Muchos escritores y periodistas españoles trabajaron durante la I Guerra Mundial en diarios para ganarse la vida. Algunos autores, como Valle-Inclán o Ramiro de Maeztu, realizaron crónicas sobre el tema invitados por el ejército aliado, con objetivos propagandísticos y escasa calidad literaria. La contienda fue durante meses el único tema de primera plana y la prensa acordó respetar la postura oficial de España de declararse neutral en el conflicto.
“La guerra no puede ser tan insoportable como nos la habían pintado los novelistas humanitarios […] horrible sí que debe de serlo […] pero, en cambio, se siente todo el tiempo la sensación de que nuestra voluntad se está realizando […] Se recupera el sentido de la aventura. Las historias cesan de ser historias. Se es uno mismo Historia”, decía Ramiro de Maeztu en Inglaterra en armas, una compilación de artículos publicados originalmente en el periódico conservador La Correspondencia de España y en La Prensa de Argentina. También aparecieron en inglés en el semanario socialista The New Age en una serie titulada Una visita al frente.
Maeztu, escritor de la Generación del 98, no fue el único de sus coetáneos que relató la I Guerra Mundial en forma de crónica, con una visión entusiasta del conflicto y a favor del bando británico.
Otros, como Blasco Ibáñez, Valle Inclán, Azorín y Pérez de Ayala se prodigaron también en publicar en los diarios de la época relatos que no parecen esbozados por este grupo de escritores sobradamente reconocidos. Publicaron textos con un tono y un contenido que difiere radicalmente de la concepción que tenemos hoy en día de lo que es la vida en las trincheras.
“Cuando lees los textos, se parecen entre sí, pero empiezas a darte cuenta que el contexto es de propaganda hacia los aliados. Están de acuerdo con su causa, y muy dispuestos a recibir y difundir su discurso porque les conviene en sus propias batallas ideológicas en España”, declara a Sinc David Jiménez Torres, investigador de la Universidad de Manchester que ha publicado un estudio para saber por qué estos textos son tan distintos a sus obras literarias.
Todos tienen en común intentar hacer que España, donde la mayoría de sus habitantes de aquel momento no habían conocido nunca a un inglés ni a un francés, tenga una opinión favorable hacia estas dos naciones. “Al ir al frente –añade el investigador– a todos les enseñan lo mismo. Ninguno ve el combate de cerca, ninguno conoce a muchos soldados”.
Lo más curioso es que antes de la guerra todos estos intelectuales estaban fascinados con Alemania. “El ensayista Ortega y Gasset les había infundido que los germanos tenían rigor filosófico increíble. De ahí nacen muchas de las becas de la Junta de Ampliación de Estudios, de esa idea de que los españoles tienen que formarse en universidades alemanas, que es donde se aprende ciencia, porque sin ciencia en España no es posible la reforma”.
Crónicas a la carta para un público ‘sesgado’
En 1916 Maeztu publica dos libros. Un hecho peculiar, porque hasta entonces no se había prodigado en este tipo de publicaciones si se compara con sus compañeros de generación, como Pío Baroja, Azorín y Miguel de Unamuno. Pero, además, estos escritos no pudieron ser más distintos.
“Por un lado, Inglaterra en Armas está escrito en español. Son crónicas periodísticas de una calidad bastante deficiente, aunque no por ello dejen de ser interesantes, pero no están en la categoría de gran literatura. En cambio, Authority, Liberty and Function and neglect está escrito en inglés para el público de Reino Unido. Es muy denso, filosófico y atractivo”, explica Jiménez Torres.
El escritor está intentando en este último refundar el mundo moderno y entenderlo. Incluye la filosofía para hacer una síntesis de hacia dónde debería ir el mundo. Uno y otro parecen dos textos escritos por dos personas diferentes.
El retrato azucarado de la guerra llevó a otros periodistas, como Fernando Díaz-Plaja, a decir de Maeztu: “solo la obligación de hacer propaganda aliadófila puede hacer perdonar”, refiriéndose a sus textos de Inglaterra en Armas.
Estas crónicas las escribían invitados por el ejército inglés. En ese sentido, no existía demasiada libertad –no por censura, sino por no poder contar cosas muy distintas–. Los textos de Maeztu se parecen, por ello, a los de Pérez de Ayala, Azorín y Azaña.
