Ella es ingeniera aeronáutica, celebridad del MIT y fue la subdirectora de la NASA durante la presidencia de Barack Obama. Él es arquitecto especializado en ambientes extremos. Además de navegar alrededor del mundo en su velero, este matrimonio diseña trajes ligeros y ceñidos que protegen a los astronautas de la microgravedad, imagina nuevas bases lunares y sueña con universidades en órbita.
Él la mira con admiración. Ella lo escucha atenta, a la espera de poder completar sus frases o redondear una idea. Como los químicos franceses Marie-Anne Pierrette y Antoine Lavoisier, Marie y Pierre Curie o los bioquímicos Gerty Radnitz y Carl Ferdinand Cori, el arquitecto argentino Guillermo Trotti y la ingeniera aeronáutica estadounidense Dava Newman comparten tanto la vida como la misma pasión científica. En su caso, la exploración espacial.
Trotti imagina y delinea las futuras bases donde habitarán los astronautas, ya sea en la Luna o en Marte. Newman, administradora adjunta de la NASA con Obama, revoluciona el diseño de los trajes espaciales, buscando que sean más flexibles y ayuden a proteger el cuerpo de los efectos adversos de la microgravedad. “Mi trabajo –confiesa Newman– consiste en convertir la ciencia ficción en realidad”.
Todo comenzó con un evento fuera de este mundo. Un día de verano de 1969 una niña de cinco años en la ciudad de Helena, Montana (EE UU), quedó hipnotizada frente a la pantalla de su televisor: un hombre brincaba en la Luna. Las hazañas de Neil Armstrong y Buzz Aldrin le impresionaron, pero no para encauzar sus aspiraciones. Ella quería ser al mismo tiempo presidenta y jugadora de baloncesto. Sin modelos femeninos en política o en el deporte, Dava Newman ingresó a la Universidad de Notre Dame con el sueño de convertirse en la mejor abogada de deportes del mundo.
Ella quería representar al baloncestista Kareem Abdul-Jabbar. Su hermano mayor la convenció de que la ingeniería le daría una formación técnica que a las escuelas de derecho le interesaría. Pero, antes de graduarse, se enamoró de la idea de los viajes espaciales. Recordó a aquellos hombres parecidos a malvaviscos gigantes rebotando sobre el suelo lunar.
Se graduó como ingeniera aeronáutica y en unos pocos años se convirtió en una de las celebridades del Massachusetts Institute of Technology (MIT), tanto por su manera de desafiar intelectualmente a sus estudiantes como por su obsesión por mejorar la exploración espacial.
“Después de la reparación del telescopio espacial Hubble, muchos astronautas tuvieron que someterse a cirugías por los fuertes dolores de hombro causados por el traje espacial –dice–. El traje que utilizan desde hace tres décadas los astronautas de la NASA para las caminatas espaciales, el EMU (Extravehicular Mobility Unity), es una gran pieza de ingeniería. Lo llamo ‘la nave más pequeña del mundo’. Provee todo lo que necesitas para sobrevivir en el vacío espacial: oxígeno, calor, protección contra la radiación solar. Pesa 140 kilos. Pero no permite moverte mucho, no es un traje de exploración. Si queremos ir a Marte, necesitaremos un nuevo traje”.
Dava Newman con el Biosuit, el traje espacial que es como una segunda piel. / Nasa
El BioSuit, según Newman, es una segunda piel, imita al tejido humano. Tiene un look similar al traje de Spiderman: permite a los astronautas moverse con naturalidad y recopila información fisiológica a través de sensores biométricos. Con fibras de oro y 140.000 puntadas, este traje experimental está influenciado en las ideas del médico Paul Webb de 1968 y películas de ciencia ficción. Y ahora inspira a los diseñadores de este género de films, como se vio en The Martian. “Dejamos que usen nuestros diseños –reconoce Newman--. Nos pidieron asesoramiento y se lo dimos”.
Ahora está trabajando en el casco. “Es parecido al de un motociclista, que funcionará con realidad aumentada”, describe Trotti, codiseñador del BioSuit, que se le ocurrió a esta pareja mientras en 2002 daba la vuelta al mundo durante 18 meses a bordo de su velero Galatea Odyssey. “Colaboramos con el Age Lab del MIT para aplicar esta tecnología en la Tierra y ayudar a ancianos con problemas de equilibrio y niños con parálisis cerebral”.
La manera en que lucen los astronautas no es una cuestión de estilo ni de moda. “En la Estación Espacial Internacional (ISS) los astronautas pierden músculos –advierte Newman–. Cada mes, sus esqueletos pierden de 1 a 2% de densidad mineral. Es similar a la osteoporosis. Imagínese la pérdida ósea en una misión de tres a cuatro años a Marte. El cuerpo humano evolucionó en gravedad”.
Por eso se necesitan contramedidas. Y esta investigadora de 54 años trabaja en el SkinSuit, un traje de spandex para usar debajo de la ropa y dentro de la estación espacial, que evita el alargamiento de la columna, una de las posibles causas de dolor lumbar de más de la mitad de los astronautas. El danés Andreas Mogensen, de la Agencia Espacial Europea, fue el primero en probarlo en órbita en 2015.
