La investigadora del Centro de Ciencias Humanas y Sociales del CSIC Amparo González Ferrer califica de auténtico milagro que en España el fenómeno migratorio no haya producido los conflictos que sí se han registrado en otras sociedades receptoras. Pero dice que ese equilibrio es inestable, "tanto que con dos portadas de periódico se puede romper".
¿Cuáles son las conclusiones de su informe La nueva emigración en España: lo que se sabe y lo que no? ¿Qué es lo que no se sabe acerca de esta emigración reciente?
La principal es que sabemos muy poco, ya que los instrumentos de medida de este nuevo flujo migratorio son escasísimos y muy limitados, tanto en su precisión como en su contenido. El conocimiento del fenómeno es insuficiente como para hacer aseveraciones sobre sus causas o consecuencias. Nos movemos en el terreno de la especulación. Todo apunta a que la salida no es masiva pero es importante desde 2008. Sobre todo se observa un crecimiento de las salidas desde finales de 2010, cuando empiezan a empeorar las perspectivas, a agotarse los subsidios de desempleo, a llegar noticias de gente a la que fuera le ha ido mejor... Lo que ocurre en las fases iniciales de casi todos los procesos migratorios.
¿De qué cifras estamos hablando?
La cifras proporcionadas por el INE desde 2008 hasta finales de 2012 indican que unos 220.000 españoles habrían salido de España. Eso incluiría todos los grupos de edad, no solo migración estrictamente laboral. El informe, al contrastar los datos que proporcionan los países a los que los españoles se están marchando, como Reino Unido y Alemania, demuestra cómo nuestras fuentes subestiman esas salidas porque están basadas en registros que no son obligatorios, sino que dependen de la voluntariedad del emigrado. Como todas las medidas están basadas en este único instrumento, no son fiables. Recogen una parte pequeña y sesgada, porque tienden a registrarse aquellas personas que ya están más establecidas y que tienen más claro que se van a quedar fuera durante un periodo largo.
¿Por eso sostiene que es difícil realizar un diagnóstico a medio plazo sobre qué va a suponer esta emigración?
Claro, tanto para los individuos como para el país. Sin instrumentos fiables no podemos diseñar ninguna política de intervención en ningún sentido, con independencia de qué evaluación nos merezca el impacto del fenómeno. Lo único que podemos hacer es lo que estamos haciendo: no hacer nada.
En su libro ¿Inmigración. Integración sin modelo?, del que es coautora, refleja la idea de que la inmigración no se ha debatido suficientemente.
Hay algo de debate, pero suele ser muy parcial y poco informado, con poco aprovechamiento del conocimiento científico. Hay una tendencia a quedarse en la superficie de los debates, a simplificar los fenómenos que se quieren regular y por tanto a distorsionar un poco las conclusiones sobre las causas y consecuencias de los mismos.
¿Existe comunicación entre los dirigentes políticos y la comunidad científica?
Percibo muy poca comunicación entre el diseño de las políticas y el conocimiento científico o informado. En ciencias sociales en general, y en temas como la inmigración, de gran repercusión social, esa simplificación del problema fomenta que todo el mundo tenga una opinión y se considere además que es igualmente válida aun sin estar informada. Entre nuestras instituciones públicas y la investigación hay poca colaboración, no por falta de deseo de los individuos de cada lado, sino por falta de diseño institucional adecuado, no hay incentivos, no hay una tradición.
¿Y esto repercute en la adopción de políticas inadecuadas?
Sí. Por ejemplo, en el ámbito de la inmigración y la emigración ha habido muy poco aprendizaje de experiencias previas en otros países. Todo el mundo piensa que su situación y su contexto son distintos, que lo que les pasó a algunos no nos puede pasar porque todo ha cambiado... Pero cuando se compara la gestión de los flujos migratorios, las respuestas políticas y las reacciones de las sociedades receptoras en los últimos 50 años, aunque con variaciones, hay ciertos movimientos repetidos, periódicamente resurgen los mismos conflictos, los mismos debates con el mismo tratamiento periodístico y político, la consiguiente misma reacción en la sociedad receptora... y es un poco frustrante.
¿Qué es frustrante? ¿No haberlo corregido?
Sí, aunque es complicado. Además en este tema el conocimiento científico tiene un reconocimiento menor que en otros ámbitos. Se supone que está mediatizado por tu propio posicionamiento ideológico, con lo que es un poco difícil debatir y transmitir de una forma relativamente aséptica lo que conoces de otras experiencias para no cometer errores similares. Respecto a la comparación con las experiencias de otros países, veamos el caso alemán: aunque la motivación migratoria fuese similar [socioeconómica], su gestión de la migración en los años 60 fue radicalmente distinta a como ha sido la nuestra.
¿Cuáles son estas diferencias?
En Alemania hubo programas estatales de reclutamiento de trabajadores extranjeros, mientras que nuestra experiencia de inmigración, inducida por una intensa demanda de mano de obra, ha sido muy poco regulada por el Estado. ¿Dónde están las similitudes? Aquí también se decía "bueno, ya se irán cuando no haya trabajo", aunque sabíamos que en Alemania no fue así. Se sabe que un porcentaje muy grande de la emigración se queda y se convierte en permanente, generando otro tipo de retos. Aquí eso se ignoró por completo durante años, muchas veces por falta de valentía política para instruir a la población acerca de la complejidad del fenómeno y los retos de gestión que implicaba.
