El porcentaje de trastorno bipolar ha tenido en los últimos años un aumento sin precedentes. Entre un 2 y un 5% de la población se ve afectada por este síndrome; sin embargo, la mitad de las personas afectadas desconoce la enfermedad. Los síntomas pueden esconderse bajo otros diagnósticos, como la esquizofrenia, la depresión, el alcoholismo o la drogodependencia.
Robert Schumann, Vincent Van Gogh o Ernest Hemingway son algunas de las numerosas celebridades que han sufrido trastorno bipolar o síndrome maniaco-depresivo. Aunque no se conocen todos los componentes biológicos del trastorno, su origen parece estar en el mal aprovechamiento de los neurotransmisores cerebrales, como la serotonina y la dopamina. En la actualidad, el estudio de este síndrome, que se caracteriza por estados de ánimo cambiantes entre dos polos opuestos, está alcanzando una relevancia científica.
En España, más de un millón de personas padece algún tipo de trastorno bipolar grave. Sin embargo, según la Confederación Española de Agrupaciones de Familiares y Enfermos Mentales (FEAFES), “la red sociosanitaria resulta ineficiente, a pesar de ser el trastorno psicótico más común”.
El trastorno bipolar es una alteración de los mecanismos que regulan el estado de ánimo. Estos cambios pueden producirse en horas, semanas, e incluso años, y pueden acentuarse hasta llegar a requerir la hospitalización del paciente. Pero en esta enfermedad no sólo se ve influido el estado de ánimo. Según el director del Programa de Trastorno Bipolar del Hospital Clínic de Barcelona, Eduard Vieta, “esta enfermedad afecta a todas las funciones cerebrales, la energía, la duración e intensidad del sueño, la actividad sexual, la vigilia o la concentración”. Una enfermedad de larga evolución en la que se alternan tres tipos de situaciones: episodios depresivos, de normalidad y maníacos.
Las personas que sufren la enfermedad pasan periodos de extrema exaltación, lo que los médicos llaman ‘manía’. Para Vieta, son momentos “en los que su vida se pone en riesgo al tomar decisiones erróneas basadas en el exceso de energía, pudiendo hacer compras desorbitadas, préstamos, regalar dinero, e incluso tener ideas delirantes, como creer que son, por ejemplo, salvadores del mundo”. En el otro extremo, aparecen las fases de depresión, en las que el paciente experimenta, entre otros síntomas, sentimientos de culpa desproporcionados, falta de energía e irritabilidad.
El diagnóstico es complejo. La clave está en el componente maníaco, ya que es difícil distinguir la fase depresiva de una depresión común. “El problema es que los pacientes no son conscientes de la enfermedad cuando se encuentran en la etapa maníaca, por lo que sólo van al médico cuando están deprimidos”, apunta este reconocido investigador.
De ahí que el apoyo familiar sea definitivo para afrontar la enfermedad, tal y como manifiesta la Asociación Bipolar de Madrid (ABM). Esta institución cuenta, desde su creación en 1995, con un grupo de ayuda mutua “donde puede compartirse la experiencia que lleva aparejada el padecimiento de esta enfermedad”, explica Andrés Torrás, director de la agrupación madrileña.
Aunque los episodios maníacos son más impresionantes, sobre todo si van acompañados de síntomas psicóticos como alucinaciones o pensamientos delirantes, son los episodios depresivos los que ocupan más tiempo en la vida de los pacientes.
Sin embargo, las personas que sufren este síndrome no pasan toda su vida de una fase a otra. Existen periodos de normalidad tras la recuperación que pueden durar años, en los casos más controlados. Con los nuevos tratamientos se han acortado los ciclos del trastorno, y ahora pasa menos tiempo entre la fase de manía y la fase depresiva. “A los pacientes les duran menos las recaídas, aunque puede que con ello se haya aumentado su número a lo largo de la vida del paciente”, puntualiza Vieta.
