Un estudio impulsado por la Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología indica que más del 60 % de los encuestados busca información de manera habitual sobre temas de ciencia y salud. Internet es el medio más utilizado para informarse sobre estos temas, y las redes sociales son el canal con más probabilidad de propagar información falsa.
La rápida deserción que se está produciendo entre las organizaciones que han dirigido las amenazas de ciberseguridad más críticas a occidente en los últimos años deja en evidencia que estos grupos, como sucede también con los oligarcas, están más preocupados de su fortuna personal que de otra cosa. Ya no hay romance con Rusia, sino bitcoins.
Estudiantes de la ESO de 90 colegios de España han comprobado la veracidad de creencias populares a través del pensamiento crítico. Los adolescentes han diseñado sus propias investigaciones para saber si una moneda que cae desde un rascacielos puede matarnos, si la nieve de Filomena estaba hecha de plástico o si podemos engañar a la probabilidad para ganar en juegos de azar.
Desde los primeros meses de la pandemia, la sociedad y los medios de comunicación han construido muchas teorías sobre el origen del virus y las estrategias de los poderes mundiales. Algunos de ellos se han convertido en bulos que han calado en la población, incluso entre los profesionales de la salud.
Un equipo de investigadores ha analizado millones de tuits publicados en todo el mundo durante la fase inicial de la epidemia. Sus resultados muestran que, a medida que aumentaron los casos, los ciudadanos compartieron información más fidedigna.
Para combatir desinformaciones, es mejor prevenir y formar al público que forzar un cambio de opinión. Matute, que investiga sesgos, asociaciones mentales e ilusiones causales, considera que la equidistancia de algunos medios y la politización son los grandes problemas de las noticias falsas en la pandemia.
Un estudio publicado por el grupo de investigación ScienceFlows, de la Universitat de València, analiza las desinformaciones compartidas en España durante el primer mes del estado de alarma. Los mensajes promovían el consumo de alimentos cotidianos para evitar y curar la infección por el nuevo coronavirus, y en muchos se hacía gala de títulos sanitarios o científicos para dar veracidad al mensaje.
Ridiculizar a quien no confía en el consenso científico puede llevarnos a una disminución de la confianza social. Sin confianza, no hay colaboración. Sin colaboración, no podemos parar la pandemia.