El ‘eating jet lag’ o irregularidad en los horarios de las comidas durante los fines de semana está asociado a un mayor índice de masa corporal, indicador de un peso saludable. Los resultados muestran que el mayor efecto sobre este marcador se produce a partir de 3,5 horas de diferencia horaria con respecto al resto de días de la semana.
Un nuevo estudio de la Universidad de Barcelona (UB) ha concluido que la irregularidad en los horarios de las comidas durante los fines de semana, denominada por los autores como eating jet lag, podría estar relacionada con un aumento en el índice de masa corporal (IMC), una fórmula que relaciona el peso con la altura para determinar si se tiene un peso saludable.
Estos resultados, publicados en la revista Nutrients, se obtuvieron independientemente de factores como la calidad de la dieta, el nivel de actividad física, el jet lag social (la diferencia en los horarios de sueño durante el fin de semana) o el cronotipo (la predisposición natural a un determinado horario de sueño y vigilia).
Según los investigadores, se trata del primer trabajo que demuestra la importancia de la regularidad en los horarios de las comidas —incluyendo fines de semana— para el control del peso, y podría ser un elemento a tener en cuenta como parte de las pautas nutricionales para prevenir la obesidad. El estudio, conjuntamente liderado por María Izquierdo Pulido y Trinitat Cambras, es parte de la tesis doctoral de María Fernanda Zerón Rugerio, primera autora del artículo.
En los últimos años se ha demostrado que el cuerpo asimila de manera diferente las calorías en función de la hora del día. Por ejemplo, comer o cenar tarde se ha relacionado con un mayor riesgo de obesidad. Según explica Izquierdo Pulido, “esta diferencia está relacionada con nuestro reloj biológico, el cual organiza temporalmente nuestro organismo para asimilar y metabolizar las calorías que consumimos durante el día”. Por la noche, sin embargo, “prepara al cuerpo para el ayuno que se produce mientras dormimos”.
“En consecuencia –continúa la investigadora–, cuando la ingesta tiene lugar de una manera regular, el reloj circadiano asegura que en el organismo se pongan en marcha las vías metabólicas para asimilar los nutrientes. Sin embargo, cuando se ingieren alimentos en una hora inusual, los nutrientes pueden actuar sobre la maquinaria molecular de los relojes periféricos (fuera del cerebro), alterando su horario y, por lo tanto, modificando las funciones metabólicas del organismo”.
En el nuevo estudio, realizado en una población de 1.106 personas jóvenes (de 18 a 25 años de edad) en España y México, los investigadores han analizado la relación entre el índice de masa corporal y la variabilidad en los horarios de las comidas en el fin de semana respecto al resto de días. Para ello, han utilizado un nuevo marcador que engloba los cambios en los horarios de las comidas (desayuno, comida y cena) durante los fines de semana: el llamado eating jet lag, que se ha propuesto por primera vez en este trabajo.
“Nuestros resultados indican que cambiar los horarios de las tres comidas durante los fines de semana está asociado a obesidad. El mayor impacto sobre el IMC se produciría cuando tenemos una diferencia de horarios de 3,5 horas o más. A partir de este punto, es cuando el riesgo de obesidad podría verse incrementado, ya que hemos observado que los individuos que presentaban más de 3,5 horas de eating jet lag incrementaban su IMC en 1,3 kg/m2”, apunta Zerón Rugerio.
Para explicar la relación entre el eating jet lag y la obesidad, los autores sugieren que cada fin de semana los individuos se someten a una ligera cronodisrupción, es decir, a la falta de sincronía entre el tiempo interno del organismo y el social.
“Nuestro reloj biológico es como una máquina, y como tal está preparado para desencadenar la misma respuesta fisiológica o metabólica a la misma hora del día, cada día de la semana. Unos horarios definidos de alimentación y sueño ayudan a mantener la organización temporal del organismo y a promover la homeostasis energética. Por tanto, las personas que tienen una mayor alteración de horarios serían más propensas al sobrepeso y a la obesidad”, subraya Cambras.
Todavía serán necesarias más investigaciones para revelar los mecanismos fisiológicos y las alteraciones metabólicas que hay detrás del eating jet lag y su relación con la obesidad. No obstante, los autores destacan la importancia de mantener la regularidad en los horarios de comida y sueño para preservar la salud y el bienestar.
“Además de la dieta y el ejercicio, que son dos pilares en el tratamiento de la obesidad, también se deberían tener en cuenta factores como la regularidad en el horario de las comidas, ya que hemos comprobado que tiene un impacto en nuestro peso corporal”, indica Izquierdo Pulido.
El estudio también señala la importancia de investigar la relación entre la irregularidad horaria y la evolución del peso a lo largo del tiempo, así como de hacerlo en poblaciones con distintas franjas de edad o con características metabólicas y socioeconómicas diferentes.
“La variabilidad en el horario de las comidas durante los fines de semana respecto a los días laborables podría producirse crónicamente durante la vida de un individuo. Los estudios futuros deberían evaluar el efecto de esta variabilidad crónica, a través del eating jet lag, sobre la evolución del peso”, concluyen los investigadores.
Referencia bibliográfica:
Zerón-Rugerio, M. F.; Hernáez, Á.; Porras-Loaiza, A. P.; Cambras, T., e Izquierdo-Pulido, M. Eating jet lag: a marker of the variability in meal timing and its association with body mass index. Nutrients, diciembre de 2019. Doi: https://doi.org/10.3390/nu11122980