La acidificación de los océanos queda registrada en los cristales del esqueleto de coral. Este hecho supone una nueva herramienta para el estudio de los cambios ambientales del pasado y luchar contra el cambio climático. Esta es la principal conclusión de un estudio liderado por el científico español Ismael Coronado Vila, del Instituto de Paleobiología de Varsovia (Polonia).
Los esqueletos de coral están formados por cristales (micrométricos) de aragonito, una variedad de carbonato cálcico. Su función dentro de sus esqueletos es muy variada: es el soporte que les permite crecer, les facilita protección contra depredadores y, en ocasiones, les hace ayuda a ascender desde el fondo oceánico para beneficiarse de la luz, ya que algunos corales viven con algas simbióticas en su interior que les suministran nutrientes.
Un estudio publicado en la revista Nature Communications muestra por primera vez la relación entre los cambios fisiológicos ocasionados en los corales que viven en el océano acidificado y cambios en la organización de su esqueleto a escala atómica o cristalográfica.
“Nuestra investigación ha demostrado que el coral formador de arrecifes, Stylophora pistillata, registra cambios sutiles en su esqueleto a diferentes pH del agua de mar”, declara español Ismael Coronado Vila, científico del Instituto de Paleobiología de la Academia Polaca de Ciencias en Varsovia (Polonia), que lidera el trabajo junto a Jarosław Stolarski.
De esta forma, los esqueletos de coral formados en condiciones de acidificación oceánica (pH bajo) sufren cambios sistemáticos en la disposición de los cristales del esqueleto y alteraciones fisiológicas del coral. “Por ejemplo, en condiciones ácidas se produce una mayor incorporación de matriz orgánica dentro del esqueleto”, añade el experto.
Para realizar este estudio, los científicos incubaron colonias de coral durante 14 meses en acuarios del Instituto Interuniversitario de Ciencias del Mar de Eilat (Israel) y se estudiaron posteriormente en laboratorios españoles de la Universidad Complutense de Madrid y del Consejo Superior de Investigaciones científicas, entre otros.
“Las condiciones ácidas de los experimentos simularon desde el pH actual en el mar Rojo, donde vive Stylophora, hasta los peores escenarios predichos para finales del siglo XXI en nuestros océanos”, continúa Coronado Vila.
La acumulación de corales en el fondo marino es lo que forma los arrecifes y estos, a pesar de ocupar el 0,2% de la superficie terrestre, es uno de los puntos calientes de diversidad del planeta, al igual que las selvas tropicales. De ellos dependen mucha otras especies de organismos.
El coral de estudio, Stylophora pistillata, es uno de los corales mejor estudiados del mundo y su ascendencia se extiende a lo largo del pasado durante, incluso, millones de años. “Lo que lo convierte en un buen candidato para explorar estos procesos en el registro fósil, por ejemplo, desde el Cenozoico (hace 66 millones de años)”, argumenta el científico.
Estos resultados no se pueden extrapolar a todos los corales del mundo ya que se conoce que no todos ellos tienen la misma respuesta a los cambios climáticos. Para el investigador, “es una primera aproximación a cómo afectan estos procesos a corales de este tipo: los corales arrecifales tropicales”.
Sin embargo, conocer dónde y cuándo se produjeron episodios de acidificación en los océanos en el pasado geológico y cómo afectaron a las floras y faunas marinas (a los arrecifes en particular), y por consiguiente a las terrestres, ayudará a prever cómo afectará el proceso que sufren nuestros océanos en el futuro próximo.
“El calentamiento global ya está afectando y dañando nuestros arrecifes y no solo perjudican nuestra biosfera, también nuestra economía, el 25% de los peces marinos depende de ellos y las pérdidas que se están produciendo pueden ser irreparables”, alerta Coronado Vila.
Referencia bibliográfica:
Coronado, Ismael, Fine, Maoz, Bosellini, Francesca R., Stolarski, Jarosław. 2019. Impact of ocean acidification on crystallographic vital effect of the coral skeleton. Nature Communications, doi:10.1038/s41467-019-10833-6.