Los robots en el aula estimulan el trabajo en grupo, fomentan la creatividad y refuerzan la autoestima. Los niños se aficionan tanto a crear máquinas inteligentes con sus propias manos, que acaban pidiendo kits de robótica como regalo. Los especialistas creen que son fundamentales en la educación; el problema está en la coyuntura económica.
Una mano corretea por la habitación como si fuera Cosa, el personaje sin cuerpo de la Familia Adams. Está quieta hasta que un adulto pasa por su lado y se lleva un buen susto. Los niños se ríen. La idea de ponerle un sensor de movimiento para amenizar el día de Halloween ha sido de los alumnos de primaria que asisten a un taller de robótica. Sus profesores coinciden en que el ingenio de los niños siempre supera las expectativas.
En otra sala, los más pequeños juegan sin dar una voz hasta que una abeja electrónica termina su recorrido y todos aplauden contentos. Rojo para avanzar. Con el verde, gira a la derecha y con el azul, a la izquierda. Órdenes muy sencillas para un resultado hipnótico: la pequeña Bee-Bot decodifica la lista de colores y traza un camino perfecto.
Con unas simples instrucciones, los niños programan sus robots para recorrer un circuito, transportar objetos o participar en un combate de sumo. La actividad, realizada en los talleres que imparte la empresa Tecnicrea de Madrid, es sencilla, según explica a Sinc la monitora Beatriz Fernández: “Con un sensor de movimiento y otro que reconoce el color de la cinta negra que demarca el ring, les resulta muy fácil y divertido montar un combate de humanoides”.
La robótica educativa ayuda a niños y adolescentes a encontrar respuestas adecuadas a problemas, desarrollar su creatividad y trabajar en grupo. También afianzan conceptos de física y matemáticas sin darse apenas cuenta. ‘Aprender jugando’ no es solo un lema atractivo para una campaña publicitaria; es el mejor modo de aprender.
De la magia a la fascinación que provoca entender
La magia inicial con la que relacionan el funcionamiento de las máquinas se difumina en cuanto aprenden a montar sus propios robots. Desde que toman el control, su aprendizaje es un continuo reto, y solo desean montar, desmontar y hacer un robot más grande y mejor.
En la educación primaria, el trabajo en robótica les hace preguntarse qué es la gravedad, cómo se calcula la velocidad o cómo se genera la electricidad. Hay actividades para todas las etapas: en infantil, por ejemplo, afianzan sus nociones de lengua y matemáticas mientras que “a los mayores, de bachillerato, los iniciamos en la programación, diseño y control de los robots”, cuenta Félix R. Cañadillas, director de Crea Robótica Educativa, una spin-off del RoboticsLab de la Universidad Carlos III.
El control de las máquinas a su antojo es fascinante incluso para los niños más pequeños. Miguel Melgar, director de la empresa tinerfeña Droiding de robótica educativa, nos cuenta que enseguida cogen confianza “y se plantean ellos solos retos cada vez más complicados”. La clave es que a través de estas actividades entiendan cómo funciona su entorno electrónico.
Icub está diseñado para estudiar el aprendizaje de los niños. / Olmo Calvo, Sinc
“Buscamos que entiendan por qué el coche de mamá y papá aparca solo sin chocarse, o por qué el aspirador se va por su cuenta a la estación de carga cuando le queda poca batería” indica Andreu Camps, responsable de la empresa zaragozana Avanza Tiempo Libre.
El objetivo de las clases de robótica no es solo enseñar conceptos, sino educar. En una época en la que los niños tienen acceso constante a la tecnología con sus móviles, tabletas y juguetes electrónicos, es importante que entiendan el funcionamiento, pero también cómo usarlos de manera adecuada.
Para el investigador en pedagogía y robótica Arnaldo Héctor Odorico, de la Universidad de Buenos Aires, lo interesante es que la integración de diferentes áreas “se da de manera natural. Los estudiantes simulan fenómenos y mecanismos que son representaciones ‘micro’ de la realidad”.
Esta estrategia aporta beneficios pedagógicos notables. Según Odorico, es positivo acostumbrarse a usar vocabulario especializado y centrarse desde pequeños en desempeñar los propios intereses, además de aprender a construir estrategias para la resolución de problemas a través del método científico de ensayo y error.
Los especialistas en enseñanza coinciden en el gran valor pedagógico del error. La robótica en un terreno favorable para este aprendizaje, puesto que todo se basa en encontrar una solución, lo que implica equivocarse varias veces.
NAO puede programarse para impartir clases o ser guía de un museo. / Olmo Calvo, Sinc
¿Cómo que no tienes talento?
Los niños poseen, por lo general, una baja tolerancia a la frustración. Trabajando con robots, se acostumbran a equivocarse, a resolver los conflictos y a llegar ellos mismos a una solución o a múltiples soluciones. “Aprenden a detectar los errores y de forma automática, los revisan, corrigen y solucionan”, señala la monitora Fernández.
Las actividades de grupo resultan útiles para niños con necesidades educativas especiales. Camps asegura que en casos de niños con déficit de atención e hiperactividad (TDAH), lo importante es que se sientan integrados y que el grupo entero se adapte a la nueva dinámica: “Cuando los jóvenes aprenden a trabajar en equipo, se ayudan muchísimo entre sí y ellos mismos potencian las habilidades de sus compañeros”.
