José Manuel Sánchez Ron, miembro de la Real Academia Española

“En los grandes momentos de la historia de la ciencia, por desgracia, no hemos sido protagonistas”

El físico, historiador de la ciencia y académico de la lengua, José Manuel Sánchez Ron, habla con SINC sobre el papel de un científico en la Real Academia Española (RAE). Su último ensayo La nueva ilustración: Ciencia, Tecnología y Humanidades en un mundo interdisciplinar ha sido galardonado recientemente con el Premio Internacional de Ensayo Jovellanos 2011.

“En los grandes momentos de la historia de la ciencia, por desgracia, no hemos sido protagonistas”
José Manuel Sánchez Ron. Imagen: SINC.

Desde su cargo como académico, ¿qué papel desempeñan las ciencias en la RAE?

Científicos en la RAE somos pocos: Margarita Salas, Pedro García Barreno y yo mismo, con alguna persona que es partícipe de este mundo desde la arquitectura, como Antonio Fernández Alba. La mayoría de los académicos son filólogos, escritores o gramáticos. La contestación a la pregunta es que la RAE sabe muy bien que el mundo actual está penetrado de una manera muy intensa por el lenguaje de la ciencia y la técnica. De hecho, entre las comisiones que existen en esta institución hay una denominada “el vocabulario científico y técnico” de la que formamos parte, además nosotros cuatro, Salvador Gutiérrez –el director actual–, José Manuel Blecua, Guillermo Rojo, personas del mundo de la filología y las letras. Un ejemplo más de interdisciplinariedad.

¿Cómo trabajan en esta comisión?

Hacemos constantemente una revisión e integración de términos antiguos, e incorporamos nuevos términos. Pero existe otra forma implícita más de interdisciplinariedad en la RAE: las técnicas informáticas. Los bancos de datos actuales están en soporte electrónico para posibilitar el manejo de cientos de millones de textos. Estas prácticas son fundamentales para esta tarea y eso requiere estar al día y conocer los procesos de recopilación y tratamiento informático.

¿Existe uniformidad en el lenguaje científico?

Hay una falta de uniformidad que se ha acentuado en los últimos tiempos. No estoy hablando del castellano en particular, sino del lenguaje científico en general. Mientras que, por ejemplo, la nomenclatura clásica tradicional de la química –que patrocinó Lavoisier a propósito de la revolución de esta disciplina– pretendía seguir unas reglas lógicas entroncadas en los idiomas clásicos, en los últimos tiempos abundan las caracterizaciones, los nombres que son idiosincrásicos, que responden a caprichos y que no obedecen a ninguna regla que pueda orientar el significado respecto al entorno.

¿Y en el caso del castellano?

Al ser el inglés la lengua franca de nuestro idioma, en este sentido, abundan los anglicismos. Es algo contra lo que es muy difícil luchar y, de hecho, en la última edición del Diccionario de la Real Academia Española aparecen incluso con cursiva expresiones que tienen una fácil traducción. Big Bang, por ejemplo, podríamos traducirlo sin ninguna dificultad como “gran estallido”.

¿Se puede cambiar esta tendencia?

Es difícil y más teniendo en cuenta que el mundo hispanoparlante no es uno de los grandes productores de ciencia y técnica. Se ha introducido tanto la expresión inglesa en la cultura que cuando no hablamos de un término especialmente técnico, como el anterior, sino de uno que forma parte de una cultura más amplia, es difícil de combatir. Otras palabras como spin, más antiguas, se han castellanizado –en este caso sustituyendo la ‘s’ líquida por ‘es’ (espín)–. Es un procedimiento que tampoco debe extrañarnos porque el español está lleno de extranjerismos que se han adecuado. Lo que sucede es que es más frecuente en el ámbito de la ciencia y, dentro de esta, en la informática, donde introducimos expresiones que uno siente como extrañas aunque se hayan incorporado, como chat, clicar o cliquear.

¿Cómo influyen en todo esto las nuevas tecnologías e internet?

El intercambio, el manejo de información y el soporte de las publicaciones es algo que afecta a todos y en particular a la historia de la ciencia. Algunos efectos son ciertamente positivos, como la mayor facilidad de acceso a la información para el historiador, con la digitalización y el incremento de bancos de datos o archivos que se ponen a su disposición en la red. Además, ya no podemos apoyarnos como antes en fuentes escritas y correspondencias en papel, sino que el correo electrónico es ahora nuestra fuente principal de comunicación. De hecho, este medio de comunicación se desarrolló con Tim Berners-Lee en el CERN.

Ha recibido el Premio Internacional de Ensayo Jovellanos 2011 por su obra La nueva ilustración: Ciencia, Tecnología y Humanidades en un mundo interdisciplinar. ¿Cómo se construye esta unión de especialidades?

En este libro lo que muestro es que en el área de la ciencia y la técnica esa interdisciplinaridad ya existe. Es un trabajo que señala esa realidad y, además, indaga en el pasado. En momentos muy fecundos de la historia de la ciencia esa interdisciplinaridad ya existía, aunque no fuera con la intensidad de hoy en día. Trato también de referirme a la interdisciplinaridad entre las ciencias de la naturaleza y las ciencias sociales –como la economía– o las humanidades –como el derecho, la historia, la filosofía, incluso la literatura–.

Como historiador de la ciencia, ¿cree que existe algún científico español olvidado o poco reconocido?

A nivel de Nobel no. En general, ha habido algunos científicos muy relevantes (no hablo del presente, de los que están vivos, sino de los que ya no están con nosotros), pero no creo que haya ningún genio olvidado que hubiera merecido en el siglo XX un premio de esta categoría. De los que tenemos, por supuesto, el fundamental es Ramón y Cajal, mientras que Severo Ochoa, aunque se formó en España, lo ganó por sus trabajos en EEUU.

Respecto a científicos minusvalorados en otras épocas, es posible que la literatura de la historia de la ciencia no haya prestado suficiente atención fuera de España a algunos de ellos. Estoy pensando –aunque en España no ha sido olvidado–, en Jerónimo Muñoz, que llevó a cabo una obra significativa sobre la observación de la nova de 1572 al mismo tiempo que el astrónomo danés Tycho Brahe, del que se habla mucho más. Con justicia, porque su trabajo es mayor que la de Muñoz, pero quizá en este apartado se le haya olvidado un poco.

¿Qué es lo que en su opinión debería cambiar?

En general, creo que en el ámbito internacional debería estar más presente la historia de la ciencia española del pasado. Pero en cuanto a los grandes momentos de la historia de la ciencia, por desgracia, no hemos sido protagonistas en general, salvo que hablemos de tiempos bastante anteriores a la revolución científica de los siglos XVI y XVII que dieron origen a la ciencia moderna. A partir de esta revolución la presencia de la ciencia española ha sido pequeña.

¿Tiene algún período preferente de la historia de la ciencia?

Varios. El siglo XVII me fascina, por las contribuciones de Isaac Newton o de Robert Boyle. Por otro lado, el XVIII, la Ilustración, también me encanta, no solo por la ciencia que produjo, sino por la época esperanzada y esperanzadora que fue. El XIX, en el que he trabajado, es el siglo de Charles Darwin, James C. Maxwell, la geometría euclidiana, y termina con el descubrimiento de los rayos X y la radioactividad. El XIX y el XX son a los que profesionalmente más me he dedicado, pero el XVII y el XVIII me fascinan.

Fuente: SINC
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