El VIII congreso Pain in Europe, en Florencia, ha reunido a miles expertos para abordar de forma multidisciplinar el dolor crónico, sus mecanismos de acción y el tratamiento. Hans Georg Kress, director del Departamento de Anestesia Especial y Terapia del Dolor del Hospital General de Viena, analiza la situación desde su larga experiencia en una disciplina poco reconocida incluso entre la comunidad médica: “No es solo una cuestión de los pacientes y los especialistas, sino también de los sistemas sanitarios y políticos”.
¿Por qué hay tan poca conciencia acerca de una dolencia tan extendida como el dolor crónico?
Esta enfermedad está muchas veces oculta detrás de otros diagnósticos. No hay una sola categoría en la Clasificación Internacional de Enfermedades, utilizada en hospitales de todo el mundo, que aluda al dolor crónico, porque suele ocultarse detrás de diagnósticos neurológicos u otras enfermedades como la diabetes. Si un diabético tiene una neuropatía recibirá insulina para tratar su trastorno metabólico, pero el dolor continuará; sin embargo, este paciente siempre será considerado solamente un diabético. Incluso algunos médicos no saben que el dolor crónico es una enfermedad, creen que es un síntoma que desaparece mediante tratamiento fisiológico, lo que no es cierto.
¿Cuáles son las dificultades en el diagnóstico?
Los médicos están acostumbrados a basarse en imágenes. Creemos lo que vemos, pero no podemos ver el dolor ni medirlo. Por ello debemos tener expertos bien entrenados que sepan distinguir si un paciente padece dolor crónico, si se debe a otra dolencia, o si su molestia es consecuencia de una insatisfacción vital. Para ello, utilizamos cuestionarios y contamos con la ayuda de psicólogos que nos ayudan a filtrar a estos pacientes especiales. El tratamiento del dolor no consiste en prescribir un medicamento, sino en saber cómo utilizar lo qué está escrito en libros de dos mil páginas para aplicar con cada paciente el procedimiento concreto que necesita.
¿Es más importante conocer cómo tratar a estos enfermos que tener herramientas de diagnóstico más complejas?
Exactamente. Para un tratamiento adecuado del dolor necesitamos que nuestro cerebro actúe como terapeuta, escuchar al paciente. La primera entrevista dura un mínimo de una hora y es necesario utilizar toda tu experiencia. El resto es secundario. Estos pacientes ya han recorrido muchos hospitales y clínicas de un médico a otro, tienen decenas de imágenes y pruebas, pero no han solucionado su problema.
¿Cómo se puede cambiar la situación?
Hay que afrontar el problema desde diferentes perspectivas. Tenemos que mejorar la educación en las facultades de Medicina e informar a postgraduados y especialistas que ya están ejerciendo, especialmente a los médicos de familia. También a los cirujanos; muchos de ellos no tienen ni idea de que el dolor puede persistir tras una operación, pero un porcentaje importante de los pacientes con dolor crónico lo sufren debido a una cirugía.
¿Sería también necesario trasladar esta información al resto de la sociedad?
Por supuesto, y para ello necesitamos estar en los medios de comunicación y hacérselo saber a los políticos, que deciden dónde se invierte el dinero de los impuestos. Actualmente se dedica más dinero a tratamientos contra el dolor crónico que en cáncer y diabetes juntos. Es necesario invertir en investigación, educación y en crear instituciones e infraestructuras especializadas en el tratamiento del dolor crónico. Debemos convencer también a las compañías de seguros médicos acerca de la prevención de esta enfermedad, porque cuando un individuo padece este cuadro es más probable que necesite una pensión por invalidez o una prejubilación.
¿Qué experiencias existen en el diálogo con los gobernantes?
La Federación Europea del Dolor trabaja en Bruselas con los representantes de la Comunidad Europea. Tenemos una reunión anual para analizar el impacto social del dolor crónico. Ha habido ya tres simposios en el Parlamento Europeo donde invitamos a los políticos y a las autoridades sanitarias.
¿Y cuáles han sido los resultados?
Es un camino largo, requiere años, pero lo estamos consiguiendo. Comenzamos en 2001 y hemos intensificado el proceso a partir de entonces. Desde 2010 producimos publicaciones sobre el dolor crónico para la Unión Europea. Existen además sociedades en cada país que se comunican con los políticos de su territorio.
¿Cuál es el panorama en España?
En España, especialmente en Andalucía y Cataluña, ya estamos teniendo éxito con los gobiernos locales y las compañías de seguros médicos. Por ejemplo, en el uso de opioides España se sitúa en una situación intermedia de acceso a estos fármacos respecto al resto de Europa.
¿Y qué países están en cabeza?
Los mejor posicionados son Dinamarca, Austria, Inglaterra y Alemania.
¿Por qué la mala fama de estos fármacos?
El problema es que en 1961 la ONU tachó estas drogas de peligrosas y altamente adictivas. Los médicos se preocuparon porque no querían convertir a sus pacientes en adictos. Esto no tiene sentido, pero se ha transmitido de generación en generación por los profesores de las universidades. Incluso hoy en día, cuando los alumnos escuchan la palabra ‘opioide’ piensan en depresión respiratoria, porque desde el principio, sin haber visto a un paciente, lo primero que aprenden en Farmacología son los efectos negativos de estas drogas. Hay grandes restricciones a la hora de prescribir estas medicinas, el médico debe rellenar un formulario especial y las normas son muy complejas.
¿Cuál sería la situación de equilibrio en su uso?
Lo ideal sería que si un médico no está seguro de recetar estos fármacos, pueda redirigir a su paciente a un experto en dolor, para lo que necesitamos instalaciones especializadas. Todos los pacientes deben tener acceso a un tratamiento eficiente del dolor en la región donde viven y esto es algo que solo los políticos pueden garantizar.