La llegada de Armstrong y Aldrin a la Luna, el accidente del Apollo XIII y los avatares de los trasbordadores espaciales son algunas de las misiones de la NASA en las que participó Carlos Gonzalez desde España. En concreto, desde las estaciones madrileñas de Fresnedillas de la Oliva y Robledo de Chavela, donde gestionaba las comunicaciones entre Houston y los astronautas.
El ingeniero Carlos González (Madrid, 1946) trabajó 43 años para la NASA, primero en la estación de seguimiento de vuelos tripulados de Fresnedillas de la Oliva y luego en el Complejo de Comunicaciones del Espacio Profundo de Robledo de Chavela, donde se jubiló como vicedirector y jefe de operaciones. Desde estos dos centros madrileños ha vivido de cerca la aventura espacial. Este mismo mes se ha publicado el libro El gran salto al abismo sobre su vida, editado por Next Door Publishers.
¿Cuándo comenzaste a trabajar para la NASA?
En octubre de 1968, justo antes de que se lanzara el Apollo VII. En realidad había visto el anuncio 18 meses antes: un puesto de técnico electrónico para la estación de seguimiento de satélites en Robledo, pero cuando fui a firmar el contrato me dijeron que era imprescindible tener el servicio militar, así que tuve que hacerlo.
Año y medio después volví a las oficinas que la NASA y el INTA tenían en la calle Orense de Madrid y la secretaria Pilar del Río me sacó el mismo contrato, aunque me dijo que en lugar de a Robledo iría a la vecina estación de Fresnedillas. Allí estuve unos meses y enseguida me mandaron al ala Apolo de Robledo, en un ambiente muy americano donde a los jefes se les trataba de tú (algo impensable en aquella época), se trabajaba en equipo y ascendía el que de verdad valía.
¿Los vuelos tripulados se seguían desde las dos estaciones?
Sí. Era necesario tener dos antenas. En Fresnedillas estaba la prime (la principal), y en Robledo la backup (de respaldo o seguridad), donde las señales eran de mejor calidad porque sus amplificadores estaban preparados para las misiones de espacio profundo. El ala Apolo la llevaban solo americanos y el INTA me mandó allí como avanzadilla del equipo español de operaciones que quería formar.
Comencé trabajando como técnico del sistema de radiofrecuencia. Me ocupaba de los receptores y transmisores, de que la señal estuviera lo más limpia posible, sin ruido. Todas las comunicaciones entre Houston y los astronautas pasaban por el equipo que estaba a mi cargo. De hecho, fui el único español en Robledo durante la misión Apolo XI.
¿Cómo viviste la llegada a la Luna?
Fresnedillas llevaba el control del módulo lunar en el que aterrizaron Armstrong y Aldrin, y Robledo se encargaba del módulo de mando que quedó orbitando, pero en ambas estaciones teníamos receptores cubriendo los dos vehículos. En el momento del alunizaje toda mi mente estaba puesta en los receptores, en que la señal estuviera bien. Todas las comunicaciones pasaban por las dos estaciones y las oímos en tiempo real, así que escuché la mítica frase “El águila ha aterrizado”.
En realidad, estaba tan ocupado que en ese momento no fui consciente de la relevancia de lo que estaba pasando. Cuando la Luna se ocultó por el horizonte, el seguimiento de la misión pasó a la estación de Goldstone, en California. Recuerdo que nos felicitaron desde Houston, me separé de la consola con las piernas temblando y encendí un cigarrillo fuera. Mirando al cielo nocturno pensé lo que había vivido aquel día, un granito de arena en un hecho histórico.
… que ocurrió horas después, cuando Armstrong pisó finalmente el suelo lunar.
Si, tras el alunizaje hicieron esperar cinco horas a los astronautas dentro del módulo para que salieran y pisaran la Luna a una hora razonable en todo el territorio estadounidense. La señal ya se controlaba desde allí. A nosotros en España nos pilló de madrugada. Yo lo seguí en directo tomando aperitivos en casa de mis padres. Por cierto, la señal de televisión fue malísima debido a los cambios de formato y pérdidas durante la transmisión. Me di cuenta al día siguiente, cuando vimos las mismas imágenes muy bien con los conversores y monitores de la estación. La verdad es que fue una hazaña increíble.
¿Qué aspectos destacarías?
Muchos aspectos: desde lograr realizar un viaje de 400.000 kilómetros, los últimos 100 bajando en un módulo lunar con paredes muy finas (del grosor de 4 láminas de papel de aluminio en las zonas donde no había equipos), hasta trabajar con un ordenador que tenía 180.000 veces menos capacidad que cualquier móvil actual. También tuvieron que usar dos motores nuevos, sin probar, porque la tobera se deshacía durante el tiempo de operación. Los astronautas lo sabían, y le echaron un par de narices. Si hoy nos propusieran ir a la Luna con la tecnología de aquella época y con dos motores que no han sido probados, seguramente más de uno diríamos que no.
