Así lo confirma un equipo internacional de investigadores en un estudio publicado esta semana en la revista Nature. El trabajo revela una conexión crítica entre conservación y enfermedad: las pérdidas de especies en los ecosistemas provocan el aumento de agentes patógenos, organismos que causan enfermedades.
Los animales, plantas y microbios con más probabilidades de desaparecer por la pérdida de biodiversidad son los que amortiguan la transmisión de enfermedades infecciosas. Los que permanecen, tienden a ser especies que aumentan la transmisión de enfermedades infecciosas, como el virus del Nilo occidental, la enfermedad de Lyme o el hantavirus.
“Sabíamos de casos concretos en los que la disminución de la diversidad biológica aumenta la incidencia de enfermedades. Pero hemos aprendido que el patrón es mucho más general: la pérdida de la biodiversidad tiende a aumentar la transmisión de patógenos a través de una amplia gama de sistemas de las enfermedades infecciosas”, explica Felicia Keesing, autora principal del estudio y ecologista en el Bard College en Annandale (EE UU).
Según la investigación que se publica en Nature, el patrón es válido para los distintos tipos de agentes patógenos, como los virus, las bacterias o los hongos, y para muchos tipos de huéspedes, sean seres humanos, u otros animales o plantas.
“Cuando un ensayo clínico demuestra el funcionamiento de un fármaco, el ensayo se detiene de modo que el fármaco pueda pasar a estar disponible. De manera similar, el efecto protector de la diversidad biológica es lo suficientemente claro como para que debamos aplicar políticas que lo preserven ahora”, señala Keesing.
Enfermedades que prosperan
En el caso de la enfermedad de Lyme, “especies con grandes capacidades de amortiguación, como la zarigüeya, se pierden cuando los bosques se fragmentan, pero los ratones de patas blancas prosperan. Los ratones hacen que aumente el número de garrapatas de pata negra y del patógeno que causa la enfermedad de Lyme”, apunta Richard Ostfeld, coautor e investigador en el Instituto Cary de Estudios sobre el Ecosistema en Millbrook (EE UU).
Según Ostfeld, los científicos aún no saben por qué las especies más resistentes son las que también hacen aumentar los patógenos. Para los autores, la conservación de los hábitats naturales es la mejor manera de evitarlo.
Una “cuidadosa” supervisión de las zonas en las que se cría un gran número de animales domésticos o se cultivan peces permitiría reducir “las probabilidades de que una enfermedad infecciosa salte de la fauna silvestre al ganado y, a después, a los seres humanos”, afirma Keesing.
La diversidad biológica mundial ha disminuido a un ritmo sin precedentes desde la década de los ‘50. Las tasas actuales de extinción se estiman entre 100 y 1.000 veces mayores que en épocas pasadas, y se prevé que aumenten por lo menos 1.000 veces más en los próximos 50 años.
La crecimiento de las poblaciones humanas puede aumentar el contacto con nuevos agentes patógenos a través de actividades como el desbroce para la agricultura, y la caza para la fauna.