La depresión derivada del dolor puede ser un factor que contribuya al desarrollo de la hipertensión arterial, según un nuevo estudio con más de 200 000 personas en Reino Unido.
El dolor crónico en adultos se asocia con un mayor riesgo de desarrollar presión arterial alta. Además, factores como la zona donde se localiza el dolor y la presencia de depresión parecen reforzar esta relación, según un estudio publicado en la revista Hypertension de la American Heart Association.
El análisis, basado en datos de más de 200 000 adultos en el Reino Unido, muestra que quienes sufren dolor crónico generalizado tienen más probabilidades de desarrollar hipertensión que quienes no presentan dolor, lo padecen de forma temporal o lo tienen en zonas específicas.
“Cuanto más extendido es el dolor, mayor es el riesgo de hipertensión”, explica Jill Pell, autora principal y profesora de Salud Pública en la Universidad de Glasgow. Parte de esta asociación se debe a que el dolor crónico aumenta la probabilidad de depresión, y esta, a su vez, eleva el riesgo de hipertensión. Detectar y tratar la depresión en personas con dolor podría reducir ese riesgo.
La hipertensión se produce cuando la presión de la sangre contra las paredes de los vasos es demasiado alta, lo que incrementa el riesgo de infarto o ictus. Afecta a casi la mitad de los adultos en EE UU y es la principal causa de muerte en ese país y en el mundo, según las guías conjuntas de la American Heart Association y el American College of Cardiology.
El estudio analizó la relación entre el tipo, la localización y la extensión del dolor y el desarrollo de hipertensión. La inflamación y la depresión son factores conocidos que aumentan el riesgo, pero hasta ahora no se había estudiado cómo median en la relación entre dolor y presión arterial.
Los participantes respondieron cuestionarios sobre dolor en distintas zonas (cabeza, cara, cuello, hombros, espalda, abdomen, cadera, rodilla o generalizado) y si persistía más de tres meses. También se evaluó la depresión mediante preguntas sobre ánimo, interés y energía, y se midió la inflamación con análisis de proteína C reactiva.
Tras un seguimiento medio de 13,5 años, casi el 10 % desarrolló hipertensión. En comparación con quienes no tenían dolor, el riesgo aumentó un 75 % en personas con dolor crónico generalizado, un 20 % en dolor crónico localizado y un 10 % en dolor temporal. Por zonas, el dolor abdominal crónico se asoció con un 43 % más de riesgo; las cefaleas crónicas, con un 22 %; el dolor de cuello y hombros, con un 19 %; el de cadera, con un 17%; y el de espalda, con un 16 %.
La depresión (presente en el 11,3 % de los participantes) y la inflamación (0,4 %) explicaron el 11,7 % de la relación entre dolor y hipertensión.
“Al atender a personas con dolor, los profesionales deben saber que tienen más riesgo de hipertensión, directa o indirectamente a través de la depresión”, señala Pell.

Al atender a personas con dolor, los profesionales deben saber que tienen más riesgo de hipertensión, directa o indirectamente a través de la depresión

Daniel W. Jones, presidente de las guías de hipertensión de 2025, añade: “Sabíamos que el dolor eleva la presión a corto plazo, pero este estudio muestra cómo el dolor crónico influye a largo plazo y cómo la inflamación y la depresión median en esa relación
Jones propone ensayos clínicos para evaluar estrategias de manejo del dolor y su impacto en la presión arterial, especialmente por el uso de antiinflamatorios como el ibuprofeno, que también puede aumentar la presión.
La investigación utilizó datos del Biobanco del Reino Unido, que reclutó a más de 500.000 personas entre 40 y 69 años entre 2006 y 2010. El análisis incluyó a 206 963 adultos, con una edad media de 54 años; el 61,7% eran mujeres y el 96,7 % blancos. El 35,2 % informó dolor musculoesquelético crónico; el 62,2 % dolor en un solo punto; el 34,9 % en dos o tres zonas; y el 3,2 % en cuatro.
Las personas con dolor crónico eran, en su mayoría, mujeres y tenían con más frecuencia hábitos poco saludables, un mayor índice de masa corporal, más enfermedades crónicas y vivían en entornos socioeconómicos desfavorables.
Los investigadores ajustaron los resultados por factores como tabaquismo, consumo de alcohol, actividad física, sedentarismo, sueño y dieta.
Los autores advierten que el estudio se realizó en adultos de mediana y avanzada edad, mayoritariamente blancos británicos, por lo que los resultados no son extrapolables a otras poblaciones. Además, el dolor se evaluó mediante autoinforme y solo se midió una vez, igual que la presión arterial.
Referencia:
Jill Pell. “Chronic Pain and Hypertension and Mediation Role of Inflammation and Depression”. Hypertension, 2025.