Quienes dedican su vida profesional a informar sobre la ciencia suelen quejarse de la competencia, a su juicio, ridícula, que obliga a compartir un mismo espacio de información con temas bien distintos a la ciencia y la tecnología.
Es habitual que los redactores de ciencia, esos perros verdes especializados en aguantar bromas pesadas de compañeros de secciones con una supuesta mayor carta de naturaleza, comenten con los colegas de especialidad su desánimo por tener que 'levantar' un tema precioso sobre células mesenquimales por una noticia de última hora sobre los ordenamientos de mujeres obispo en la iglesia anglicana o porque tal o cual éxito deportivo ha dejado 'sus páginas' reducidas a una sucesión de pies de foto.
La letanía se repite cada vez que nos encontramos en alguna rueda de prensa, con dos añadidos que, con el paso de los años, terminarán formando parte de nuestro folclore: uno, todos nuestros redactores jefes parecen haber recibido clases de 'educación para la ignorancia tecnológico-científica', que les mueve a despreciar por sistema la relevancia informativa de cualquier descubrimiento de planeta extrasolar. Dos: en cuanto los de la prensa se quejan, les llega el de la radio –bicho raro entre los raros- y les dice que lo suyo es mucho peor, que no hay quien 'venda' un tema de ciencia a su director de informativos. "Es que como la radio no se ve, pues ya me dirás tú…".
Momento que aprovecha el compañero de televisión para romper en lágrimas, pues resulta que esa noticia que pinta tan bien en el 'paper' de turno no hay manera de ilustrarla en imágenes y a su jefe ya no le vale lo del tipo con gafas metálicas señalando una campana de Gauss en la pantalla de su ordenador. Esta lucha por ver quién es el mayor burro de los palos recuerda aquel 'sketch' de Monty Phyton en el que un grupo de millonarios se reunía para competir por sus míseras infancias. Uno, puro y copa de coñac en la mano, fardaba: "nosotros vivíamos en una caja de zapatos en mitad de la carretera". A lo que otro responde: "¡Qué lujo! Nosotros vivíamos en el fondo de un lago". El 'sketch' terminaba diciendo: "Eso se lo cuentas a los jóvenes de hoy día y encima no te creen".
El panorama de la ciencia en los medios es desolador, si uno se deja llevar por estos comentarios. En mi opinión, más que desolador resulta desconcertante. Fenómenos como el decreciente espacio que dedican a la ciencia históricos en este tipo de información como el diario El País se ve acompañado del surgimiento de lugares propios en los medios más jóvenes, como Público. Abandonos por inanición de espacios veteranos como A ciencia cierta (TVE) dan paso a refrescantes propuestas como Tres 14, en la misma casa. Además, también es cierto que la lucha por arrogarse un espacio para la materia en las reuniones de redacción no es cosa exclusiva de los redactores que se dedican a la ciencia y la tecnología. La cultura (tenía que ser precisamente la cultura, claro) nos acompaña como otra habitual cenicienta en las redacciones.
La ocasión del 'primer haz' del Gran Colisionador de Hadrones saca a la palestra un caso interesante de información científica 'cenicienta' que se convierte, por arte de magia y paranoia, en información 'princesa'. El proyecto del LHC, cuya construcción se remonta a hace más de 14 años, parecía no despertar demasiado interés en la prensa. Y eso que es el experimento mayor de la historia y sin duda el más caro.
"El más tal" o "el primer cual" suelen ser una excelente carta de presentación para defender un tema científico ante los envites desalentadores de los redactores jefe, pero el asunto del acelerador resultaba mucho más abstruso y menos plástico, a qué negarlo, que los fabulosos mocasines de Benedicto XVI o la sangre en la acera de la última víctima de violencia doméstica.
En el caso de España no se ha sabido comunicar, a juzgar por la triste repercusión mediática del LHC en estos años, la importancia de nuestra participación en esta empresa. Pero en los últimos tiempos, tantatachán, surgen unas demandas inquisitoriales contra el gran colisionador, algunas con el supuesto marchamo del respaldo científico.
