Un equipo internacional de astrofísicos ha descubierto en la Vía Láctea un planeta gigante gaseoso de la masa de Júpiter que orbita una enana blanca. El descubrimiento demuestra que este tipo de astros pueden sobrevivir a la eventual muerte de su estrella.
Cuando una estrella como el Sol está llegando a su fin se expande y se transforma en una gigante roja. Más tarde, se acabará consumiendo para dejar un remanente estelar conocido como enana blanca.
Pero, en el caso de tener planetas que orbitan a su alrededor, ¿qué ocurre con ellos? ¿Son absorbidos por la gigante roja? ¿Eyectados al espacio interestelar? ¿O sobreviven más o menos en su órbita original?
Hasta ahora, se habían detectado pocos cuerpos planetarios intactos alrededor de enanas blancas. En el caso de planetas del tamaño de Júpiter y en una órbita similar, las simulaciones habían sugerido que podían sobrevivir a la muerte de sus estrellas anfitrionas desde la fase de gigante hasta la de enana blanca, pero esta teoría nunca se había logrado confirmar al no observar ningún planeta de este tipo.
Un estudio internacional liderado por Joshua Blackman, investigador de la Universidad de Tasmania (Australia), ha hallado ahora en nuestra galaxia un exoplaneta de la masa de Júpiter orbitando una enana blanca. Los resultados se publican en la revista Nature.
“Este descubrimiento es importante porque confirma que planetas similares a Júpiter pueden sobrevivir a la muerte de su estrella anfitriona”, explica a SINC Andrew Cole, del departamento de Astrofísica de la misma universidad y coautor del estudio.
“La mayoría de las estrellas terminarán como enanas blancas, así que esto podría ser un retrato del futuro muy lejano de nuestro propio Sol”, añade el investigador.
El exoplaneta fue descubierto hace 10 años mediante microlente gravitacional, una técnica sensible a los planetas fríos y que no depende de la luz de la estrella anfitriona para la medición. En esa primera detección, tanto el planeta como su estrella anfitriona eran demasiado débiles para verlos directamente.
Con el paso de los años y las observaciones en uno de los telescopios más potentes de la Tierra, el Observatorio Keck en Hawái, los científicos esperaban poder calcular la luz de cada cuerpo por separado, pero sus mediciones indicaron que no se podía detectar la de la estrella anfitriona, ni siquiera con este instrumento.
“Esto significa que la estrella anfitriona casi no emite luz propia. Podría tratarse de un agujero negro, de una estrella de neutrones o de una enana blanca, pero los datos señalan que la estrella anfitriona es demasiado pequeña para ser un agujero negro o una estrella de neutrones”, subraya Cole.
En su lugar, los investigadores sugieren que debe tratarse de una enana blanca, similar a lo que será el destino final del Sol. Así, en su estudio, determinaron que este planeta se formó al mismo tiempo que su estrella y logró sobrevivir después de que esta dejara de quemar hidrógeno en su núcleo.
Normalmente, se cree que los planetas gigantes de gas que orbitan alrededor de enanas blancas se mueven en órbitas a 5 o 6 unidades astronómicas (UA) de distancia, pero este planeta está a unas 2,8 UA de su estrella.
El hallazgo demuestra que los planetas pueden sobrevivir a la fase gigante de la evolución de su estrella anfitriona, y apoya la predicción de que más de la mitad de las enanas blancas tendrán compañeros planetarios similares a este.
Referencia:
Blakman, Baulieu et al. “A Jovian analogue orbiting a white dwarf star”. Nature. 2021