Normalizadores del humor
El origen del trastorno es del todo orgánico, no psicológico. Los investigadores lo han comprobado con patrones genéticos de herencia. Además, se trata de una enfermedad crónica, con una sintomatología compleja, lo que dificulta su diagnóstico y su posterior tratamiento.
El procedimiento básico es el ingreso hospitalario, para la medicación de hipnóticos y el cambio del tratamiento, según las características del episodio. El tratamiento tradicional también incluye medicamentos eutimizantes (del “ánimo perfecto”). Usados para calmar episodios agudos maníacos, hipomaníacos y mixtos, y en algunos casos incluso para reducir los síntomas de depresión. Entre los normalizadores del humor, el más importante es el litio.
Este compuesto químico es efectivo en el tratamiento de la fase maníaca del trastorno bipolar agudo y es efectivo en el 70-80 % de los pacientes bipolares tratados. Habitualmente, los pacientes depresivos que nunca han experimentado un episodio de manía suelen responder bien al tratamiento. Sin embargo, un elevado porcentaje de pacientes muestra una escasa respuesta al litio, que en muchas ocasiones es debida a una falta de constancia en el seguimiento del tratamiento. Entre el 25 y el 50 % de los pacientes son incapaces de tomarlo adecuadamente.
Pero no se puede prescribir litio a todas las personas que sufren trastorno bipolar. Entre sus efectos secundarios están náuseas, mareos, temblores, pérdida de apetito y diarrea, aunque suelen reducirse con el paso del tiempo. El tratamiento es tan complejo que “por muchos estudios que haya, siempre hay una parte de artesanía en la que cada paciente tiene que encontrar el equilibrio perfecto”. Eso requiere a veces de varios fármacos, sin olvidar los efectos adversos adicionales, indica Vieta.
Menos fármacos y más Psicoterapia
Aunque la farmacología es la base del tratamiento del trastorno bipolar, existen otros procedimientos igualmente importantes. Uno de ellos es la Psicoterapia, que consiste en intervenciones terapéuticas adicionales enfocadas al mayor control de la enfermedad por parte del paciente.
Según un estudio realizado por investigadores del Hospital Clínic de Barcelona, la mejora de la adhesión al tratamiento de los pacientes puede lograse con terapias psicoeducativas que complementen la acción primera de los medicamentos. En este centro, la psicoeducación familiar es una de las áreas de investigación del Programa de Trastorno Bipolar, que se lleva a cabo de manera independiente a la terapia individual de cada paciente.
Así se consigue estudiar el efecto aislado de cada intervención, y “permite que los familiares se puedan sentir más cómodos hablando con otros familiares, y a su vez los propios pacientes, al contar con otros pacientes en su grupo, se pueden sentir igualmente más relajados al hablar de su familia sin que estén delante”, subraya el director de este programa.
Las cifras de la bipolaridad
El trastorno bipolar es una alteración de las emociones que forma parte de nuestro bagaje genético y biológico, y del que existen casos documentados desde hace más de 2.000 años. La diferencia radica, según Vieta, en el hecho reciente de que se diagnostique y se trate, y que cada vez se vaya haciendo mejor.
Existen numerosos estudios que intentan datar la enfermedad. Sin embargo “en España se han hecho pocos estudios epidemiológicos, ya que son caros y es complicado conseguir financiación”, afirma Vieta.
El último estudio publicado sobre el tema en 2007, en la revista Archives of General Psychiatry, indica que hay una prevalencia mundial del 1% de trastorno bipolar tipo I y del 1,1% en el trastorno bipolar tipo II, caracterizados por episodios de manía y depresión en el primer caso y episodios hipomaníacos y depresivos en el segundo. Esto suma una prevalencia que alcanza casi el 5% de la población sumando los casos de trastorno bipolar no especificado que no encajan en la definición propia del tipo I y del tipo II.
La investigación sobre esta enfermedad ha aumentado en los últimos años, y ha alcanzado una gran notoriedad. Hoy en día, y a la espera de nuevas vías que mejoren su diagnóstico y tratamiento, la calidad de vida de los pacientes puede mejorar de la noche a la mañana si la enfermedad es tratada de forma correcta.