Hacer más con menos

Los modernos programas de ordenador pueden parecer, a primera vista, ejemplos admirables de la mejor tecnología, pero un análisis más profundo los descubre sobredimensionados, lentos y, sobre todo, de pésima calidad. Simone Santini, del Departamento de Ingeniería Informática de la Universidad Autónoma de Madrid, ha publicado en la revista Computer un estudio que pone de manifiesto el ahorro sustancial que se obtendría si se empleasen ordenadores y softwares más simples y manejables.

Todos los que poseen un ordenador con muchos programas instalados se han encontrado, alguna que otra vez, en la situación de instalar el programa A y descubrir que el programa B (que no tiene ninguna relación con A) deja de funcionar, o que añadiendo el antivirus C, el programa D se comporta de manera peculiar. La informática parece ser la única disciplina en la que problemas de calidad como estos son considerados aceptables. Pero, imaginemos lo que le pasaría al arquitecto de un rascacielos si al desconectar el ascensor se abrieran todos los grifos de la quinta planta, o si cambiando una bombilla en el sótano se derrumbase una pared en el ala oeste.

Los problemas antes mencionados son la consecuencia, en parte, de un proceso de diseño y programación que privilegia la creación rápida de nuevas versiones, con nuevas funciones (a veces útiles, más frecuentemente no) y que se ocupa poco o nada de la calidad del producto y de su simplicidad de uso. Todo esto se relaciona con una cultura industrial basada en lo inmediatamente visible, que no se ocupa de la calidad de base, creando programas cada día más grandes, complejos e ineficientes.

Una cura posible para los problemas de la informática sería entonces la simplificación drástica del software. No tiene sentido necesitar 1GB de memoria solo para instalar un sistema operativo personal, ni necesitar una CPU de 1GHz solo para poder abrir una ventana. Sin embargo, esto es lo que necesita el sistema operativo moderno más difundido.

Un sistema operativo moderno debería caber en 50MB de memoria y funcionar a una velocidad aceptable con una CPU de 50MHz. Con estas características debería ser posible construir un ordenador pequeño, liviano y económico, que contenga solo un pen-drive como memoria secundaria. Una CPU lenta puede trabajar con componentes lentos, resultando en un menor consumo de energía: con una CPU de 50MHz debería ser posible construir un ordenador portátil con una autonomía de 20 horas entre recargas.

Un ordenador de este tipo no supondría ninguna disminución en la productividad para el usuario profesional: las aplicaciones de tipo profesional (elaboración de texto, hojas electrónicas, presentaciones), si se diseñan adecuadamente y con el apoyo de un sistema operativo eficaz, se pueden ejecutar con la misma velocidad en una CPU de 50MHz de lo que se ejecutan hoy.

Las aplicaciones multimedia, quizás, no, y para esta clase de aplicaciones podría ser necesaria una CPU más rápida; sin embargo, no hay porqué suponer que el mismo ordenador tenga que cubrir todas las necesidades. Para los profesionales un ordenador de medio kilo con 20 horas de batería es más importante que 16 millones de colores y un sonido de alta fidelidad.

El problema no es técnico, sino económico. Para las empresas esta carrera, en que uno se siente obligado a cambiar ordenador, sistema operativo y programa cada año, es muy útil, de momento. Cuando la carrera se acabe y con ella el crecimiento explosivo que las empresas querrían eterno, la industria encontrará una crisis inesperada, y pasará años preguntándose el porqué.

Fuente: Universidad Autónoma de Madrid
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