Un trabajo conjunto de las universidades de Castilla-La Mancha y León dirigido a comprobar si un sensor era óptimo para evaluar las técnicas que se emplean en preservación seminal ha conseguido unos resultados inesperados, útiles para comprobar la calidad de una muestra de esperma. El sensor, que mide la acidez de una parte del espermatozoide importante en la fertilización del óvulo, no pasó la prueba a la que fue sometido, pero puede tener otro destino más amplio: saber si el gameto está vivo o no.
La investigación, que coordinó el investigador Felipe Martínez Pastor, ahora en el grupo de Investigación de Técnicas de Reproducción Asistida (ITRA) de la Universidad de León, partía de la comprobación de la efectividad de la técnica denominada LysoSensor. Se pretendía evaluar si la molécula en la que se basa el sensor podía identificar, a través de fluorescencia, si una parte del núcleo del espermatozoide, el acrosoma, estaba dañado, dependiendo de su pH. La acidez del acrosoma varía si está en buen o mal estado. "No era efectivo, porque la técnica daba color a todo el espermatozoide", explica el coordinador, "pero lo curioso era que al compararla con otra que distingue a los espermatozoides vivos de los muertos, daba valores similares".
La hipótesis que ha dejado abierta este grupo de científicos es saber si "cambia el pH cuando mueren los espermatozoides", lo que, a través de esta técnica, permitiría identificar en qué estado se encuentra una muestra congelada para su posterior uso. "Incluso va más allá", indica Martínez Pastor, "porque el pH del espermatozoide varía según el estado metabólico de la célula", por lo que se podría obtener información de este proceso, "y también cambia en el interior de la hembra", lo que abre la puerta a conocer el comportamiento de los gametos masculinos en el momento de la fecundación.
El acrosoma
La investigación primigenia trataba de comprobar la efectividad de los sistemas que sirven para evaluar las técnicas empleadas en criopreservación seminal en la reproducción asistida animal. Según explica el experto, "el acrosoma es una vesícula en el ápice de la cabeza del espermatozoide que, cuando se encuentra con el ovocito se rompe y, a través de sus enzimas, disuelve las capas externas del ovocito permitiendo la fecundación". Se trataría, pues, del ariete con el que el espermatozoide supera la última barrera antes de fertilizar al óvulo.
La conservación de esta parte externa de la cabeza del espermatozoide es importante en los procesos de fecundación asistida empleados en ganadería. "Es importante que el acrosoma se mantenga intacto, porque si se rompe, no podrá fecundar al ovocito", indica Martínez Pastor. Sin embargo, la criopreservación (congelación del semen para su posterior uso a través de técnicas de reproducción asistida), puede producir daños de diferentes nivel: por estrés en los espermatozoides, por la aparición de cristales en el proceso de congelación... Algunos pueden afectar al acrosoma.
De forma convencional se emplea una técnica de fluorescencia (iluminar moléculas que identifican el estado de una célula) a partir de una molécula con capacidad de pegarse a las del cromosoma. Esta molécula, por su extracción de algunas leguminosas, se denomina aglutinina de cacahuete. A través de fluorescencia, se pueden identificar los espermatozoides dañados. En el ámbito científico se han desarrollado otras técnicas como la lysosensor, que hay que validar. Gracias a esta investigación, los científicos de las universidades de Castilla-La Mancha y León han descartado la utilidad del LysoSensor en este paso, pero le han abierto las puertas para otras funciones.