Berenjenas con más antioxidantes, tomates inmunes a enfermedades, pimientos que sobreviven a épocas de sequía… esto solo es posible gracias a la investigación en mejora genética como la que se realiza desde el Instituto Universitario de Conservación y Mejora de la Agrodiversidad Valenciana (COMAV). Dirigidos por el catedrático Jaime Prohens, los investigadores del COMAV trabajan en proyectos para conservar productos tradicionales, mejorar la competitividad de la horticultura española y obtener hortalizas que no solo alimenten sino que protejan nuestra salud.
¿Cómo se consigue desarrollar una planta más saludable?
El proceso empieza planteándote un problema u objetivo. En el caso de uno de nuestros proyectos de investigación, nuestra meta era obtener berenjenas con mayor calidad nutracéutica, esto es, que sean mejores para prevenir o tratar enfermedades. Escogimos la berenjena porque es una de las hortalizas con mayor actividad antioxidante, por nuestra amplia experiencia en las plantas de esa familia, y porque las empresas de semillas demandan mejores variedades tanto en apariencia y sabor como beneficiosas para la salud, ya que da un valor añadido al producto. Por tanto, buscábamos variedades con alto contenido en antioxidantes, en concreto en ácido clorogénico, compuesto de la familia de los polifenoles que regula los niveles de glucosa en sangre, reduce el colesterol malo, y ha demostrado ser antitumoral.
Estudiamos la diversidad de especies cultivadas y silvestres y descubrimos que las berenjenas que comemos son nutricionalmente peores que las antiguas. Esto se debe a décadas de procesos de mejora genética donde se han ido seleccionando aquellas variedades de berenjena de carne muy blanca que no se vuelve marrón al cortarla debido a su bajo contenido en polifenoles. De modo que identificamos las variedades antiguas y las silvestres emparentadas con más antioxidantes y las utilizamos para hacer cruzamientos con las variedades modernas. Finalmente conseguimos una variedad con la apariencia deseada pero más saludable.
¿Cómo se protegen estas variedades mejoradas?
Las variedades hortícolas en la Unión Europea no son patentables pero existen los derechos del obtentor de variedades que permiten una protección de la variedad y un reconocimiento a quienes la han obtenido. Por ejemplo, yo soy obtentor de cinco variedades de pepino dulce –ahora transferidas al sector privado–, y dos de berenjena, explotadas por la Indicación Geográfica Protegida “berenjena de Almagro”. En Almagro utilizan una variedad tradicional pero la hemos mejorado genéticamente en colaboración con los agricultores.
¿Por qué es tan importante investigar sobre la resistencia de las plantas a factores ambientales?
Nos hemos acostumbrado a cambiar el medio ambiente para adaptarlo a nuestras plantas. Es decir, si tenemos una planta susceptible a una determinada plaga, empleamos un producto fitosanitario, si no resiste bien la salinidad del suelo o la sequía, regamos con nuestros escasos recursos hídricos o cultivamos sin suelo. Esto no es sostenible a nivel medioambiental a largo plazo. Una solución es obtener variedades adaptadas al entorno, lo cual se consigue por la vía tradicional mediante cruzamientos o, alternativamente, por transformación genética. Desde el COMAV abordamos ambas alternativas porque permiten una agricultura más sostenible. Las plantas transgénicas de maíz con genes de resistencia a la sequía plantadas en Estados Unidos, por ejemplo, demostraron buenos rendimientos a pesar de la fuerte sequía del verano pasado.
¿Podría poner un ejemplo de su trabajo con agricultores valencianos?
Desarrollamos un proyecto orientado a la recuperación de hortalizas autóctonas como el tomate, el pimiento, la cebolla y la berenjena. Nuestro reto es conseguir conocer las características y la diferenciación de las variedades tradicionales valencianas porque las variedades únicas tienen un valor añadido. Al mismo tiempo, estudiamos aumentar su resistencia a enfermedades. La gran ventaja de las variedades tradicionales es su buena adaptación al entorno por la selección que han hecho los agricultores durante décadas. Sin embargo, con la globalización, se han extendido enfermedades y plagas que antes estaban restringidas a una zona geográfica concreta. Así, en las últimas décadas se han introducido varias plagas que además transmiten virus, como el trips de las flores y la mosca blanca. Las hortalizas autóctonas nunca han estado expuestas a estas enfermedades y está siendo desastroso para los agricultores valencianos.
Además de mejorar los productos actuales, ¿sería viable introducir nuevos cultivos?
