La tasa a los envases de un solo uso incluida en el anteproyecto de Ley de Residuos y Suelos Contaminados puede contribuir a cambiar el comportamiento de los consumidores y la industria, pero no es la panacea. Mientras los expertos advierten de que el tributo debería ir acompañado de otras medidas, desde el sector defienden la sostenibilidad de sus productos.
En 1933, un equipo de químicos de la empresa británica Imperial Chemical Industries sintetizó un material creado por accidente 35 años antes por un científico alemán, pero fue incapaz de reproducir el resultado de su primer experimento. No fue hasta dos años más tarde que Michael Perrin consiguió crear el primer método práctico de fabricación del bautizado como polietileno. El nuevo compuesto acabaría formando parte del recubrimiento de cables durante la Segunda Guerra Mundial y de los hula-hoops inventados en los años 50.
En la actualidad, convertido en el plástico más habitual, este polímero es hoy uno de los peores enemigos del planeta. Es el ingrediente principal de las bolsas y de muchos envases de un solo uso, así como del millón de botellas que la humanidad compra por minuto, según datos de Euromonitor International publicados por The Guardian. La mayoría de los residuos terminan en vertederos o en el medioambiente.
En los últimos años se han establecido diferentes estrategias y normativas para reducir y prohibir su uso, pero entre ellas destaca otra práctica: la fiscalidad. Hace tiempo que en la Unión Europea se habla de gravar los plásticos de un solo uso, y España se ha decidido a dar el paso. El anteproyecto de Ley de Residuos y Suelos Contaminados, cuya tramitación arrancó este verano, plantea un impuesto de 0,45 euros por kilogramo de plástico no reutilizable fabricado, importado o comprado en la UE.
“Los impuestos ambientales permiten internalizar los efectos negativos que genera su producción en el precio que pagan los consumidores”, explica a Sinc Luis Antonio López, investigador en economía ambiental y energética de la Universidad de Castilla-La Mancha. En este caso, el tributo contribuiría a reducir las emisiones de CO2, el uso de recursos y la generación de residuos.
El principal requisito para que el impuesto funcione es que provoque un cambio de comportamiento en consumidores y empresas para avanzar hacia una economía más circular. Los primeros reaccionarán al ver subir el coste de artículos que compran habitualmente, como las botellas de agua. Los productores lo harán a medio plazo, buscando alternativas y nuevos materiales libres de la tasa. A partir de entonces, “el impacto del impuesto en los precios finales será menor”, indica López.
Por último, las compañías que emplean los envases para distribuir sus productos buscarán opciones que no incluyan plásticos. Esta estrategia les permitirá identificarse como firmas sostenibles y atraer a clientes con valores ambientales.
Sin embargo, uno de los mayores riesgos del impuesto, según advierte López, es que repercuta en mayor medida en grupos sociales con rentas bajas. Si bien el anteproyecto incluye medidas como servir agua del grifo en bares y restaurantes e instalar más fuentes, la tasa puede ser problemática en zonas con aguas de mala calidad o sabor.
En términos económicos, el tributo podría ser regresivo: las familias con menos recursos tendrían que pagar un porcentaje más elevado respecto al total de consumo que realizan que aquellas con un gasto global mayor. Para evitarlo, “habría que pensar en establecer métodos compensatorios”, aconseja el experto en economía.
Además, los hogares de renta media-alta pueden asimilar más fácilmente el aumento de precios que genere el impuesto y no cambiar sus preferencias. Para ellos, el impuesto no es suficiente. Por eso también “se debería limitar la venta de algunos productos que sean especialmente dañinos o tratar de aumentar la concienciación a los consumidores sobre el impacto de sus decisiones”, sugiere López.
La mayoría de los plásticos proceden de una fracción de los hidrocarburos del petróleo. Tras salir de la refinería, estos compuestos son sometidos a procesos como la polimerización y la policondensación. En un reactor, moléculas pequeñas como el etileno y el propileno se unen para formar largas cadenas de polímeros.
El resultado es un material ligero, barato, resistente, estable y versátil. Es ideal para fabricar envases de distintos espesores, formas, rigidez y compactación, que también pueden ser transparentes; pero es posible decorarlos. “Sus propiedades pueden regularse combinando diferentes plásticos entre sí y con otros materiales”, señala José Ignacio Velasco, experto en ingeniería de materiales de la Universidad Politécnica de Cataluña (UPC).
Además de las botellas de agua, estos polímeros constituyen muchos recipientes para conservar comida: la película flexible que envasa al vacío embutidos y quesos, las bandejas para la carne, el pescado o las pizzas precocinadas, los botes de mayonesa o de kétchup.
Los envases alimentarios son de un solo uso; no pueden volver a utilizarse para la misma aplicación y deben depositarse en el contenedor amarillo para su reciclaje. Según el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), suponen el 50 % de los residuos plásticos generados a escala global. Solo en la UE se produjeron 15,88 millones de toneladas de envases plásticos en el 2015. Un 40 % fue reciclado. Del resto, la mayor parte acabó (y sigue acabando) en vertederos y en la naturaleza. También la de los países asiáticos a los que se envían.
Erik Solheim, exdirector del PNUMA, advertía en uno de los informes del programa que “el plástico no es el problema. Es lo que hacemos con él”. El análisis de ciclo de vida de un producto tiene en cuenta criterios como el diseño, vida útil y gestión del residuo para determinar su sostenibilidad. “Haciendo este análisis nos damos cuenta de que, en muchas ocasiones, las soluciones de plástico son las más sostenibles”, subrayan desde EsPlásticos, una plataforma que aglomera a más de 3.000 empresas del sector de los plásticos en España.