Además, el periodista colaboró con The Times, que coordinaba los esfuerzos de propaganda británicos en España a través de John Walter, su delegado en Madrid. “No es que estuviera a sueldo, tampoco es el caso de un periodista vendido, en realidad ninguno de ellos lo es. Estaba convencido de que los ‘suyos’ debían ganar y estaba dispuesto a prestar sus servicios”, apunta el investigador.
Diarios entre ambos bandos
La guerra fue durante muchos meses el único tema de primera plana. A partir de agosto de 1914, los periódicos, al igual que los políticos, acordaron respetar la postura oficial de España de declararse neutral ante el conflicto.
Sin embargo, una vez más, sí se observan publicaciones como La Voz de Galicia, esta era una posición ficticia. “Aunque La Voz se declarase neutral, a través de los artículos publicados se podía observar desde el principio su aliadofilia”, explica a Sinc Mercedes Román, profesora de la Universidad de Vigo, doctora en periodismo y autora de un artículo de investigación sobre el papel de este periódico durante la guerra.
Por iniciativa del diario ABC, en junio de ese mismo año se formó un bloque periodístico que trataba de apoyar y defender la neutralidad. En pocas semanas se adhirieron más de 160 publicaciones de Madrid y provincias, pero esto no implicó que los diarios no tuviesen inclinación o simpatía hacia alguno de los bandos.
En un editorial del 8 de agosto, La Voz aseguraba que el caso de Alemania era “de locura sublime” al enfrentarse contra casi todas las potencias europeas. Incluso se atrevían a adelantar el fin: “Con la derrota de Alemania, que lógicamente es de esperar, ya se apunta por todas partes la quiebra del imperialismo a impulsos de la democracia”.
El 19 de agosto de 1914, Diario Universal publicaba el artículo “Hay neutralidades que matan” con declaraciones del político español Conde de Romanones. El conflicto se transformó en una guerra mediática entre los diarios, a favor y en contra de Alemania.
ABC, a pesar de defender la neutralidad, fue acusado de germanófilo en diversas ocasiones. Una vez, la acusación procedió del The Times de Londres. El 23 de septiembre de 1915 llegó a afirmar que el periódico español estaba a favor de Alemania y que había sido fundado con dinero de la empresa germana Allgemeine Electricitäs Gesellschaft (AEG).
Bartolomé Calderón, corresponsal en Francia de La Voz, publicaba el 18 de octubre su preocupación por la tendencia de parte de la prensa española a favor de los alemanes: “No dudéis que lo mismo en Francia e Inglaterra que en Bélgica se conoce hasta el último detalle de la campaña injuriosa contra los aliados que los alemanes han librado en una parte de los periódicos de España. Os aseguro que he visto por mis propios ojos en cierto lugar, en París, al lado de algún periódico suizo y holandés, las colecciones del ABC, La Tribuna, El Imparcial y los demás diarios de Madrid y provincias, que forman un enorme paquete que es la sola prensa del mundo que se distingue por su simpatía por los invasores y destructores del pueblo belga”.
Censura en los periódicos
El 8 de diciembre Romanones sucedía a Eduardo Dato en la presidencia del Gobierno español, y a lo largo de 1915 la información sobre la guerra pasó, por lo general, a segundo plano hasta la entrada de EE UU en la guerra en 1917.
“Este fue otro momento peligroso para el mantenimiento de la neutralidad española. La Gaceta publicó un Real Decreto suspendiendo las garantías constitucionales e implantando la consiguiente censura previa de los periódicos”, señala Román.
Esta censura fue consecuencia de una posible amenaza de huelga general y provocó que los directores de los periódicos madrileños se reunieran de forma inmediata. Algunos de ellos consideraron esta medida injusta, como los directores de El Día, El Debate y La Acción por ser “benevolentes con los partidarios de los aliados y rigurosos con ellos”.
El 30 de julio se suprimió la censura previa con la condición de que los periódicos informasen mirando “el interés de la Patria”. A esta le sucedió la censura roja, en marzo de 1919, por parte del personal obrero de los talleres de prensa que pretendía eliminar informaciones en contra de los intereses obreros. Esta terminó, por fin, el 30 de junio de 1919, dos días después de la firma del tratado de Versalles con el que se cerraba la Gran Guerra.