En los años 80 se identificó el patógeno responsable del cáncer de cuello uterino: el virus del papiloma humano, conocido como VPH. Xavier Bosch, investigador del Instituto Catalán de Oncología, contribuyó a realizar este descubrimiento, fundamental para el desarrollo de la vacuna contra esta enfermedad. Sus estudios también han confirmado la eficacia y seguridad de esta inyección.
El virus del papiloma humano es un patógeno de transmisión sexual muy común en todo el mundo: se estima que la mayoría de las personas son infectadas en algún momento de su vida. Existen más de 200 tipos de VPH, algunos de los cuales pueden causar verrugas genitales y varios tipos de cáncer.
Desde 2019, cada 4 de marzo se celebra el Día Internacional de la Concienciación sobre el Virus del Papiloma Humano (VPH), impulsado por la Sociedad Internacional de Virus del Papiloma, con el objetivo de concienciar y educar sobre las enfermedades producidas por este patógeno y su prevención mediante la vacunación.
Hace más de 40 años se descubrió que este virus era el responsable del cáncer de cuello uterino, el cuarto cáncer más común en mujeres. Xavier Bosch, investigador emérito en el Instituto Catalán de Oncología (ICO) y profesor de los Estudios de Ciencias de la Salud de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC), contribuyó decisivamente a este hallazgo, lo que supuso el punto de partida necesario para el desarrollo de la vacuna.
Gracias a la vacunación y a los sistemas de detección precoz existentes en la actualidad, se cree que es posible erradicar esta enfermedad del mundo. Sin embargo, todavía cada año más de 300.000 mujeres mueren por cáncer de cuello uterino, y se estima que más del 85 % de estas defunciones se dan en los países empobrecidos.
A finales de 2021 Bosch fue galardonado con el premio Maurice Hilleman por su gran trayectoria profesional y su contribución al desarrollo y la promoción de las vacunas contra este tipo de virus.
Usted contribuyó, en los años 80, a identificar el virus del papiloma humano como el responsable de este tipo de cáncer. ¿Cómo fue ese descubrimiento?
Fueron muchos años de trabajo. Teníamos información epidemiológica de que el cáncer de cuello uterino era más frecuente en mujeres que habían tenido múltiples compañeros sexuales, casadas con varones que habían tenido un cáncer de pene o que eran segundos matrimonios cuya primera mujer había fallecido de cáncer de cuello uterino. Esto nos decía que seguramente había un agente de transmisión sexual que estaba en el origen de estas enfermedades.
En los 80 se empezó a desarrollar la tecnología de diagnóstico molecular, que ahora es tan frecuente. En aquel momento, se propusieron los primeros análisis para identificar el ADN o ARN del virus del papiloma en muestras de mujeres con y sin cáncer. Empezamos haciendo algunos estudios en España y en América del Sur porque eran países en los que había una incidencia muy diferente: muy frecuente allí y relativamente raro en las españolas.
Supimos que el cáncer de cuello uterino era más frecuente en mujeres que habían tenido múltiples compañeros sexuales. Esto nos decía que seguramente había un agente de transmisión sexual en su origen
¿A qué se debían esas diferencias?
A los diferentes comportamientos sexuales en una comunidad y en otra. En América Latina, la autonomía y la libertad de comportamiento sexual era mucho más tolerante y mucho más desarrollado que el que teníamos en España en aquella época.
Sin embargo, lo que sí confirmamos es que tanto en un país como en otro, las mujeres con la enfermedad eran las que habían estado infectadas por el virus del papiloma humano. Y esto, de alguna manera, fue la base que empujó a diferentes grupos y a diferentes empresas a hacer investigación para incorporar los test de análisis de ADN viral a la rutina de las visitas ginecológicas de prevención de cáncer de cuello y, más adelante, a preparar vacunas para la prevención de la infección.
¿Cuáles fueron los mayores retos a los que se enfrentaron para desarrollar la vacuna?
Nosotros no participamos directamente en la fase inicial, sino que participamos en las fases más adelantadas para probarla en poblaciones humanas y confirmar que era eficaz y segura. La preparación de las vacunas del papiloma desarrolló toda una tecnología muy nueva, de forma que se logró un compuesto extraordinariamente eficaz. Llevamos ya 150 millones de personas vacunadas, durante 10 o 12 años de seguimiento, lo que ha confirmado que la vacunación precoz protege a las mujeres del cáncer invasor de cuello uterino.
Estos cientos de millones de dosis puestas nos aseguran una y otra vez que las personas vacunadas adquieren una protección que es imposible adquirir de cualquier otra manera
La información de estos cientos de millones de dosis puestas nos aseguran una y otra vez que las personas vacunadas adquieren una protección que es imposible adquirir de cualquier otra manera, y viene a dar la razón final a toda la etapa de investigación que hemos llevado durante 40 años.