Por ejemplo, fabricar una botella de vidrio en lugar de plástico conlleva el uso de más materias primas y la producción de más emisiones en su transporte porque pesa más. “Las alternativas al plástico de otros materiales generalmente demandan mucha más energía para ser transformadas, ya sea para hacer la botella o para reciclarla”, argumentan desde la iniciativa.
No obstante, el uso masivo de plásticos presenta otros inconvenientes aparte de los medioambientales. Compuestos químicos como los ftalatos y bisfenoles pueden migrar de los envases a los alimentos y, una vez consumidos, alterar el sistema endocrino, el desarrollo de los niños o la fertilidad. Según un estudio de la Universidad de Newcastle para WWF, consumimos cinco gramos de plástico a la semana, provenientes, en su mayor parte, de las botellas de agua.
Sin embargo, utilizar otros materiales tampoco está libre de riesgos. El papel, el cartón y el aluminio también pueden ocasionar el paso de químicos a los alimentos. Como señalan desde la OCU, habría que asegurar la inocuidad de cualquier material antes de utilizarlo para fabricar envases que contengan comida. Y para eso falta regulación específica y colaboración por parte de la industria.
Una de las opciones para evitar el uso de plásticos en la fabricación de envases alimentarios es recurrir a materiales compostables o biodegradables. Pero todavía son poco rentables y accesibles. “Hay menos disponibilidad, variedad y, en determinados casos, su procesado también introduce dificultades de índole técnica”, apunta Velasco.
Aunque se ha demostrado la utilidad de los bioplásticos para algunas aplicaciones, “sus propiedades son moderadas y su coste elevado (tanto el económico como el social y ambiental)”, advierte Joaquín Martínez, investigador en la Universidad Politécnica de Madrid especializado en estos materiales.
Si bien se pueden obtener partir de residuos —provienen de compuestos como la celulosa y sus derivados y el almidón—, “en la actualidad se producen mayoritariamente a partir de materias primas que pueden ser alimentos, como el maíz o la caña de azúcar”, indica el científico. Además, los bioplásticos no siempre son reciclables o compostables. Tampoco son biodegradables.
Otra alternativa que puede contribuir a reducir el empleo de plásticos son los envases activos, funcionales o inteligentes. “Alargan la vida útil del alimento, ejerciendo una función de conservación y protección complementaria a base de incorporar determinadas sustancias que interaccionan con él y con la atmósfera que lo rodea”, explica el investigador de la UPC. Pueden incluir tecnologías como sensores y nanomateriales.
Según Velasco, la escasa implantación de alternativas al plástico en la industria alimentaria se debe, esencialmente, a una cuestión económica. La aplicación de las ya existentes y los procesos de desarrollo e industrialización de otras nuevas son costosos. “El sector es muy competitivo y los márgenes económicos muy estrechos”. Para impulsar un cambio, “se necesitan estímulos extra”, continúa.
“Lo fundamental es reducir el consumo de materias primas y los vertidos y vertederos, independientemente del tipo de material que sea”, opina Martínez. Una postura que comparte Velasco. Ambos coinciden en señalar que sería mejor aplicar un impuesto a todos los materiales que acaben en vertederos. Hay un gran porcentaje de papel y cartón (un 26%) y vidrio (alrededor del 32,8%) que no se recicla en España.
Según el PNUMA, para evitar la contaminación por plástico, las medidas deberían seguir la jerarquía de la gestión de residuos y los principios de la economía circular. Es decir, estar dirigidas, por orden de prioridad, a minimizar la generación de desechos, mejorar los sistemas de gestión de residuos y fomentar el reciclaje y la utilización de materiales reciclados.
Además de la tasa, el anteproyecto, que traspone los objetivos recogidos en las directivas europeas de residuos y de plásticos de un solo uso, incluye la prohibición de artículos como bastoncillos, pajitas y cubiertos de plástico a partir de 2021. Como consecuencia del impuesto, el Gobierno planea reducir la venta de los artículos gravados en un 50 % para el 2026 y en un 70 % para el 2030, en ambos casos respecto a 2022.
Los expertos consultados coinciden en recalcar que aplicar el tributo es solo un paso en la buena dirección, pero que no debe ser el único. La concienciación y educación de los ciudadanos sobre las repercusiones de sus compras y el apoyo a la investigación, desarrollo e innovación tecnológica en el sector son otras medidas indispensables.
Entre otras áreas relacionadas con la economía circular, las empresas de la plataforma EsPlásticos trabajan para fomentar el uso de materiales reciclados y mejorar el ecodiseño de los productos y las tecnologías de reciclado para transformar más tipos de residuos.
La industria se ha comprometido, como miembro de la Alianza Circular sobre los Plásticos, a conseguir que Europa utilice 10 millones de toneladas de plásticos reciclados para fabricar nuevos artículos en el 2025. Reciclar tan solo una tonelada de este material supone una reducción de emisiones de hasta tres toneladas de CO2.
“La medida más útil para incentivar la utilización de plásticos reciclados es obligar a que los productos contengan un determinado porcentaje de este material”, estima Martínez. El anteproyecto de ley establece que las botellas hechas con tereftalato de polietileno (PET, por sus siglas en inglés) deberán contener entre un 25 % y un 30 % de material reciclado. Un porcentaje que puede ir en aumento en futuras regulaciones.
Aunque el polietileno sigue aún en auge y difícilmente podremos prescindir de él, es hora de ponerle límites.