Ha dedicado toda su vida al rescate y la reintroducción de los chimpancés en África y ha conseguido dedicarles tres grandes islas vírgenes para que aprendan a vivir en la naturaleza. Esta veterinaria se ha convertido en la nueva Jane Goodall española y considera a estos animales como sus amigos.
Rebeca Atencia (1977, Ferrol) vivió desde pequeña rodeada de animales cerca de las montañas de Ferrol, en Galicia. Estudió veterinaria en la Universidad Complutense de Madrid y siempre supo que quería trabajar con animales salvajes. Hoy es directora del Instituto Jane Goodall en la República Democrática del Congo y dirige el Centro de Rehabilitación de Chimpancés en Tchimpounga (CRCT), el santuario de chimpancés más grande de África.
Allí fue donde consiguió comprar, con la ayuda de un donador, tres islas vírgenes para transferir a estos primates antes de reintroducirlos definitivamente en la naturaleza. Jane Goodall siempre le estuvo muy agradecida por haber cumplido su sueño de dar un hábitat seguro a los chimpancés en Congo.
¿Por qué quisiste trabajar con animales salvajes?
Porque me crié con mis seis hermanos muy cerca del campo y estaba todo el día viendo animales. Allí, además, tuve una persona que me inspiró mucho cuando era pequeña: Jaime, el guardabosques de las montañas de detrás de mi casa. Yo quería ser como él porque siempre lo veía aparecer de la nada y se conocía todos los caminos secretos del monte.
Una vez hubo un incendio muy grande y pensé que todos los animales de allí se morirían. Fuimos corriendo a avisar a Jaime y cuando llegamos vimos que ya había recuperado aves de los nidos e incluso un cachorro de zorro.
¿Cuándo decidiste dedicarte a la primatología y marcharte a la República Democrática del Congo?
Durante la carrera hice prácticas en el zoo de Madrid y solía ir a centros de rescate. Al ver los animales en cautividad se te rompe el alma y, entonces, necesitas hacer algo más. Yo quería reintroducirlos y mi gran sueño comenzó a ser ir a la selva. Me apetecía convivir con ellos.
En esa época, Help Congo era el único proyecto en todo el mundo que reintroducía a los chimpancés. Fui a visitarlo y me ofrecieron trabajar allí dirigiendo el equipo de durante un año.
¿Cuál es tu trabajo en la República Democrática del Congo?
En Congo buscamos el bienestar de los chimpancés en el centro de recuperación al mismo tiempo que los reintroducimos. Por otro lado, hacemos campañas educativas para sensibilizar sobre la caza y, por último, intentamos que se aplique la ley. Así fue como conseguimos, después de diez años, una bajada radical de la llegada de chimpancés huérfanos al centro.
Además, aconsejo a otros países sobre cuestiones de bienestar, de integración, de salud, actuaciones para luchar contra el tráfico ilegal… Por eso, trabajo en el Congo y en todo el mundo.
¿Cómo llegaste a formar parte del Instituto Jane Goodall?
Mientras trabajaba en Help Congo, dio la casualidad de que en esa época Jane Goodall no tenía instalaciones suficientes para mantener en buenas condiciones a los más de 100 chimpancés que tenía en un santuario que se llama Tchimpounga. Como una de las soluciones era introducirlos, vinieron a conocer nuestro proyecto.
Yo estaba muy apasionada y creía realmente en la reintroducción. Allí Jane vio algo en mí y me ofreció trabajar de gerente en el centro donde estoy ahora. Conseguí una de las cosas más bonitas: les dimos a los chimpancés unas islas vírgenes de más de cien hectáreas para que pudieran instalarse.
¿Cómo es tu relación con Jane Goodall?
Desde que llegué al santuario me sentí muy apoyada por ella, siempre creyó en mí. Por ejemplo, cuando he necesitado algo difícil, como las islas, Jane consiguió el dinero de un donador. Es como un hada que de repente te pregunta qué necesitas y te ayuda.
Tenemos muy buena relación y lo que me gusta de ella es que te agradece las cosas. Cuando yo impulsé el proyecto de las islas se sintió superagradecida conmigo. Me acuerdo de que una vez me dijo “gracias por hacer realidad mi sueño” y yo le respondí “no me digas eso, que se me caen las lágrimas”. A ella también se le caían.
¿Con quién trabajas en el centro de recuperación?
En nuestro instituto tenemos 130 trabajadores e intentamos que sea gente local. No queremos venir de fuera y decirles cómo tienen que hacerlo, pretendemos que los congoleños sean líderes en la protección del medio ambiente.
¿Con cuántos chimpancés trabajáis?
Tenemos más de 140.
¿Y conoces el nombre de todos?
