Siempre me ha fascinado la capacidad de los museos de Ciencia para provocar emociones: la risa, la perplejidad, el asombro, la ternura... ¿Se puede hacer algo parecido desde los medios de comunicación y, más concretamente, desde la prensa escrita diaria?
Conocemos un mundo de extremos: de la extrema seriedad de la noticia científica sobre el papel del periódico, pasamos a la extrema diversión de la Ciencia-espectáculo televisiva o a la fotografía de impacto de las revistas. ¿Dónde está el realismo? ¿Hay mucha caricatura de la Ciencia? Está muy bien que seamos a veces serios y otras veces divertidos a rabiar, pero a menudo nos dejamos fuera de campo el sentido del tacto, los detalles simples y expresivos, en absoluto relevantes para la información, pero transmisores de la textura de la Ciencia.
Sólo podemos aproximar nuestra mano a esa textura a través de las personas que hacen Ciencia, a través de sus vivencias, de su relación con su trabajo y sus colegas, fijándonos por una vez en todo lo que no es el meollo, en todo aquello que rodea la investigación concreta, la publicación en la revista científica, la noticia de la financiación de un proyecto. No es algo para hacer a todas horas, pero merece la pena aprovechar la ocasión cuando se tercia o provocar estos encuentros, rayanos en la emoción, entre el lector y la Ciencia más humana.
La divulgación, en mayor medida que la información científica, puede ser muy libre. Tiene las paredes llenas de puertas y ventanas esperando que nos atrevamos a abrirlas, también desde el papel prensa. Ojalá nos animemos a explorar fórmulas y, por qué no, a experimentar. Con la suficiente profesionalidad para estar más cerca del acierto que del error, pero también con audacia y creatividad.
En algunos discos, grabados dando cabida a determinados matices, se escucha, por debajo de la melodía, el deslizar de los dedos del músico por el mástil de su guitarra. Podemos literalmente sentir la presencia de la persona que da vida a esa música. ¿Es posible lograr algo similar desde un periódico? Claro que sí.
Tercer Milenio, suplemento de Ciencia y Tecnología de Heraldo de Aragón, abrió este curso caminando por esta poco transitada vereda. La Real Academia Sueca de Ciencias acababa de dar a conocer los nombres de los premios Nobel de disciplinas científicas de 2007, y la Universidad de Zaragoza emitió una nota de prensa sobre la colaboración de uno de sus investigadores, Jesús de la Osada, catedrático de Bioquímica y Biología molecular, con el Nobel de Medicina Oliver Smithies. Esta vez, la ocasión de dar a esta noticia un tratamiento inesperado cayó del cielo o, más bien, del correo electrónico. El propio Jesús de la Osada nos envió de forma espontánea un sentido pero medido texto acerca de cómo entró en contacto con Smithies, y qué herencias intangibles, aparte de su sabiduría, llevaba consigo gracias a la cercanía personal y profesional con él durante un tiempo. Era un texto infrecuente en un diario, pero decidí tirarme a la piscina, amplificando el efecto, además.
La aportación voluntaria de este investigador marcó la línea de tratamiento informativo en nuestro suplemento. Un joven doctor de su mismo departamento se encontraba en esos momentos en el laboratorio de Smithies y le pedimos que nos escribiera algo sobre su experiencia personal allí, y cómo se vivió la gran noticia.
Otros investigadores de la Universidad de Zaragoza, esta vez físicos, también se habían ofrecido a escribir algo sobre Albert Fert, otro de los Nobel, y la magnetorresistencia gigante. Les animamos a escribir sendos artículos, pero no al uso, sino con el mismo enfoque intimista de las otras colaboraciones.
Finalmente, conseguimos cuatro textos de cuatro personas (Jesús de la Osada, José Miguel Arbonés, Ricardo Ibarra y José María de Teresa) hablando de otras dos personas (Smithies y Fert). Sus palabras mezclaban las experiencias de los científicos aragoneses -su timidez inicial, los buenos ratos compartidos en veladas que acababan con las servilletas llenas de electrones garabateados, la anécdota de una llegada a París en el día de los Inocentes, las reflexiones sobre las grandezas y servidumbres de los científicos- con el retrato cercano, en este caso tomado del natural, de los dos Nobel. Nuestras páginas centrales contaron incluso con una simpática foto en la que los lectores pudieron ver, y casi saborear, la tarta con la que Smithies y su equipo celebraron el premio en la Universidad de Carolina del Norte.
Un tiempo después, coincidiendo con la entrega de los Nobel, encargamos a estos mismos investigadores colaboraciones centradas en las aportaciones científicas de Smithies y Fert, que para entonces ya no eran ningunos desconocidos para los lectores de Tercer Milenio gracias a aquellas primeras y atípicas páginas centrales, que se presentaron así: “A la aportación científica de las personas distinguidas con un premio Nobel se suman legados invisibles que reciben sus discípulos. Investigadores aragoneses han conocido de cerca las personalidades de Oliver Smithies, Nobel de Medicina, y Albert Fert, de Física. Pasen y ‘toquen’ a las personas que hacen Ciencia”.
Es sólo un ejemplo de que es posible construir, sobre el papel de un periódico, relatos emocionantes, con el valor añadido de hacerlo en primera persona: invitando a los propios científicos a divulgar no sólo su ciencia, sino una capa más profunda: la de su percepción personal, que tanto nos cuenta de la verdad del trabajo científico, y de lo que siente y vive la gente que hace Ciencia.
María Pilar Perla Mateo (Zaragoza, 1968) coordina Tercer Milenio, suplemento de ciencia y tecnología de Heraldo de Aragón, desde 1994. Es licenciada en Filosofía y Letras, sección Historia del Arte, por la Universidad de Zaragoza. En 1998 Tercer Milenio recibió el Premio CSIC de Periodismo Científico, en su modalidad de empresas de comunicación, y el Prisma Especial del Jurado del certamen Casa de las Ciencias a la Divulgación en 2002. En 2005, Perla recibió el premio José María Savirón a la Divulgación Científica en su primera edición.