De pronto, como si no hubiéramos aprendido lo suficiente del efecto 2000 y otras hecatombes predichas por mormones y pacosrabannes, el mundo se iba a acabar en cuanto los científicos se decidieran a analizar con lupa algo que la naturaleza ya ha hecho millones de veces aunque fuera de nuestro rango de observación. Las televisiones regalaban parte del precioso tiempo dedicado a futbolistas tartamudos a la noticia de la puesta en marcha del colisionador, si bien como mero abridor de todos los infiernos. Como siempre, el tono banalizador pretendía colarnos una especie de "no nos creemos lo del apocalipsis, claro, pero ¿a que es gracioso que se acabe el mundo mañana?". Ese enfoque debería irritarnos por vacuo y condescendiente.
Y, sin embargo, ha sido sin duda la posibilidad de que al mundo le salga un sumidero bajo una vaca suiza la que ha encendido las bombillas en las cabezas de muchos redactores jefes. "Adelante, escribe algo sobre ese cacharro tuyo de Ginebra", le decía uno a un redactor amigo en un pequeño periódico local.
Al acto para la prensa del pasado día 10 en el CERN acudieron medios que se dedican en serio a la ciencia: tres periódicos (El País, El Mundo y El Periódico de Catalunya), dos televisiones (TVE y TVV), una agencia (EFE) y una revista (Popular Science). Ninguno había aprovechado, hasta donde yo sé, el supuesto tirón de los agoreros.
Pero la cantidad de llamadas recibidas ese mismo día por la centralita de la institución nos da cuenta de que más de un medio no se avergonzaba de reclamar información a cuenta de ese armagedón al que Lyn Evans, el 'jefazo' del LHC, iba a dar rienda suelta en cuanto ordenase que circularan los primeros haces de protones por uno de los ocho sectores que componen el gran anillo subterráneo.
Así las cosas, ¿debemos alegrarnos de que una pequeña parte de las oscuras catedrales de la física de partículas haya llegado a las masas aunque haya sido por el gancho del esperpento? ¿Hubiera sido preferible que no se publicara una línea acerca de las demandas a cambio de una aparición en medios mucho más discreta? El lado más espartano de mi ética profesional me dice que, sin duda, hubiera sido preferible lo segundo. El sector más exhibicionista de mi ego me decía que menos mal que había imbéciles dispuestos a pelearse por esa causa ante los tribunales. Gracias a eso, por fin podría explicarle a mi abuela en qué narices consiste mi trabajo.
Pero, por más importante que sea la cuestión de la repercusión en medios de la ciencia, el asunto no acaba ahí. Tuve ocasión de comentarlo, el mismo día del primer haz, con una veterana y por tanto pionera física de partículas española. Me comentaba el temor que habían vivido en el CERN por la banalización de la noticia, y por que algún político, no tanto porque sucumbiera a la conspiranoia sino por temor a que el asunto le hiciera bajar en popularidad, decidiera enarbolar una bandera más propia de cuáqueros quemabrujas que de habitantes lúcidos del siglo XXI. Si a eso se añade que, según algunos cálculos, el asunto ha costado más de 6.000 millones de euros y que se trata de una iniciativa en gran medida dedicada a la ciencia básica (no olvidemos, de todos modos, la importancia de los desarrollos tecnológicos que lleva pareja), poco rentable en términos populares, la cosa se podría haber puesto mucho más fea.
El LHC se ha puesto de largo dando muestra de dos difíciles ajustes. Uno es fruto del esfuerzo y de la mejor manifestación de la curiosidad y el ingenio de la humanidad. Vamos a asistir al fenómeno más esquivo y más relevante para completar la visión del universo hasta la fecha.
El segundo, mucho menos trascendente: la publicación en medios de una noticia que, por unas u otras artes, ha sabido reunir el 'interés público' con el 'interés del público', al menos, en la acepción mercantilista que quienes deciden las agendas informativas le dan al término.
José Manuel Abad Liñán (Granada, 1975). Estudió periodismo en las universidades de Sevilla y Roskilde (Dinamarca) y un postgrado en periodismo científico en el CSIC. Obtuvo un Diploma de Estudios Avanzados por la universidad francesa de Lyon-2 con un estudio de los artículos periodísticos del filósofo Félix de Azúa. Ha trabajado en la Agencia EFE y en labores de comunicación en numerosos organismos científicos, como el propio CSIC, FECYT o el Instituto de Astrofísica de Canarias, donde fue responsable de comunicación del Gran Telescopio Canarias. Ha sido responsable de comunicación del Año Polar Internacional en España y asesor del secretario de Estado de Universidades e Investigación. Actualmente es director de la revista de divulgación científica Popular Science en España y colaborador del diario El País y la Cadena SER.