Claro, el nombre, la personalidad, por delante, por detrás, la vida que han tenido… y ellos me conocen a mí. Ir a la selva te hace entenderlos más porque entiendes su medio. Te avisan del peligro. Te miran diciéndote que viene un elefante o que cerca hay una comida muy rica. Es algo rarísimo porque de repente te metes en su mundo.
Pero los chimpancés pueden llegar a ser muy agresivos, ¿no sientes miedo cuando se te acercan o abrazan?
Son animales muy grandes que te pueden matar en cinco segundos pero, a pesar de ello, cuando tienen mucho miedo se ponen como bebés y se abrazan a ti o te dan la mano. Eso pasa cuando les devolvemos a la selva porque al principio el apoyo emocional es muy importante. Luego ya se vuelven independientes. Los que te abrazan son los que te conocen porque has hecho alguno muy bueno por ellos.
¿Has desarrollado mucha empatía con ellos?
Sí, son como mi familia, yo soy su madre, su médica y responsable de lo que les pasa. Pero esta empatía ha llegado incluso a ser dañina para mí. Terminé con un trastorno por estrés postraumático por la pérdida de algunos chimpancés que eran muy amigos míos.
Vi enfermo a uno de ellos, con el que había convivido muchos años. Él me reconocía y me daba la mano como un humano cuando está enfermo, me miraba a los ojos y dejaba de llorar al verme porque creía que lo iba a salvar, porque ellos saben que soy veterinaria… pero hay enfermedades que no podemos curar. Me chocó pensar que a veces no se puede hacer nada aunque todo el mundo cuente contigo.
¿Cuál es la situación real de los chimpancés?
Los chimpancés están en peligro de extinción por la pérdida de sus hábitats. Durante muchos años los primates eran animales de compañía y en algunos países se usan como alimento. El problema comienza con la tala abusiva. Se deforesta para obtener madera y plantar monocultivos. Al destrozar sus hábitats, los cazadores furtivos tienen más acceso a ellos. Por ejemplo, los orangutanes ya están desapareciendo. En Congo todavía no estamos en ese punto.
¿Qué podemos hacer desde aquí?
Tenemos que hacer un consumo responsable. Con nuestro instituto se puede colaborar, por ejemplo, con una campaña en la que tú puedes enviar tu móvil a reciclar cuando no te sirve. Estos tienen un material (coltán) que se obtiene en muy pocos países y provoca inestabilidad política. Los fondos de ese reciclaje vuelven a África.
Otra campaña es la de Roots & Shoots que pretende empoderar a los jóvenes. Hay una historia muy bonita en la que un niño de Granada con nueve años se enteró de la importancia de este materia, hizo una campaña en su colegio y recogió muchos móviles. Se emocionó al ver que haciendo poquito se podía tener un impacto muy grande. Al tiempo, vio que un circo con animales iba a su pueblo y escribió una carta superbonita al alcalde para decirle que eso no estaba bien. Respondieron creando un decreto en el que prohibieron los circos con animales en ese pueblo.
¿Alguna vez te has sentido discriminada o has sentido que tu trabajo era más difícil por el hecho de ser mujer?
Cuando estás al frente de un equipo de veinte personas en mitad de la selva, no puedes mostrar miedo. Tenía que demostrar mucha fuerza y valentía aunque estuviese cansadísima. Eso al principio cuesta pero luego te valoran más por ser mujer. Ser mujer no lo he visto como un impedimento, pero trabajadoras mías en Congo sí han tenido muchos problemas. Cuando puse a algunas de ellas como jefas fue muy difícil porque los otros trabajadores no las aceptaban. Fue hace 16 años y tuve que estar muy unida a ellas para que no les perdieran el respeto.
Cuando tuviste hijos, ¿fue difícil llevártelos a Congo?
La gente se sorprendía de que me fuera al Congo con los niños, pero yo vivía en Congo y me los tenía que llevar conmigo. Creo que ha sido una experiencia muy bonita para ellos. Los niños han vivido la tierra de primera mano… Por ejemplo, a ellos les encanta plantar árboles y cuando terminan de comerse un aguacate, el hueso lo guardan. Cuando ven a alguien tirarlo le dicen “¡pero qué haces, estás tirando un árbol!” porque son cosas que se les han quedado dentro.
¿Ha mejorado la situación de los chimpancés desde que empezaste a trabajar con ellos?
En algunos países ha empeorado. Los primates están desapareciendo a una velocidad alarmante. Lo que está pasando con los orangutanes es una locura. Pero la concienciación ha aumentado muchísimo. Cuando yo hablaba del aceite de palma hace doce años, la gente no lo conocía. Ahora se puede leer en la crema de chocolate ‘sin aceite de palma’ y la gente sabe a lo que se refiere. Pero el cambio tiene que ir deprisa porque la destrucción va más deprisa. Estamos en un momento crítico y tenemos que actuar todos. Yo creo mucho en la sociedad actual.