En España, esta vacuna forma parte del calendario vacunal y se administra a las niñas a partir de los 12 años. ¿Por qué no se administra también a los niños, ya que ellos también pueden infectarse?
Seguramente en un futuro sí se hará. De hecho, hay ya unos 30 países en el mundo que han incorporado la vacunación en ellos. En estas circunstancias, la reducción de las infecciones es todavía más rápida y más acelerada. Así, los objetivos finales de reducción del cáncer deberían alcanzarse más rápidamente en estos países.
La vacuna se aprobó en 2006, por lo que muchas mujeres no tuvieron la oportunidad de vacunarse de niñas. ¿Pierde efectividad la vacuna si se administra a mujeres en edad adulta?
Si las mujeres no están infectadas, la efectividad de la vacuna es la misma. En este momento, estamos trabajando en protocolos para inmunizar a mujeres en edades intermedias que no tuvieron la ocasión de vacunarse cuando eran más jóvenes.
Para ello, hay que hacer dos intervenciones: vacunar y mirar si la persona está infectada. Si la persona no está contagiada y se vacuna, la eficacia de protección es muy alta para el futuro, por eso estas pacientes tienen que hacer menos visitas de screening que si no estuvieran inmunizadas.
Ahora bien, si inmunizamos a una persona que ya está infectada, sabemos que la vacuna no va a resolver esta infección. Por lo tanto, esta persona estará protegida contra futuras infecciones, pero deberá seguir un control más estricto para saber qué es lo que ocurre con la infección que ya está presente en este momento.
Estamos trabajando en protocolos para inmunizar a mujeres en edades intermedias que no tuvieron la ocasión de vacunarse cuando eran más jóvenes. En ellas hay que hacer dos intervenciones: vacunar y mirar si está infectada
La vacuna cubierta por el Sistema Nacional de Salud protege sobre todo contra dos cepas del virus del papiloma humano, la 16 y la 18, que son las que más riesgo tienen de desarrollar cáncer…
Sí, estas fueron las primeras vacunas. Después se desarrolló otra que llamamos cuadrivalente porque, además de las cepas 16 y 18 contra el cáncer el cuello uterino y otros tumores, incorporaba el papiloma 6 y el 11 que son los responsables de las verrugas genitales. Posteriormente, apareció la de nueve tipos que incluye los dos de las verrugas genitales y 7 tipos capaces de producir cáncer. Estimamos que la protección que ofrecemos a las poblaciones vacunadas está a entorno al 90 % de los tumores.
Según la OMS, este virus es potencialmente erradicable, ¿qué es lo que debemos hacer para conseguir este objetivo?
Si una mujer está vacunada y es negativa para la infección, su riesgo de tener cáncer de cuello uterino es prácticamente nulo. Por lo tanto, la estrategia que la OMS ha puesto en marcha consiste en vacunar a las niñas, hacer screening a las mujeres jóvenes a los 35 y a los 45 y, sobre todo, asegurar que aquellas que se hacen un screening a esas edades y que tienen alguna anomalía reciben el tratamiento adecuado.
No obstante, este es uno de los problemas difíciles de resolver en los países con menos recursos, donde la tecnología para hacer el seguimiento de estas mujeres positivas y tratarlas adecuadamente es difícil de conseguir.
A escala global, el cáncer de cuello uterino es el cuarto cáncer más frecuente en las mujeres. En los países de renta alta existen programas que permiten inmunizar a las niñas contra el VPH y realizar revisiones periódicas, lo que ayuda a identificar las lesiones precancerosas en etapas en las que pueden tratarse fácilmente.
Por el contrario, en los países de ingresos bajos y medios, el acceso a estas medidas preventivas es limitado y el cáncer de cuello uterino no suele identificarse hasta que se desarrollan los síntomas, en una etapa más avanzada. Además, el acceso al tratamiento de esta enfermedad (por ejemplo, cirugía, radioterapia y quimioterapia) puede ser muy limitado, lo que da lugar a una mayor tasa de mortalidad por cáncer de cuello uterino en estos países.
En agosto de 2020, la Asamblea Mundial de la Salud adoptó la estrategia mundial para acelerar la eliminación del cáncer del cuello uterino, que tiene como objetivo alcanzar y mantener una tasa de incidencia inferior a cuatro por cada 100.000 mujeres. Para lograr esta meta es preciso:
Vacunar al 90% de las niñas en el mundo contra el VPH antes de los 15 años.
Llevar a cabo pruebas de screening en el 70 % de las mujeres antes de los 35 años, y de nuevo a los 45 años.
Tratar al 90 % de las mujeres con precáncer y tener al 90 % de las mujeres con cáncer invasivo controladas.