La llamada Cumbre de los Pueblos, el contrapunto popular a la cumbre climática de la ONU (COP30), arrancó este miércoles en la ciudad brasileña de Belém con críticas a la inacción de los líderes mundiales pero también con la presentación de soluciones prácticas a la emergencia ambiental.
El campus de la mayor universidad de la ciudad amazónica, ubicado a orillas del río Guamá, estará tomado por movimientos sociales de unos 60 países durante los próximos cinco días.
Indígenas, familias afectadas por las presas de las empresas mineras, activistas agrarios, comunidades ribereñas y seguidores de las más diversas causas se van concentrando bajo la carpa del pleno para asistir a la inauguración.
““¡Viva la vida, vivan los pueblos originarios y vivan los que luchan por la tierra!”, exclaman desde la tarima con un nivel de decibelios que, desde luego, no se escucha en el ambiente contenido y trajeado de la COP.
El mensaje: mientras los negociadores discuten párrafo a párrafo compromisos medioambientales que muchas veces luego sus propios gobiernos incumplen, las personas de a pie muestran el verdadero camino.
“Somos lo contrario a la COP… Allá van las empresas de pesticidas, las mayores responsables de la degradación de los suelos, y los negociadores difícilmente están escuchando a los movimientos populares”, dice a EFE la activista agraria Erô Silva.
Miembro de la dirección nacional del Movimiento de los Trabajadores Rurales sin Tierra (MST), una de las asociaciones más influyentes de Brasil, Silva y sus compañeros tienen un puesto en el campus donde reparten mudas de plantas amazónicas como parte del modelo agroecológico que propugnan.
“Esto de aquí es açaí y eso cupuaçú… plantar árboles también significa producir comida”, asegura, frente a la idea de que deforestar es necesario para alimentar a la población.
Por culpa de la expansión de cultivos como la soja, una superficie de la Amazonía similar a la de España ha sido talada en los últimos 40 años, según un informe de la ONG MapBiomas con base en datos oficiales.
La desconfianza respecto a la COP30 cunde entre los indígenas que participan en la Cumbre de los Pueblos y que ven cómo los gobiernos tardan décadas en regularizar sus tierras, si es que lo llegan a hacer.
“Demarcación ya, demarcación ya”, lanza un cacique desde la tarima del plenario y el llamado es aplaudido con entusiasmo por los presentes.
El día anterior, un grupo de indígenas que pedía, entre otras cosas, la regularización de sus tierras fue expulsado por el personal de seguridad de la COP30, después de entrar a la fuerza en el área restringida de la conferencia.
Raquel Mura, una joven de 19 años que lleva pendientes de plumas de guacamayo y cuya etnia lucha contra la extracción de potasio en el territorio, celebra la incursión de la víspera porque siente que la cumbre está "cerrada" y los negociadores "no quieren escuchar" las voces de los pueblos originarios.
"Es muy importante que estemos en esos lugares para que oigan a los que protegemos las selvas y cuidamos del agua... Si no lo hacen será una COP como las otras, por mucho que sea en la Amazonía", afirma a EFE.
Y es cierto que, por lo menos en Brasil, las tierras indígenas son las que registran menores índices de tala, incluso inferiores a las de los parques naturales.
Por otro lado, la reciente decisión del Gobierno del presidente Luiz Inácio Lula da Silva de autorizar la exploración de petróleo en una área marítima cercana a la desembocadura del río Amazonas ha abierto una brecha adicional entre él y las etnias.
“Lula hizo promesas y ahora está yendo contra nosotros; es una decepción”, asegura Mura.
Más optimista sobre la COP30, el ecuatoriano Leo Cerda, indígena kichwa de 37 años, ha navegado 3.000 kilómetros por los ríos amazónicos para llegar hasta Belém y participar en la Cumbre de los Pueblos.
Pese a la duración del viaje y a las muchas noches dormidas en hamacas, está más animado que nunca.
“Acabo de hacerme un 'selfie' con Raoni”, confiesa a EFE con una sonrisa, en referencia al ya anciano cacique, un ídolo del movimiento que también está presente en la ciudad amazónica para seguir las discusiones.
Sobre la cubierta de un barco atracado cerca del campus universitario, Cerda habla con claridad sobre dos de las mayores lagunas de esta y todas las COP: la financiación climática insuficiente, especialmente para los indígenas, y el incumplimiento por parte de los países de sus propias metas de reducción de emisiones contaminantes.
“Queremos que la financiación nos llegue directo a los pueblos originarios y que las metas sean vinculantes... ¡Basta ya de palabrería!”, sentencia.