Cuando comemos un pepino pocas personas se preguntan de dónde vienen los minerales que éstos contienen. Pero cuando un agricultor tiene que decidir entre un fertilizante u otro para echar a sus pepinos, la cosa cambia. Los precios de estos fertilizantes suelen ser elevados y de su elección dependerán los beneficios que obtenga de su explotación y la calidad del producto final.
Hasta ahora el decidir que fertilizante de hierro echar a los pepinos, naranjos, vides, tomates, etc. para obtener una buena producción (cantidad y calidad), o tratar de entender el comportamiento del hierro en el interior de las plantas, se basaba, en líneas generales, en estudios en los que se medía la cantidad total de este elemento en los diferentes órganos de la planta o en experimentos en los que se empleaban isótopos radiactivos, con los consiguientes inconvenientes por todos conocidos y “temidos”. El trabajo, publicado recientemente en la revista “Analytical and Bioanalytical Chemistry”, realizado en el Departamento de Química Agrícola de la UAM por el grupo de los doctores Lucena y Hernández-Apaolaza en colaboración con el equipo del doctor García-Alonso de la Universidad de Oviedo, presenta un estudio pionero en el uso de un isótopo no radiactivo de hierro que permite estudiar el comportamiento de este elemento en plantas de forma adecuada y sin riesgos para la salud. En este estudio, publicado en Analytical and Bioanalytical Chemistry, se aplicaron a plantas jóvenes de pepino distintos fertilizantes de hierro marcados con el isótopo estable y se determinó la cantidad que se encontraba de dicho isótopo (y por tanto de hierro proveniente del fertilizante) en los distintos órganos de la planta. La técnica empleada permitió encontrar el isótopo tanto en raíz, como en los tallos y en las hojas, por lo que parece que su utilidad está confirmada y se abre un campo de investigación hasta ahora limitado por las técnicas de análisis existentes. Aun queda camino por recorrer, pero a través de la metodología propuesta en este estudio podremos profundizar en el conocimiento del comportamiento del hierro en plantas y en suelos, lo que en definitiva, se traducirá en información para el agricultor sobre los productos a emplear para abonar los diferentes cultivos en las diferentes zonas productoras y en recomendaciones, con más conocimiento de causa, sobre las dosis a añadir y el momento apropiado para hacerlo. Con ello, además del ahorro por parte del agricultor en fertilizantes, se minimizarán las contaminaciones debidas a un mal uso de los mismos (dosis excesivas o aplicadas a destiempo). Paralelamente el consumidor, recibirá productos de mayor o cuanto menos similar calidad a los actuales, pero podrá asegurar que el ciclo de cultivo que ha llevado ese fruto a sus manos ha sido más respetuoso con el medioambiente.