discusión”, comenta Sheibani, director de la obra.
“Tratamos de ser humildes. Dada la escala del problema, sólo podíamos abrir el debate al público y dejarlo sobre la mesa, no dar respuestas”, explica la guionista Buffini. “Greenland no parte con el objetivo de hacer pensar o sentir a nadie de una manera determinada. Trata de ser una conversación pública sobre una cuestión que antes o después ha de darse en la sociedad”, añade el guionista Charman.
Para terminar de sacudir conciencias, la obra se acompaña de un programa de eventos y charlas, discusiones con el público al final de cada representación, o encuentros con los creadores y algunas de las figuras más destacadas de la lucha contra el cambio climático británico. El National Theatre confirma así, tras estrenar el año pasado una obra que invitaba a la reflexión sobre la crisis financiera, la tradición de producir obras con un contenido y un transfundo que va mucho más allá del teatro.