El gran eclipse solar de abril de 2024 transformó el día en noche durante apenas cuatro minutos, pero bastó para alterar por completo el comportamiento de cientos de aves en Estados Unidos. Muchas enmudecieron, otras comenzaron a cantar con intensidad, y al regresar la luz estalló un “falso amanecer”: un coro similar al que suele acompañar la salida del sol.
El fenómeno fue analizado en un estudio liderado por la investigadora Liz Aguilar, que aprovechó este raro experimento natural para explorar cómo responden las aves a los cambios bruscos de luz. El equipo combinó ciencia ciudadana, inteligencia artificial y grabaciones automáticas para obtener la imagen más completa hasta la fecha de cómo un eclipse perturba los ritmos circadianos del mundo animal.
Con la aplicación SolarBird, miles de voluntarios registraron casi 10.000 observaciones a lo largo de los 5.000 kilómetros del trayecto del eclipse. Paralelamente, grabadoras desplegadas en Indiana captaron unas 100.000 vocalizaciones de aves antes, durante y después del evento. Un sistema de inteligencia artificial, BirdNET, identificó los cantos de 52 especies distintas. De ellas, 29 mostraron cambios significativos en su comportamiento sonoro: 11 cantaron más de lo habitual al oscurecer, 12 modificaron su actividad durante la oscuridad, y 19 alteraron sus cantos tras la reaparición del sol.
Los resultados fueron tan sorprendentes como precisos: los búhos listados (barred owls) emitieron llamadas cuatro veces más de lo normal, mientras que los petirrojos multiplicaron por seis sus cantos típicos del amanecer. “El eclipse pareció reiniciar su reloj biológico”, concluyen los autores.
El trabajo, que se suma a otro publicado en Science en 2025 sobre cómo la contaminación lumínica prolonga la actividad vocal de las aves hasta una hora más, refuerza una idea clave: la luz, tanto natural como artificial, moldea profundamente la vida de las especies.