Enérgica e inspiradora, Newman es mucho más que una sastre espacial. Es una gran promotora de que niños y niñas sigan carreras de, como le gusta decir, “STEAMD” (siglas en inglés de ciencia, tecnología, ingeniería, artes, matemática y diseño). En octubre de 2014 recibió una llamada de la Casa Blanca en la que le preguntaban si estaba interesada en ser la subdirectora de la NASA. “Pensé que era una broma de mis estudiantes –recuerda–. Cuando me di cuenta que era de verdad tardé un nanosegundo en decidir si estaba interesada en el trabajo”.
Guillermo Trotti y Dava Newman en un simulador de microgravedad. / MIT
El por entonces presidente de EE UU Barack Obama la había nominado para el puesto. Pero el Congreso entró en receso y tuvo que ser nuevamente nominada. Y así fue: Dava Newman fue confirmada por el Senado el 27 de abril de 2015. “Fue un gran trabajo –dice– En dos años aprendí mucho”. Pero cuando tomaba carrera para planificar un futuro viaje a Marte en 2030, Donald Trump fue elegido presidente. “Lloré durante tres días”, recuerda. El 20 de enero de 2017 confirmó su renuncia.
Como Newman, el argentino Guillermo Trotti también pertenece a la generación Apollo. Con 19 años y casi sin conocimientos de inglés, llegó a Houston pocas semanas antes del alunizaje. “Cambió mi vida por completo –cuenta este hombre espigado, cuarta generación de arquitectos–. Me impactó tremendamente, tanto que hice mi tesis sobre una estación lunar. Insistí e insistí y una puerta de la NASA se abrió. Y nunca más me fui”.
Cuando le contó a su familia que quería ser arquitecto espacial, su padre pensó que estaba loco. No fue el único: sus compañeros también. Hasta que un profesor llamado Howard Barnstone lo animó y le recomendó ir a cenar con uno de sus amigos, el arquitecto y diseñador Richard Buckminster Fuller.
“Quedó muy impresionado. Continuamos en contacto por varios años –recuerda Trotti–. Películas como 2001: odisea en el espacio de Stanley Kubrick y Arthur C. Clarke me ayudaron a empezar a imaginar cómo sería vivir fuera de la Tierra. El futuro del diseño es el espacio profundo: diseñar hábitats para viajar a cada vez más lejos de la Tierra hasta que lleguemos a Marte”.
Trotti fue uno de los primeros arquitectos en trabajar con la NASA en el bosquejo de estaciones espaciales. Con los consejos de los astronautas que habitaron en la estación espacial estadounidense SkyLab entre 1973 y 1979, diseñó la cocina y los refrigeradores de la ISS, los dormitorios y hasta eligió los colores de su interior. “Son importante los colores naturales –dice–. El verde y el azul son fundamentales para la tranquilidad mental de la tripulación”.
En los últimos años, diseñó la estación de investigación Amundsen-Scott en el Polo Sur, hábitats submarinos, vehículos exploradores inflables y está convencido de que las próximas bases lunares serán móviles. “Estamos trabajando en el Scorpion Lunar Rover –cuenta–. La idea es financiada por la NASA y consiste en explorar la Luna con estos rovers que, además de medios de transporte, serán la base lunar misma. Con una base fija, el radio de exploración es limitado. Exploración sin movilidad no es exploración. Es colonización”.
Este es el Scorpion Lunar Rover que, además de un medio de transporte, es en sí mismo una base lunar. / Nasa
Los caminos de Dava Newman y Guillermo Trotti se cruzaron en 1987 cuando en un seminario de verano del MIT comenzaron la llamada International Space University. “¿Cuál es el mejor arquitecto espacial del mundo?”, preguntó Newman. “Y me recomendaron a Guillermo. Yo lo recluté”.
Desde entonces, comparten los mismos sueños de exploración. “Dava y yo somos nómadas, estamos en constante movimiento”, dice este arquitecto especialista en ambientes extremos. En su velero, visitaron 33 países y los cinco continentes, aprendiendo y dando talleres como el realizado recientemente en la Universidad de San Andrés, en Argentina, titulado Coreografías Marcianas.
“Nuestro objetivo es impulsar la primera circunnavegación de la Luna, de polo a polo –desafía Trotti–. Y crear en un futuro no muy lejano una Universidad Lunar. Contar con unos doce estudiantes por semestre y así crear mentalmente un nuevo tipo de ser humano”.
Para él, somos una especie espacial con necesidad de explorar. “En realidad, somos todos astronautas y vivimos en una nave espacial llamada Tierra. En el momento que los humanos van al espacio y miran el planeta desde afuera, inmediatamente toman consciencia de que es un ambiente frágil y que tenemos que cuidarlo. Para mí esa es la esencia de nuestra migración al espacio: comprender cuán extraordinario es nuestro planeta”.