Tradicional o rompedor. Grotesco o delicado. Sencillo o complejo. Resulta difícil definir qué es el arte. Pero cuando el autor explota recursos naturales o incluso seres vivos como materia prima de su obra, surge la controversia y entra en juego la ética. ¿Es todo arte?
“El arte es el mediador de lo inexpresable”. Así definía Goethe el concepto de creación artística en el siglo XIX. Una definición vaga para concretar la inabarcable actividad humana en la que el hombre expresa sus ideas con una finalidad estética. Bajo estas pinceladas se encuadran diferentes esculturas, pinturas, composiciones, ritos o incluso tradiciones, muchas de ellas polémicas, como la lidia de toros, considerada por muchos como un espectáculo del sufrimiento animal.
Hace unas semanas, el gobierno francés declaró las corridas taurinas Patrimonio Cultural Inmaterial, a pesar de que casi la mitad de la población gala se muestra a favor de su prohibición. En España, esta tradición continúa vigente, salvo en Cataluña y en Canarias. Pero el toreo no es la única vinculación controvertida con el arte.
Los Jameos del Agua diseñados por César Manrique en Lanzarote. Imagen: Pedro Martínez Albornoz / Fundación César Manrique.
Diferentes creaciones chocan de bruces contra el medio natural. La exposición Zorba, inaugurada hace unos meses en Cáceres, mostraba cientos de grillos vivos, que fallecieron a los pocos días, adheridos con adhesivo a una superficie vertical.
La Junta de Extremadura y el Servicio de Protección de la Naturaleza de la Guardia Civil (Seprona) ordenaron su cierre aunque la administración autonómica no sancionó al artista por maltrato animal.
“La idea de Zorba era representar la vida de todos en sociedad, supeditados a normas sociales”, explica Ismael Alabado, autor de la obra, quien asegura que se documentó con artículos de internet que hablaban sobre “las discrepancias del sufrimiento o no de los insectos”.
Su intención no era que murieran a lo largo de la muestra sino al comienzo, cuando tenía previsto verterles pintura por encima. Para su próxima muestra, denominada Gente-cerda, tatuará cerdos vivos y los sacrificará “legalmente”. Con su piel preparará después cuadros retro-iluminados.
La muerte animal, a escena
Campos de trigo, trigo y cuerdas, 2007. Imagen: Lucía Loren.
Ecologistas en Acción Extremadura presentó una denuncia contra la exposición, pero fue desestimada. “No eran animales domésticos ni hubo expolio de la naturaleza”, afirma Alabado. Otra exposición, celebrada en 2006 en el Museo Nacional y Centro de Arte Reina Sofía (Madrid), en la que se emitía un vídeo donde se mataba a martillazos a una vaca, también fue motivo de denuncias que no progresaron.
La muerte del mamífero se enmarcaba en El arte sucede, una muestra firmada por Jordi Benito. “No se puede llamar arte a matar a una vaca a martillazos, despellejarla, clavarle un cuchillo en la garganta para recoger su sangre, cortarle la cabeza, que el ‘artista’ se la ponga encima y así, durante 53 minutos”, denuncia Matilde Cubillo, presidenta de la ONG Justicia Animal.
La organización (entonces denominada Amnistía Animal) interpuso una denuncia contra la exposición, que se archivó “porque la grabación era de los años ‘80 y en esa época el Código Penal no contemplaba el maltrato como delito”, añade. Por la vía administrativa, “el maltrato había prescrito”.
En estas dos exposiciones, los autores maltrataron seres vivos, algo más o menos censurado por la población. Pero, ¿qué ocurre cuando la creación artística cruza los límites del paisaje natural? “Es imprescindible partir del respeto para realizar una obra de arte”, asegura Lucía Loren, artista que emplea elementos del paisaje en sus creaciones.
Cara y cruz en Canarias
Hace 16 años, Eduardo Chillida propuso crear un espacio diáfano en el interior de la montaña de Tindaya (Fuerteventura) y construir un cubo de 50 metros de largo, ancho y alto, como “monumento a la tolerancia”. Un sueño que no llegó a materializarse porque chocó contra la opinión de organizaciones ecologistas, científicos y gran parte del pueblo canario.
Tindaya, declarada Bien de Interés Cultural, alberga más de 200 grabados rupestres (podomórficos) y en la antigüedad era considerada un lugar sagrado por la población aborigen de la isla. Estos argumentos echaron por tierra la idea del fallecido escultor. Pero hace unos meses el gobierno canario retomó el proyecto.
“Cuando un artista interviene en el espacio público no solo dialoga con la obra en clave puramente estética, sino con el espacio y el contexto público del momento”, indica Alfredo Díaz, jefe del Departamento Pedagógico de la Fundación César Manrique (Lanzarote).
Por este motivo, para la Fundación no es el momento más adecuado para realizar la obra. “La sombra de la corrupción que planea sobre el proyecto, junto a la colisión con los valores patrimoniales que atesora la montaña, aconsejan no seguir por ese camino”, añade Díaz.
En la vecina Lanzarote saben lo que es combinar arte y naturaleza pero sin despertar polémicas. A lo largo de la isla de los volcanes se suceden creaciones diseñadas por el artista multidisciplinar César Manrique en las que los materiales volcánicos dialogan con las personas sin alterar sus propiedades milenarias. Los Hervideros, los Jameos del Agua o la propia casa del artista fallecido lo demuestran.
Arco iris en el bosque
En la Península existen obras con perfecta complicidad entre arte y entorno, como El bosque animado, de Agustín Ibarrola. Ubicado en el valle de Oma (Bizkaia), el espacio alberga decenas de árboles cuyos troncos han sido pintados con figuras humanas, animales y geométricas.
Científicos de la Universidad del País Vasco (UPV/EHU) restauraron la obra hace una década tras haber sufrido actos vandálicos. “Ni las pinturas que utilizó el artista, ni los productos usados durante la restauración resultaron dañinos para los árboles, porque solamente actuaban en la corteza”, afirma Mª Pilar Bustinduy, coordinadora de la restauración y titular de Restauración de Arte Contemporáneo de la UPV/EHU.
La creación “ratifica la idea del artista de que el hombre es creador de paisajes”, explica Bustinduy. Algo similar ocurre en Ourense. A unos pocos kilómetros del municipio de Allariz el escultor vasco dejó su huella en el Ecoespazo O Rexo, un lugar donde árboles, piedras, tierra y agua conviven con materiales muy presentes en la cultura gallega como el granito y la losa.
“En algunos árboles, dependiendo de tu posición, observas distintos animales, por ejemplo mariposas o mariquitas”, señala Bernardo Varela, consejero de Medio Ambiente del Concejo de Allariz. Las piedras también cumplen su función pictórica: “en palabras del autor, sería una alegoría de las energías renovables, con motivos célticos”, indica Varela.
Los materiales empleados por el artista ya han desaparecido en muchos árboles, pero volver a pintar una obra de land art (arte terrestre) va contra los mismos principios de esta tendencia artística, en la que la erosión natural se encarga de su limpia desaparición.
¿Cuáles son entonces los límites del arte? Si una obra respeta el ciclo natural de una montaña, un bosque, un insecto o un mamífero, se fundirá como una gota de agua en el océano de la biodiversidad. Parafraseando a Goethe, seguirá expresando lo inexpresable.