Prefiero la muerte

Desde 2003, la Organización Mundial de la Salud (OMS) celebra cada 10 de septiembre el Día Mundial para la Prevención del Suicidio para frenar la tasa de suicidios, que en los últimos 45 años ha aumentado un 60%. Las cifras no dejan indiferente, pero ¿cómo ha cambiado la visión social y legal del comportamiento suicida?

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En el año 2020, 1,5 millones de personas podrían suicidarse en el mundo. Ilustración: SINC.

Cada día cerca de 3.000 personas se quitan la vida. La OMS lanzó hace diez años la primera iniciativa mundial de prevención del suicidio (el programa SUPRE, de Suicide Prevention). Hoy considera esta práctica “uno de los problemas de salud pública más importantes en el mundo” y la sitúa como la décima causa más frecuente de muerte, lo que supone el 1,5% de todos los fallecimientos. Si estos datos parecen elevados, la cifra se dispara al contar las tentativas de suicidio. Por cada persona que se suicida, al menos, otras 20 personas lo intentan.

La OMS se empeña en destacar su carácter evitable. En el año 2000 elaboró un estudio enfocado en los médicos generalistas donde se exponía que entre el 40 y el 60% de las personas suicidas consulta a un profesional antes. La organización considera que se puede disminuir la tasa de muertes si se restringe el acceso a las herramientas usadas (como armas de fuego o pesticidas), no se dan ideas desde los medios al explicar el suicidio y se ofrece tratamiento continuado a la gente en riesgo.

El comportamiento suicida es un suceso que viene determinado por factores biológicos, culturales, sociales y psicológicos. Para Alfredo Luis Calcedo, profesor de Psiquiatría en la Universidad Complutense de Madrid, “aunque la mayor parte de los suicidios son claramente atribuibles a enfermedades mentales, existen también comportamientos suicidas que no poseen influencias psicológicas en absoluto y otros donde se mezclan trastornos de la personalidad con dificultades del ambiente”.

El suicidio, un hecho social

El sociólogo francés Émile Durkheim fue el primer investigador social que detectó factores sociológicos que influían en las tasas de suicidio. En su obra El suicidio (1897) señaló que esta práctica es un fenómeno sociológico, “consecuencia de una mala adaptación social del individuo y de una falta de integración”. El autor llegó a identificar cuatro tipos de suicidio (egoísta, anómico, fatalista y altruista)

Sin embargo, la tendencia actual en los estudios sobre el suicidio es el enfoque psicológico. Las cifras que maneja la OMS apuntan que más del 90% de los suicidios se asocian a trastornos mentales (sobre todo, a la depresión y al abuso de drogas). “Ahora mismo todo se reduce a la genética y se obvia el enfoque social. Las neurociencias señalan que hay algo en el cerebro que no va bien y hace que una persona se suicide, pero eso no es así ni mucho menos”, explica Calcedo. “De hecho, a pesar de toda la investigación en laboratorios, ahora mismo no hay ningún marcador biológico que sea lo suficientemente sensible y específico como para poder predecir quién se va a suicidar y quién no”.

Víctor Navarro, médico del Servicio de Psiquiatría y Psicología del Hospital Clínic de Barcelona, subraya que “el suicidio es un fenómeno excesivamente complejo como para encontrar una única alteración que lo justifique”. Por eso, llegar a definir una causa “no parece razonable a corto plazo”, dice el experto. “Hay un gran despiste sobre qué debemos investigar, pero tenemos claro que existe un componente biológico, ya que frente a situaciones idénticas hay individuos que quieren morirse y otros que no”, puntualiza.

La criminalización del suicidio

La actitud de la sociedad occidental hacia el suicidio ha variado a lo largo de la historia. En la época del Imperio Romano (31 a.C.- 476 d.C) se consideraba el suicidio como una práctica honrosa. El filósofo romano Séneca lo ensalzó como “el acto último de una persona libre”. Pero tras los primeros concilios de la Iglesia católica, se decretó que las personas que cometieran suicidio no podrían recibir los rituales de la iglesia tras su muerte.

En la Edad Media, la Iglesia católica clasificó esta práctica de “pecado”. Se ordenaba la confiscación de las propiedades de la persona suicida y el cadáver sufría todo tipo de humillaciones. Aunque el suicidio está condenado por las principales religiones, hoy no existen restricciones para honrar el cuerpo de quien se mata. Muchos psicólogos y sociólogos han demostrado con sus estudios que criminalizar el suicidio estigmatiza y hace que las personas en riesgo prefieran morir a buscar la ayuda necesaria.

Pero la pregunta sigue sin ser contestada ni por médicos ni por sociólogos: ¿Dónde empieza y termina el derecho a morir? El debate está en la ética de cada uno.

La muerte voluntaria, en cifras

Los últimos datos del Instituto Nacional de Estadística (INE) muestran que la tasa de suicidio en España es de 12,6 en varones y de 3,9 en mujeres por cada 100.000 habitantes. Entre los adolescentes y adultos jóvenes, el suicidio es la segunda causa más frecuente de muerte, después de los accidentes de circulación. Durante la etapa comprendida entre los 40 y los 70 años este riesgo se reduce, para aumentar nuevamente en la tercera edad.

Según indica Navarro, el 95% de los suicidios e intentos de suicidio los realizan personas con algún trastorno mental. El trastorno mental que se asocia con más frecuencia a un intento de suicidio (consumado o no) es la depresión. Excepto en las zonas rurales de China, se suicidan más hombres que mujeres, aunque en la mayoría de lugares los intentos de suicidio son más frecuentes entre las mujeres.

Las estimaciones realizadas indican que en 2020 las víctimas podrían ascender a 1,5 millones de personas. Los datos podrían ser incluso mayores, ya que hay gobiernos que no informan sobre la incidencia de suicidios.

Fuente: SINC
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