Profesores, maestros y monitores coinciden en que fomentar una competición sana que obligue al niño a esforzarse por dar lo mejor de sí, pero que a su vez fomente el trabajo en equipo, es fundamental para explorar los propios límites.
“En un drama japonés, un actor le pregunta a otro: ‘¿Alguna vez te has esforzado suficiente como para poder decir que no tienes talento?’. Creo que una gran parte del talento proviene del esfuerzo, y que con eso basta para construir un robot”, apunta Juan G. Victores, investigador del Robotics Lab de la Universidad Carlos III de Madrid.
A las olimpiadas robóticas internacionales que organiza la fundación educaBot se han presentado equipos formados por niños que requieren un tipo de educación especial. Su presidente, Carles Soler, recuerda con cariño un equipo en el que todos sus miembros tenían TDAH y que se integró en la competición: “Disfrutaron como los que más”.
Sigue habiendo más niños que niñas
La atención a la diversidad es el terreno en el que la industria robótica en general parece estar especializándose, tanto a través de la educación como de los robots de asistencia. “En estos momentos estamos trabajando en desarrollar contenidos para fomentar las capacidades de niños sordomudos, con autismo, problemas en la psicomotricidad y discapacidad visual”, dice Félix Cañadillas.
Pero, en este paisaje de integración, ¿qué ocurre con las diferencias entre sexos? Las clases siguen teniendo un gran porcentaje de niños frente a niñas. En un mundo donde el futuro laboral va a estar determinado por las nuevas tecnologías, se hace “imprescindible fomentar el interés en los ámbitos científico-tecnológicos independientemente del sexo”, aseguran en Tecnicrea.
Los niños programan sus robots de lego con Crea robótica educativa. / Olmo Calvo, Sinc
Todos los entrevistados coinciden en lo obvio: los niños quieren divertirse. Y, si la clase es divertida, lo normal es que acaben por querer llevarse deberes a casa. "Todos han puesto un kit de robots de Lego en la carta de los Reyes Magos”, asegura la monitora.
Una actividad en manos de empresas educativas
La apuesta por parte de los centros educativos y de las asociaciones de padres y alumnos es crucial. Muchas de las empresas de robótica educativa combinan talleres privados con clases particulares, la mayoría en colegios públicos, de todas las provincias españolas.
Para Soler, de educaBot, la robótica debería ser crucial en la enseñanza de los jóvenes; el problema está en la coyuntura económica: “La aparición de la robótica educativa ha coincidido con la crisis, por lo que las escuelas han visto limitada su capacidad de inversión”.
Dicen los expertos que los robots serán en unos años piezas cotidianas de nuestro entorno y que los avances en este campo van a mayor velocidad que nuestra capacidad de procesarlos. “Estamos creando robots más rápido de lo que podemos adaptarnos y cuando los hemos entendido sale otro mejor” afirma Camps.
Por ahora, los adultos no podemos saber en qué profesión trabajarán los niños que idearon la mano de Halloween, hasta puede que ese oficio aún ni exista. Pero, seguramente, los que dominarán el futuro tecnológico, y por extensión, el mundo, están ahora mismo jugando con robots.
Las personas con trastorno del espectro autista (TEA) tienen dificultades para reconocer los sentimientos de los demás. Gracias a ZECA, un robot que muestra expresiones faciales, investigadores de la Universidad de Minho (Portugal) han conseguido que niños con este trastorno identifiquen más fácilmente las emociones que se reflejan en el rostro.
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Desde que los pequeños empezaron a interactuar con el robot, “se ha incrementado hasta un 30% su número de respuestas correctas, en comparación con el grupo de control”, cuentan entusiasmados los responsables del proyecto Robótica-Autismo. Para los niños es tranquilizador relacionarse con ‘alguien’ completamente predecible. Sin embargo, los científicos afirman que lo más importante es captar la atención de los niños con TEA, pues solo así se puede llevar a cabo cualquier actividad.
En un futuro próximo, los robots van a ser asistentes habituales en las terapias y estos especialistas recomiendan a los educadores a familiarizarse con ellos. Y los tranquilizan: los humanoides no van a reemplazar a los humanos en su trabajo, sino que serán una herramienta útil para atraer la atención de los niños y desarrollar sus competencias.
Para todos los niños la robótica tiene algo mágico. Para algunos, además, la ración de magia es doble, porque el contacto con robots supone un oasis de fantasía en sus vidas. Es lo que sucedió durante la visita del informático y experto en robótica educativa Román Ontiyuelo, que impartió talleres de robótica a niños en la ONG afincada en Varanasi (India) Semilla para el Cambio.
Durante el taller con este monitor del Centro Internacional de Tecnologías Avanzadas (CITA), los niños realizaron actividades “muy básicas pero atractivas, tuvieron la oportunidad de montar robots robot de cartón e interactuaron con varios robots que reconocían colores o salvaban obstáculos en su camino” cuenta Ontiyuelo.
El valor lúdico de este taller es evidente. En cuanto al valor pedagógico, “la robótica es una herramienta muy potente a la hora de educar. Aunque puede parecer compleja es increíble ver a los chicos asimilar con facilidad conceptos nada sencillos”. El experto destaca, pese a lo austero de las aulas, la curiosidad de los niños hacia lo desconocido, ya que para muchos de ellos era el primer acercamiento al mundo de la robótica.