Desde octubre se han registrado en Brasil más de 4.000 casos sospechosos de bebés nacidos con microcefalia, un trastorno neurológico que se ha asociado con el virus del Zika. Débora Diniz (Maceió, 1970), antropóloga brasileña experta en bioética, feminismo y derechos humanos y salud, nos explica la crisis a la que se enfrenta el país, uno de los más restrictivos del mundo en legislación sobre el aborto y en el que se aconseja a las mujeres posponer su maternidad.
El contagio del virus del Zika era considerado una infección leve hasta mayo de 2015. Desde entonces, se ha propagado a más de treinta países afectando a millones de personas, lo que ha llevado a la Organización Mundial de la Salud (OMS) a declarar una emergencia global de salud ante las sospechas de una relación con el aumento de casos de microcefalia en los bebés de las embarazadas afectadas.
En Brasil, la incidencia en 2015 fue veinte veces mayor que en años anteriores. Aunque no existen pruebas definitivas, cada vez hay más evidencias que van demostrando la capacidad del virus de atravesar la placenta y llegar hasta el feto. Un nuevo estudio realizado en el país sudamericano y publicado en The Lancet Infectious Diseases aporta nuevos datos que apoyan esta tesis.
Mientras el mundo trabaja en atajar la epidemia aniquilando a su vector, el mosquito Aedes aegypti, el drama social de los casos de microcefalia marca aún más las desigualdades dentro y fuera de los países afectados. Ante el diagnóstico de esta condición, marcada por un tamaño de la cabeza anormalmente pequeña y problemas de desarrollo, la medicina da la posibilidad de practicar abortos preventivos.
Pero en la mayoría de los estados del continente americano donde se concentra el brote la interrupción del embarazo está muy restringida o prohibida por completo. Todo esto, a pesar de la recomendación de la Organización de Naciones Unidas (ONU) el pasado 5 de febrero, que instaba a los países afectados a poner a disposición de las mujeres métodos anticonceptivos y a autorizar la interrupción de los embarazos.
Débora Diniz, antropóloga e investigadora en la Universidad de Brasilia (Brasil), es una de las portavoces que lucha porque las mujeres puedan decidir sobre su derecho a la reproducción, especialmente en casos de vulnerabilidad como ocurre con el zika.
“La ley brasileña es una de las más restrictivas del mundo. El aborto solo está permitido en tres situaciones: en caso de amenaza para la vida de las mujeres, en casos de violación o cuando el feto es diagnosticado con anencefalia o ausencia de una gran parte del cerebro y del cráneo”, explica a Sinc Diniz, miembro de la Asociación Internacional de Bioética y de la Coalición Internacional para la Salud de la Mujer.
Desigualdad y aborto
Y la realidad es que se producen abortos. Clandestinos, eso sí. Un estudio realizado en el Instituto de Bioética de Brasilia (Anis), en el que trabaja la experta, mostró que una de cada cinco mujeres brasileñas menores de 40 años se ha realizado al menos un aborto, la gran mayoría de ellos ilegales.
“La ley penal actual no impide que las mujeres busquen una forma de interrumpir su embarazo, sino que empuja a practicar métodos clandestinos. La forma en la que se practican sigue la regla de la desigualdad social brasileña: las mujeres de clase alta pueden tener acceso a abortos seguros, aunque ilegales; y las mujeres pobres son relegadas a métodos inseguros y peligrosos para su salud”.
Mujer en la Favela Beco do Sururu, ubicada junto al barrio más rico de la ciudad de Recife, Boa Viagem, y donde se han registrado numerosos casos de dengue y chikunguña. / Efe
El Ministerio de Salud de Brasil reportó este miércoles 4.443 casos (508 confirmados y 3.935 sospechosos) de microcefalia, y la semana pasada, el mismo ministerio apuntó que 41 de los casos confirmados han mostrado vínculos a infecciones de zika. Al preguntar a la antropóloga sobre si esta situación ha cambiado las tasas de aborto, Diniz sostiene que todavía es pronto.
“Es un dato extremadamente difícil de conseguir, al igual que cualquier cifra sobre prácticas ilegales. Sabemos que seguramente las mujeres estén abortando ahora, como es común en Brasil. Si sucede más que antes no lo podemos decir, pero sospechamos que sí, dada la intensidad de la epidemia”.
Para muchas mujeres brasileñas es muy difícil ejercer su derecho a decidir sobre su maternidad ya que carecen de acceso a métodos anticonceptivos modernos a pesar de querer controlar sus embarazos.
Cómo modificar la ley
Incluso ante una situación de ‘amenaza alarmante’ –tal y como expuso la OMS–, las complicaciones jurídicas y democráticas para cambiar la legislación sobre el aborto son muchas. Ni siquiera con el aumento semanal de las tasas de contagio parece que se vaya a provocar algún cambio en la política de actuación.
“Vivimos en un contexto político en el que es muy difícil avanzar en las discusiones sobre los derechos sexuales y reproductivos, en particular sobre el aborto como una necesidad de salud de la mujer”, subraya Diniz. “En el Congreso Nacional de Brasil está pendiente una propuesta legislativa para restringir aún más el acceso de las víctimas de violencia sexual a los servicios de aborto legal. Estamos todo el tiempo luchando contra el retroceso en este campo”, afirma.
En el caso específico de garantizar políticas frente a la epidemia del virus del Zika, la antropóloga brasileña sostiene que el aborto es un procedimiento que debe estar a disposición de las mujeres para garantizar plenamente su derecho a la salud y a la planificación familiar.
“En tiempos de epidemia, la penalización del aborto se sufre con mayor crueldad. Esperamos poder avanzar en este debate para defender el derecho al aborto como una garantía de salud”, puntualiza.
La mujer en Brasil
La epidemia refleja de forma cruda la desigualdad de la sociedad brasileña. Muchas de sus ciudades cuentan con barrios donde hay agua estancada por todas partes, lo que supone un caldo de cultivo para los mosquitos portadores de enfermedades.
Las mujeres con mayor riesgo de contraer zika viven en lugares donde las patologías transmitidas por mosquitos, como el dengue y la chikunguña, ya eran endémicas. Además, como apunta la experta en bioética, feminismo y derechos humanos y salud, tienen que estar al aire libre todo el día para trabajar, comprar y cuidar de sus hijos y resulta complicado evitar las picaduras.
“En Brasil no se reconoce el derecho a la autonomía reproductiva de las mujeres y, en especial, el derecho a decidir si ser madre, cuándo y cómo”, añade Diniz. “Las políticas de planificación familiar son muy frágiles, el acceso al aborto legal en la legislación es precario y sufre constantes ataques para estar más restringido. La epidemia es un ejemplo de cómo la reproducción se discute como si se tratara de un asunto de protección de la salud de las mujeres”.
¿Y qué se podría hacer para paliar estas desigualdades? La antropóloga lo tiene claro: “Es necesario avanzar en la idea de que para legislar y crear cualquier política pública en el campo de la reproducción hay que escuchar y garantizar los derechos de la mujer”.