“Hay un estupendo periodismo científico en España hoy en día. Pero no contamos con un personaje como Punset, alguien que trasciende como él lo hizo, con voz propia, reconocible, con tan notable potencia comunicadora”, dice Antonio Calvo Roy, presidente de la Asociación Española de Comunicación Científica.
Meter la ciencia en los cuartos de estar ha sido siempre el legítimo intento de quienes nos dedicamos a la divulgación de la ciencia. Hacer que forme parte de las conversaciones, pero no solo para que se hable de ciencia en las cenas con amigos, que también, sino sobre todo para que forme parte de las decisiones, de las que tomamos cada día —ir al médico o al chamán— y de las que tomamos cada cuatro años —votar a negacionistas o a quienes dicen que hay que combatir el cambio climático—.
Así la ciencia, como todo, es una parte de la política y por eso las conversaciones informadas sobre ciencia, tener criterio y no solo opinión, tener cultura científica, es bueno en sí mismo, y a eso nos ayudó el primer Eduard Punset, muerto el 22 de mayo en su Barcelona natal.
Eduard Punset, nacido en 1936 —qué año—, era un abogado y economista que participó notablemente en política, como antifranquista en los años 50; como consejero de Economía y Finanzas de la Cataluña preautonómica en 1978; como ministro de la UCD para las Relaciones con la Comunidad Europea en 1980; como diputado de CiU en 1982; como eurodiputado del CDS en 1987 y coqueteando con el independentismo de mayor.
Trabajó para la BBC y para The Economist, fue economista del FMI y ocupó también diversos puestos en el mundo de la empresa. Cruzó el río que a mí más interesa en 1996, cuando empezó su aventura divulgativa con el programa Redes, en La 2 de TVE, que se mantuvo, con diversas etapas, hasta 2014. Además de meter la ciencia en los cuartos de estar, logró convertir su marcado acento, en inglés y en español, en una seña de identidad, igual que su medida melena —medida horizontal, no vertical— al viento. Era un divulgador científico con marca propia.
La lista de investigadores e investigadoras con los que mantuvo largas e interesantes conversaciones es inmensa. Y no eran entrevistas sencillas, faenas para pasar inadvertidas, sino que estaban muy bien preparadas, muy trabajadas; buena prueba de ello es la cantidad de periodistas científicos que están hoy en los medios y que trabajaron en el programa en distintas etapas.
Su papel, metiendo la ciencia en las conversaciones, ha sido excelente y merece todo el reconocimiento. No fue el primero, no ha sido el único, pero hizo bien ese trabajo y debemos estarle agradecidos por ello, porque llenó de ciencia una buena etapa de la televisión pública.
Atravesamos ahora una época en la que contamos con muchos divulgadores que por tierra, mar y aire, en redes sobre todo, hacen estupendamente su trabajo. Si se sabe buscar, hay también estupendo periodismo científico en España hoy en día. Pero no contamos con un personaje como Punset, alguien que trasciende como él lo hizo, con voz propia, reconocible, con tan notable potencia comunicadora. Y creo que es bueno, además de tener youtubers, instagramers y demás faunas en redes, tener Redes y tenderlas como Punset, porque pescaba mucho y bien.
Se acercaba a la ciencia con la curiosidad imprescindible y con la pasión desbordada, y lograba contagiarla a la audiencia. Hacía suyas las cuestiones de ciencia y las contaba casi siempre —aunque aún tuvieran una parte especulativa— como teorías probadas. Por eso de vez en cuando se echaba de menos algo de escepticismo con la ciencia, una cierta postura crítica, como crítico ha de ser siempre el periodismo. Está bien asombrarse de la complejidad del cerebro, pero sin que el asombro llegue a obnubilarnos. Y eso que aún hablaba de ciencia.
En sus últimos tiempos esa falta de escepticismo se hizo muy evidente, tanto que el personaje que había construido comenzó a resquebrajarse. No es lo mismo entrevistar a Lynn Margulis que a Deepak Chopra, no es lo mismo Stephen Jay Goul que Uri Geller. Si se coloca a todos en el mismo friso, algo falla; si se concede el mismo espacio a la simbiosis bacteriana y al equilibrio puntuado que a la medicina cuántica y a doblar cucharitas con la mente, algo falla.
Pero esa línea que cruzó en sus últimos tiempos, y que le llevó derechito a la autoayuda, no debe hacernos olvidar al Punset de la primera época, al personaje simpático y curioso que nos mantenía despiertos a altas horas de la noche para ver sus entrevistas con gentes de laboratorios de prestigio que investigaban de verdad en las fronteras del conocimiento, pero aún dentro del país de la ciencia. Yo me quedo con ese primer Punset.