Las terapias basadas en mindfulness están en auge, y si les añadimos un toque de neurociencia los resultados de búsqueda en Google se disparan. De este dueto nacen los tratamientos de neurofelicidad, que utilizan la meditación y la realidad virtual para enseñar a nuestro cerebro a ser más feliz. Pero no todos cuentan con el respaldo de la evidencia científica.
Estoy sentada en una playa, sola. El sol brilla y el sonido de los pájaros se entremezcla con el romper de las olas. Una voz suave y amable me pide que me concentre en mis exhalaciones y que trate de dejar mi mente en blanco. “Siente cómo tu respiración fluye por tu cuerpo. Siente el contacto de tu cuerpo con la superficie. Sin cambiar nada”, repite una y otra vez.
A lo lejos, en el horizonte, aparece un punto amarillo que guía mi aliento hasta el amanecer. Se hace grande cuando inspiro y pequeño cuando suelto el aire.
Como en un abrir y cerrar de ojos abandono la playa. Me he quitado las gafas de realidad virtual y en lugar de estar sobre la arena me encuentro sentada bajo unos cómodos cojines, en el interior de una jaima blanca.
La voz ha tomado forma física. Me cuenta que con nueve sesiones de este tratamiento de neurofelicidad y algo de entrenamiento en casa sería capaz de reducir el estrés y la ansiedad que me generan mis problemas. En definitiva, podría ser más feliz.
El método recoge nueve consejos centrados en la simplificación de la vida y en la reducción del estrés y los pone en práctica mediante sesiones de mindfulness y realidad virtual.
Meditación como forma de vida
‘Mindfulness’ es el nombre dado por Jon Kabat-Zinn a un conjunto de técnicas que, según algunos autores, tienen su origen en lo que tradicionalmente se conoce como meditación vipassana, que significa ‘ver las cosas tal y como son en realidad’.
“Es la capacidad que todos tenemos de prestar atención al momento presente de forma serena y neutral, sin dejar que nuestra mente sea arrastrada por sus propios automatismos: pensamientos, juicios, creencias o emociones”, explica a Sinc José Manuel Calvo Cobo, licenciado en Psicología y experto en coaching y mindfulness.
Pero no estamos ante algo tan nuevo. La meditación clásica ya se encarga de este tipo de menesteres, sin embargo, siempre rodeada de un aura religiosa que le hace ganarse detractores.
“La principal novedad que aporta mindfulness es el estudio científico de sus efectos en la estructura y función del cerebro”, asegura Cobo.
Tras el auge de estas terapias en el mercado, los científicos se han puesto manos a la obra para tratar de evaluar los beneficios reales de la técnica. En PubMed, el principal portal de búsqueda de artículos biomédicos de acceso libre, se pueden encontrar más de 3.000 estudios que hablan de mindfulness.
Algunos trabajos científicos relevantes lo sitúan como una ayuda para reducir del estrés, la depresión y la ansiedad, o incluso mejorar la salud mental de pacientes con cáncer.
“Casi todas las terapias nuevas en el ámbito de la salud mental intentan demostrar su eficacia para tratar la depresión. Lo que ocurre es que la tristeza es bastante susceptible de aminorarse con casi cualquier cosa, desde hacer deporte o dar paseos hasta socializar”, explica a Sinc Eparquio Delgado, psicólogo y autor de ‘Los libros de autoayuda, ¡vaya timo!’.
Delgado defiende que ya existen otros procedimientos útiles para reducir el estrés, la ansiedad o la depresión. “Lo interesante de una nueva técnica es saber en qué mejora lo que ya tenemos”, puntualiza el psicólogo.
La poción mágica
La mayoría de los individuos que recurren a terapias como estas sufren ansiedad o depresión por motivos subyacentes, a los que la meditación no encuentra solución.
“Lo que tenemos que preguntarnos es cómo aparece la depresión y buscar las variables sociales que están haciendo que la incidencia de este trastorno esté aumentando cada día más”, subraya Delgado.
En los años 2000, la psicología positiva puso de moda la felicidad, en los 90 fue la inteligencia emocional y ahora el mindfulness.