Carlos Gonzalez trabajó en el ala Apolo de la estación de Robledo de Chavela. / Álvaro Muñoz Guzmán/SINC
De todas formas, hay gente que todavía no se lo cree...
Los 'conspiranoicos' argumentan cosas como que la bandera ondulaba y en la Luna no hay viento, pero desconocen que estaba hecha de un tejido especial contra la radiación y resulta que quedó algo plegada porque no podían clavar mucho el mástil y, si la expandían del todo, se caía. También dicen que en las fotos no se ven estrellas, lo que denota que no tienen ni idea de fotografía: el Sol pega tan fuerte y refleja tanto allí que, o cierras el objetivo, o las fotos salen veladas.
Además, nuestras antenas parabólicas tenían un ancho de haz determinado (250 milésimas de grados) y registraban que efectivamente el Apolo XI estaba en coordenadas que correspondían sin duda a la Luna. Incluso si la mentira hubiera estado muy bien fabricada, y hubieran colocado en medio un satélite al que enviaran una señal de TV desde la Tierra para que rebotara y pareciera que venía desde nuestro satélite, teníamos un radar que medía las distancias y estaba claro que había 400.000 km: era la Luna.
¿Cuál fue el momento más difícil de tu carrera?
Quizá cuando estuve más preocupado fue durante el lanzamiento del primer trasbordador espacial: el Columbia. Era un vuelo de prueba y, tras su lanzamiento desde Cabo Cañaveral, falló la antena de Merritt Island, que era la primera que tenía que recoger su señal. También hubo otra incidencia en la segunda estación, la de Bermuda. Luego había un periodo donde no se podía ver la nave, y los siguientes éramos nosotros. Desde Houston, el director de vuelo nos dijo con voz grave: “¿Madrid, estáis bien para coger el trasbordador? Agarrad ese pájaro”. Afortunadamente apareció finalmente por donde debía, recibimos su señal y pudieron encender los motores y entrar en órbita. Si no lo hubiéramos conseguido, se hubiera abortado la misión. En compensación, tengo un certificado con una pequeña bandera que voló a bordo del Columbia.
¿Y el momento más gratificante?
Ver amerizar a los tripulantes del Apolo XIII, después de los problemas que tuvieron por la explosión de un tanque de oxígeno. La probabilidad de todos los vuelos tripulados del proyecto Apolo era del 50 %, lo que no quiere decir que fueran a morir los astronautas la mitad de las veces, sino que hubiera éxito en el lanzamiento, el descenso a la Luna y volver. Sin embargo, en el Apolo XIII, el porcentaje se redujo al 12 % tras el accidente. Pero fueron resolviendo la situación –como se muestra en la película sobre esta misión– y en la reentrada el porcentaje ya estaba en un 55 %, por las dudas sobre si el paracaídas se iba a abrir.
En estos vuelos también se produce un periodo de silencio, cuando la nave está haciendo la reentrada y empieza a envolverse en llamas, donde todo lo que hay alrededor se ioniza y se pierde la comunicación. Hasta que la velocidad no disminuye lo suficiente y se apaga el fuego, no se recupera la comunicación. Ese periodo dura de 3 a 3,5 minutos, pero en el Apolo XIII ya llegaba a 4,5 y se temía lo peor. Si sufres un impacto en el océano a 300 km/h, olvídate: estás muerto. Por suerte no ocurrió así: su cápsula amerizó bien y volvieron sanos y salvos. Fue muy emotivo.
¿Cómo ves los futuros viajes tripulados a la Luna y Marte?
Tengo mis dudas sobre su necesidad, pero está claro que se harán, aunque yo no lo vea. Los viajes a Marte parecen pasar por tener una estación espacial intermedia en la Luna, pero me pregunto si no sería más fácil salir directamente desde la Tierra. En cualquier caso, hay que superar muchos retos: los efectos de la radiación cósmica, el tamaño mínimo de la nave para llevar todo lo necesario, incluyendo los consumibles y equipos de ejercicio para media docena de tripulantes, además de los problemas de espacio, intimidad y convivencia durante muchos meses. Lo veo complicado.
Además, el interés por la exploración espacial de los contribuyentes no es el mismo que hace 50 años. El presupuesto de la NASA para el proyecto Apolo correspondería hoy a unos 200.000 millones de dólares. Si le preguntas al ciudadano medio, te dirá: ¿Cuánto cuesta y para qué vamos a ir a Marte, si ya hemos mandado satélites y robots de exploración? Lo que está claro es que marcianos no hay. En cualquier caso, algún día iremos, seguramente en misiones internacionales y quizá ya lideradas ya por China.