Aceptamos más la agresión si creemos que el agresor se siente atacado, amenazado o herido. Además, los hombres tienden a justificar más la violencia y a utilizarla como medio para conseguir sus objetivos. Éstas han sido las conclusiones de una investigación realizada por científicos de la Universidad Complutense de Madrid y de la Universidad René Descartes de París.
¿Qué sucede en nuestra mente cuando, de forma premeditada o no, adoptamos una actitud agresiva? Existen multitud de factores que pueden provocar que los acontecimientos desemboquen finalmente en un enfrentamiento. Algunos de ellos son puramente cognitivos o, dicho de otra forma, nuestras creencias influyen decisivamente en que ese instante de furia se traduzca inmediatamente en una lucha abierta o consigamos reconducir esas emociones y utilizar otra estrategia para alcanzar nuestros objetivos.
Una de esas creencias que rigen nuestra conducta, la justificación de la agresión, ha sido el objeto de esta investigación, que distingue dos tipos de situaciones en un contexto de posible agresión: las reactivas o emocionales, que surgen como defensa ante lo que se percibe como un ataque (es decir, cuando nos sentimos perjudicados, amenazados, dolidos o enfadados); y las instrumentales, en las que la agresión se justifica como medio para conseguir un determinado fin (como la dominación del otro, el incremento de la autoestima o la progresión social).
Además, el trabajo diferencia entre la agresión moderada, que incluye el enfado, la ironía y los gritos o insultos; y la severa, con el robo, la lucha y el asesinato.
Según concluye la investigación, existe una tendencia tanto en hombres como en mujeres a justificar la violencia en situaciones reactivas, es decir, cuando se cree que quien agrede ha sido o se siente atacado. La creencia de que en ese caso es “normal” que se reaccione de forma violenta contribuye directamente al aumento de la agresión, ya sea verbal o física, en la sociedad.
La violencia como instrumento
Por otro lado, y como ha señalado José Manuel Andreu, director de la investigación, “los hombres, tanto adolescentes como adultos, han mostrado mayores niveles de justificación de la agresión severa”, además de percibir el uso de la violencia como “un elemento instrumental, que sirve para resolver problemas”. Las mujeres, por el contrario, tienden más a ver la agresión como reacción ante una situación determinada, como forma de defensa, o como un momento de pérdida de control.
El estudio de los factores cognitivos de justificación de la agresión es clave de cara a la elaboración de programas de prevención de la violencia en lugares en los que ésta es más frecuente, como por ejemplo en cárceles o reformatorios. Según Andreu, “las personas violentas suelen minimizar o justificar su agresión, por lo que se trata de un elemento fundamental para la prevención y el tratamiento de las actitudes violentas”.
Para favorecer esta prevención es necesario “promover desde el entorno y los medios de comunicación que la agresión no es un medio legítimo, y que podemos conseguir nuestros objetivos con otras herramientas, como la asertividad, sin hacer daño a los demás ni provocar sufrimiento”, concluye el investigador.