Para mejorar la competitividad del sector, una posibilidad es innovar en los cultivos que consideramos tradicionales como es el caso del tomate, conseguir nuevas variedades y técnicas de cultivo. No obstante, otra opción es efectivamente la diversificación de cultivos mediante la introducción de nuevas especies consideradas exóticas. Hemos analizado cultivos muy extendidos en Sudamérica antes de la llegada de los españoles como el pepino dulce, la uchuva o el tomate de árbol. Sería muy interesante recuperar algunos de estos cultivos olvidados porque existe una gran demanda de productos nuevos, los precios de mercado son más elevados y no existe tanta competencia. Un caso de éxito en este sentido fue la apuesta de Nueva Zelanda por la producción y exportación a gran escala del kiwi, una fruta poco conocida en Europa y Estados Unidos.
Otra salida para el sector sería la comercialización de hortalizas procesadas. De hecho, participamos en un proyecto para la obtención de pimientos y berenjenas deshidratadas de alta calidad nutritiva y funcional junto al Departamento de Tecnología de los Alimentos.
¿En qué otros ámbitos trabaja el Instituto?
Seleccionamos variedades más adaptadas a las condiciones de cultivo ecológico para cubrir ese nicho. Es evidente que hay una demanda cada vez mayor de productos producidos de manera ecológica y además los consumidores están dispuestos a pagar más por ellos. Por tanto, representa una oportunidad que no hay que desperdiciar tanto para el sector agrícola español y valenciano, como para quienes investigamos en cuestiones agrícolas.
Asimismo, en colaboración con el Instituto de Investigación Sanitaria La Fe en el marco del Campus de Excelencia VLC/Campus analizamos variedades con alto contenido en compuestos como vitaminas y antioxidantes para comprobar sus efectos en cánceres y enfermedades a partir de líneas de cultivo celular y embriones de peces. Los resultados de las pruebas iniciales fueron muy prometedores.
La Universidad Cluj-Napoca de Rumania le ha investido recientemente doctor honoris causa por sus contribuciones a la docencia y a la investigación. ¿Podría explicar alguna de sus aportaciones a la innovación docente?
La gran mayoría de los investigadores universitarios somos investigadores y docentes pero solemos prestar más atención a una de las dos facetas. Sin embargo, opino que ambas son compatibles y además se deben retroalimentar. La investigación ofrece abundantes ejemplos prácticos para las clases y te permite estar actualizado sobre los avances de tu campo, mientras que la docencia garantiza una visión de conjunto. A mí me interesa especialmente la calidad y la innovación docente. Hemos desarrollado varios proyectos como un software de simulación de programas de mejora genética vegetal. En condiciones reales, este proceso tarda entre cinco y diez años, por lo que en las prácticas solo se abordan aspectos parciales. Mediante el software que diseñamos, en cambio, el estudiante desarrolla un programa completo de mejora. Fue muy satisfactorio cuando la Sociedad Americana de Ciencias Hortícolas, la más importante a nivel mundial, lo declaró el mejor artículo docente de 2010.
En el COMAV se ubica el único Banco de Germoplasma de hortalizas de la Comunidad Valenciana. Como hemos visto, tanto las variedades que ya no se cultivan como las plantas silvestres que están emparentadas con las hortalizas que consumimos, son una valiosa fuente de genes. Es decir, poseen características que podemos introducir en las plantas cultivadas para mejorarlas. Para evitar que se pierda este patrimonio genético, disponemos de un Banco de Germoplasma, el principal de hortalizas a nivel español. Contiene una reserva de más de 15.000 variedades de semillas que se conservan congeladas en unas cámaras de frío a -18 grados y niveles bajos de humedad.
¿Cómo es el proceso de recolección de estas semillas?
En el caso de especies cultivadas, se visitan agricultores generalmente mayores o dedicados a la agricultura ecológica que hayan recuperado variedades tradicionales. En el caso de las especies silvestres, solo se encuentran en su zona de origen por lo que organizamos expediciones de prospección científica. Por ejemplo, para obtener semillas de tomates y pimientos silvestres hay que desplazarse a la región andina de Sudamérica. Esa recolección es esencial porque en muchos casos las plantas están en riesgo de extinción, amenazadas por el desarrollo urbanístico, el cambio climático o la introducción de especies foráneas. En la región mediterránea de España también sobreviven algunas especies silvestres emparentadas con cultivos, como la alcachofa, la remolacha, la acelga o el olivo.
Las semillas que recolectamos son sometidas a un proceso de regeneración, caracterizamos las nuevas semillas que obtenemos y las conservamos hasta que las necesitamos para nuestra investigación o hasta que otros investigadores, particulares o empresas nos las piden. De hecho, hemos firmado muchos convenios con empresas de semillas interesadas en producir nuevas variedades de hortalizas.