Después de varios aplazamientos, estaba previsto que este 31 de octubre despegara por fin el telescopio James Webb desde la Guayana Francesa, pero los responsables de esta misión de la NASA, la Agencia Espacial Europea y la de Canadá han informado esta semana que la ventana de lanzamiento está abierta hasta principios de diciembre.
El telescopio espacial James Webb (JWST), podría no lanzarse en Halloween, el 31 de octubre, como estaba previsto. Esta potente “máquina del tiempo” con la que se aspira a desentrañar la formación del universo, despegará entre esa fecha y comienzos de diciembre, según han precisado sus responsables durante una rueda de prensa organizada este martes por la Agencia Espacial Europea (ESA).
Esta misión conjunta liderada por la NASA, en colaboración con la ESA y la canadiense CSA, tenía ya su fecha fijada para el último día de octubre, pero el margen de maniobra se amplía ante posibles eventualidades en la preparación del instrumento en sí, de su cohete, el Ariane 5, o de las instalaciones del puerto espacial europeo de Kurú (Guayana Francesa) desde donde va a despegar.
“El James Webb no será (lanzado) antes del 31 de octubre pero hemos acordado una ventana de lanzamiento que va hasta principios de diciembre”, ha indicado Beatriz Romero, responsable del proyecto Webb de Arianespace.
Tras varios retrasos previos, en 2020 estaba previsto el lanzamiento para mayo y después se pospuso para marzo de este año, pero el despegue sufrió un nuevo aplazamiento a octubre por la repercusión de la pandemia de la covid-19 y otros desafíos técnicos.
En cualquier caso las tres agencias espaciales implicadas confían en que este otoño por fin esté el James Webb en el espacio, donde el gigantesco telescopio ofrecerá a la comunidad científica sus enormes posibilidades.
“Se convertirá en el centro de todo el programa de observación astrofísica durante la próxima década o más”, ha destacado en la conferencia de prensa Thomas Zurbuchen, administrador asociado de la Dirección de Misiones Científicas de la NASA.
La posibilidad de que esclarezca el origen de las galaxias y de las estrellas abarca la promesa de cambiar “no solo lo que sabemos, sino cómo pensamos como humanos”, ha añadido el experto, que aventura que será capaz de enseñarnos el universo “como no lo hemos visto nunca”.
Ilustración del James Webb desentrañando los misterios del universo. / ESA/ATG medialab
El JWST está diseñado para “expandir los éxitos científicos” del telescopio Hubble y complementarlo. Será el más grande y potente que se ha lanzado jamás al espacio y tardará un mes en llegar a su órbita, a un millón y medio de kilómetros de la Tierra. En concreto, orbitará alrededor del punto de Lagrange L2, un lugar óptimo del sistema Sol-Tierra donde estabilizar y colocar este tipo de observatorios.
Ofrecerá una vista inédita del universo a longitudes de onda del infrarrojo cercano y el infrarrojo medio y permitirá estudiar una gran variedad de objetos celestes, desde galaxias vecinas hasta los confines del universo más distante.
Su espejo primario, en forma de panal con 18 segmentos hexagonales, mide 6,5 metros de altura, frente a los 2,4 del Hubble, y ayudará a mirar a lo que ocurrió hace unos 13.500 millones de años, 1.000 millones más que el otro telescopio.
Está diseñado para aclarar desde a qué se parecía el universo cuando sus primeras estrellas y galaxias se formaron, hasta la evolución de los agujeros negros o el ciclo vital de las estrellas, de su nacimiento a su muerte.
La resolución de sus imágenes será clave. En regiones donde actualmente se sabe que hay gran cantidad de nuevas estrellas, la presencia de gas y de polvo impide observarlas con claridad, pero con su potencia será “como si se hubiera levantado ese velo”, ha apuntado Antonella Nota, científica del proyecto Webb de la ESA.
Se tardarán entre dos y seis meses en obtener las primeras imágenes con toda su calidad, pero en cuanto estén disponibles “nos volará la cabeza”, ha recalcado Günther Hasinger, director de Ciencia de la ESA, con un entusiasmo compartido por todos sus impulsores.
El telescopio tiene una altura de 8 metros y su parasol, una vez desplegado, el tamaño de una pista de tenis, por lo que uno de los retos logísticos es su instalación en un cohete de 5,4 metros de diámetro, doblado como si fuera origami, según la ESA.
Europa contribuye con el servicio de lanzamiento desde Kurú a bordo de un Ariane 5 y con dos herramientas científicas clave: el espectrógrafo NIRSpec y la mitad del instrumento del infrarrojo medio MIRI.
Desde España participan las compañías Airbus, Crisa y Iberesapacio, además del Instituto Nacional de Técnica Aeroespacial (INTA) y el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC).