Vivir en un edificio compuesto por los llamados apartamentos cápsula, que se pueden añadir, quitar o reemplazar de la estructura del inmueble, fue la idea futurista con la que el arquitecto japonés Kisho Kurokawa diseñó la Torre Nagakin de Tokio en 1972. Cuarenta años después el estado de este edificio único en el mundo dista mucho del futuro visionado por Kurokawa. Las cápsulas no tienen agua caliente, la calefacción no funciona, el óxido se come las paredes y solo 40 de los 140 módulos disponibles están habitados.
"La torre ha ido quedándose obsoleta con el paso del tiempo porque las cápsulas tendrían que haber sido renovadas cada 25 años, pero hasta ahora no ha sido reemplazada ninguna", explica a Efe Abe Masato, propietario de uno de los apartamentos. Esta emblemática torre forma parte del movimiento metabolista japonés, una corriente arquitectónica nacida en los años 60 que visionaba un mundo moderno en el que los edificios estarían en continúo cambio, rompiendo así con la arquitectura tradicional de espacios fijos. Kurokawa fue uno de los arquitectos líderes de este movimiento y concibió la torre-cápsula como un prototipo que sería el primero de muchos que se extenderían por toda la ciudad. El inmueble se encuentra en el céntrico barrio de Shimbashi, rodeado de rascacielos de oficinas y se compone de dos torres centrales a las que pueden acoplarse las cápsulas.