A pesar de esa ausencia de debate, el libro subraya que la acogida de la sociedad española a la inmigración ha sido sosegada.
Sí, eso es un auténtico milagro si lo ponemos en perspectiva comparada, pero ese equilibrio es inestable, tanto que con dos portadas de periódico lo puedes romper. Pero sí, es un misterio que aquí no exista un movimiento de extrema derecha fuerte o que no haya surgido una reacción contra los inmigrantes en el actual contexto de crisis, cuando tenemos una población inmigrante mucho mayor que en Reino Unido (allí no hay ni 100.000 rumanos frente a los 700.000 de aquí, y además aquí tenemos un 26% de paro). Pero en ese país ha habido una utilización política-electoralista del fenómeno y aquí, hasta ahora, no, o en mucha menor medida. Aunque lo sucedido a raíz de las muertes en Ceuta es significativo y puede marcar un cambio de tendencia.
¿Considera que hay una utilización política de la inmigración en nuestro país?
Sí, si no se hubiesen desencadenado los acontecimientos en Ceuta, quizás no se habría producido. Lo sorprendente es que no se haya utilizado antes. Creo que antes de sacrificar a un ministro se sacrifica la estabilidad social de un país, y eso es particularmente triste. Mi sensación es que esto responde únicamente a una estrategia de supervivencia electoral. Ha ocurrido igual en Reino Unido, por ejemplo. En esto siempre digo que no somos diferentes. En Reino Unido, con unas cifras más bajas de inmigración en décadas, esta se considera el primer problema del país, porque UKIP, un partido antieuropeísta, promueve esa visión y el resto de formaciones políticas se suben al carro. Así el conflicto se saca de quicio y la población tiene una percepción distorsionada respecto a cuánta inmigración llega y qué problemas genera. Aquí da la impresión de que se abre la veda para que ocurra lo mismo simplemente porque no se ha sabido gestionar una situación concreta en la frontera.
¿Qué opina del papel de los medios de comunicación?
Los medios lo fomentan. Sin ellos el Gobierno o un partido concreto no es capaz de generar la misma alarma social. Hay otro asunto: para nosotros es complicado porque cuando nos llaman los periodistas siempre quieren ver un cambio de tendencia. Pero los cambios demográficos son mucho más lentos y generalmente responden a una confluencia de factores. No podemos inventarnos las cifras. Esto es una lucha constante en las ciencias sociales. Por eso a veces nos retraemos, porque se distorsiona lo que decimos y se cuestiona nuestro trabajo cuando lo que declaramos no gusta a determinadas personas.
¿hay cierta tendencia a estudiar el fenómeno migratorio en función del impacto en la sociedad de acogida?
Sí, aunque eso ha cambiado un poco en los últimos años. No solo en el análisis científico, también en el diseño de las políticas europeas se pone más énfasis en la cooperación con los países de origen y en conocer cuáles son las condiciones que en origen explican la aparición de flujos migratorios, su sostenimiento en el tiempo o su reversión. Es cierto que hay una visión muy egocéntrica del fenómeno migratorio porque uno ve lo que recibe, sin entender todo el proceso. Precisamente la perspectiva demográfica, y sobre todo el enfoque del curso vital con el que trabajo, es apropiado para eso: en lugar de estudiar a los individuos en un momento concreto de su vida, se reconstruye su biografía año a año. Así es más fácil analizar cómo a medida que ha cambiado la vida y circunstancias de ese individuo en su sociedad de origen, lo que en principio no era una opción, la migración a otro país, aparece como tal.
Quizá ese cambio de perspectiva se vea también reforzado por la situación que atraviesa España.
El hecho de que usted o su entorno sea partícipe de ese fenómeno migratorio sí puede ayudar a entender los condicionantes que empujan a migrar. Sin embargo, las barreras que existen entre los países con diferentes niveles de desarrollo hacen que pensemos que los determinantes que nos llevan a emigrar y las respuestas que se deben dar al fenómeno son también radicalmente distintos, lo cual no siempre es cierto. Los determinantes de la movilidad son generalmente muy similares, de tipo socioeconómico, salvo en el caso de conflictos bélicos.
¿Qué supone que la ciudadanía comprenda el fenómeno migratorio?
El beneficio no es inmediato pero es claro. Cuanto más informados estén a través de la investigación los decisores públicos, mejor. Conseguir eso para la sociedad en su conjunto es un proceso más lento, que consiste en construir sociedades más exigentes, mejor informadas y más capaces de exigir responsabilidades a sus políticos. Pero hay un paso intermedio más sencillo. Sin embargo, la penetración de la investigación en la administración pública y en los decisores es mínima. El otro día veía un telediario en el que se decía que lo sucedido en Ceuta pone de manifiesto el aumento de la presión migratoria. No es cierto. Efectivamente políticas más duras contra la inmigración irregular reducen el número de entradas efectivas, pero aumentan los intentos. Son vasos comunicantes: o modificas el deseo de emigrar de la gente en origen o lo único que consigues es una diversificación de las rutas, las exploración de rutas más peligrosas, y el aumento de muertes y de la presión migratoria, es decir, las mismas personas lo intentan más veces. ¿Por qué no se tiene en cuenta todo esto? Porque no interesa.