Aunque la meditación otorga beneficios reales a quienes lo practican –tal y como se ha señalado en estudios como el publicado en 2013 en el Journal of Consulting and Clinical Psychology, que señala que las prácticas de mindfulness llegan a reducir un 43% las recaídas de personas con depresión– esta moda está haciendo surgir centenares de terapias que prometen beneficios de todo tipo.
“Van apareciendo procedimientos y modas que dicen solucionar todos los problemas, como sucede con las dietas milagro que te prometen reducciones de peso maravillosas”, comenta Delgado.
Basta con introducir en Google el nombre de esta práctica para encontrar miles de resultados de búsqueda que nos aportan información acerca de sus beneficios: ayuda a concentrarse, mejora el rendimiento escolar y la creatividad, y nos hace más felices.
“El mindfulness puede ser una alternativa para tratar ciertos trastornos mentales, como la depresión. Lo que no se puede plantear es que sirva para todo, en todas las situaciones y para todas las personas”, señala el autor.
“Sería interesante demostrar su eficacia en la atención, ya que este tipo de meditación se traduce como ‘conciencia plena’ o ‘atención consciente’. Sin embargo, no hay metaanálisis que demuestren efectos significativos sobre la atención”, añade Delgado.
¿Sinónimo de felicidad?
Quienes promulgan la neurofelicidad, uno de los conceptos de moda, aseguran que conseguir la auténtica plenitud es posible si se cultiva con las fortalezas personales y con la información y las herramientas adecuadas.
Pero mindfulness no es sinónimo de felicidad, sino de aceptación de la realidad. “No tiene nada que ver con la búsqueda compulsiva de la alegría, pero sí sabemos que con la práctica habitual podemos elevar los niveles de satisfacción y bienestar personal”, puntualiza Calvo.
Conseguir enseñar al cerebro a estimular los neuroquímicos de la felicidad –como las endorfinas, la dopamina o la oxitocina– mediante la relajación con mindfulness es la meta que se proponen los tratamientos de neurofelicidad.
Sin embargo, para generar estas sustancias hay otros métodos más accesibles. Comer chocolate, descansar tras un ejercicio físico intenso, mantener relaciones sexuales o realizar una actividad que cada uno considere placentera es la forma más fácil de producir endorfinas, explica Alberto Ferrús, neurocientífico y profesor de Investigación del Instituto Cajal del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). “Que esto se pueda evocar de forma haciendo meditación es posible, pero no existen datos bioquímicos que midan cuánto y en qué condiciones”, añade.
Además es importante tener en cuenta el factor placebo a la hora de medir la eficacia de estos tratamientos. Según un reciente estudio publicado en PNAS, las terapias centradas en el entrenamiento del cerebro solo son eficaces si previamente se les informa a los participantes de la existencia de estudios que corroboran los resultados.
De lo 'eco' a lo 'neuro'
Las modas se reflejan en el uso de las palabras. No hace mucho tiempo que proliferaron los prefijos ‘eco’ o ‘bio’ para redefinir todo tipo de conceptos. Hoy, otro nuevo paquete de términos que han invadido el mercado comienzan por ‘neuro’. La neurofelicidad es uno de ellos.
La playa en la que estaba sentada no era más que una visión que me estaba proporcionando las gafas que llevaba puestas. Esta tecnología unida con un sistema de neurofeedback, una diadema que mide la actividad eléctrica del cerebro, aporta el toque científico al tratamiento.
“Todo es ‘neuro’ en el sentido en el que todas nuestras sensaciones, memorias y actitudes son producto del sistema nervioso, pero creo que se abusa del prefijo al intentar dar respetabilidad científica a todo lo que se quiera poner detrás”, defiende Alberto Ferrús.
Pero, cuidado: no todo es humo en el uso de este tipo de técnicas. En la actualidad se está investigando cómo la realidad virtual puede ayudar, por ejemplo, a que la corteza cerebral de personas con miembros amputados pueda percibir sensaciones de la extremidad que ha sido sustituida por una prótesis.
“La realidad virtual puede ser un procedimiento útil, pero al igual que otros que no utilizan esta tecnología. Habría que presentar casos en los que fuera más eficiente que otro tipo de técnicas o en los que solo pudiera utilizarse este avance”, concluye.
En definitiva, la etiqueta ‘neuro’ se utiliza como indicador de aval científico pero, por desgracia, las soluciones mágicas no existen.