Tras analizar más de 3 000 fósiles, una investigación demuestra que la biodiversidad del pasado podía compensar las especies extintas con otras nuevas capaces de desempeñar el mismo rol. No obstante, en la actualidad el ritmo de desaparición es tan alto que podría desequilibrar el sistema.
La historia de nuestro planeta está marcada por numerosos cambios ambientales como glaciaciones o movimientos tectónicos que han modificado de forma radical los ecosistemas.
Un equipo internacional ha comprobado cómo, a lo largo de los últimos 60 millones de años, muchos de los grandes herbívoros que modelaron aquellos paisajes fueron desapareciendo, pero eran sustituidos por otros que cumplían los roles ecológicos perdidos.
Estos procesos se mantuvieron durante largas etapas de estabilidad y de catástrofes en el ecosistema, lo que demuestra una gran resiliencia.
“Parece que lo importante no es tanto mantener las especies sino sus funciones e interacciones con el sistema. El problema en la actualidad es que el ritmo de extinción es tan acelerado que estamos poniendo en peligro al ecosistema en su conjunto”, alerta el investigador del Museo Nacional de Ciencias Naturales (MNCN-CSIC) Juan L. Cantalapiedra.
Desde los mastodontes hasta los antiguos rinocerontes y ciervos gigantes, los grandes herbívoros han moldeado los paisajes terrestres durante millones de años. Con su manera de actuar y alimentarse moldean la vegetación, dispersan semillas e influyen en la salud del suelo y los patrones de incendios forestales.
El equipo investigador analizó los registros fósiles de más de 3 000 especies de grandes herbívoros que habitaron el planeta en los últimos 60 millones de años.
“Descubrimos que estos ecosistemas se mantuvieron sorprendentemente estables durante largos periodos de tiempo, incluso cuando las especies iban y venían”, explica Fernando Blanco, investigador de la Universidad de Gotemburgo.
“Pero en dos ocasiones la presión ambiental fue tan intensa que todo el sistema sufrió una reorganización global que alteró permanentemente la estructura ecológica de las comunidades de grandes herbívoros”, continúa Blanco.
El primer cambio ocurrió hace aproximadamente 21 millones de años, cuando los movimientos tectónicos de Eurasia y África cerraron el antiguo mar de Tetis y formaron el puente terrestre de Gomphotherium que unió ambos continentes durante cuatro millones de años.
Este nuevo corredor permitió una oleada de migraciones que remodelaron los ecosistemas en todo el planeta. Entre los migrantes estaban los antepasados de los elefantes modernos, que habían evolucionado en África y comenzaron a expandirse por Europa y Asia.
Pero el cambio fue mucho más allá de los elefantes: ciervos, cerdos, rinocerontes y muchos otros grandes herbívoros también se trasladaron a nuevos territorios, alterando el equilibrio ecológico.
El segundo cambio global llegó hace unos 10 millones de años, cuando el clima de la Tierra se volvió más frío y seco.
La expansión de las praderas y la disminución de los bosques dieron lugar al auge de especies pastadoras con dientes más resistentes, y a la desaparición gradual de muchos herbívoros forestales. Esto marcó el inicio de un largo y sostenido declive en la diversidad funcional de estos animales, es decir, de cambios en los roles ecológicos que desempeñaban.
A pesar de estas pérdidas, los investigadores descubrieron que la estructura ecológica general de las comunidades de grandes herbívoros se mantuvo estable.
Incluso cuando muchas de las especies más grandes, como los mamuts y los rinocerontes gigantes, se extinguieron en los últimos 129 000 años, el marco básico de funciones dentro de los ecosistemas perduró.
“Es como un equipo de fútbol que cambia de jugadores durante el partido, pero mantiene la misma formación”, apunta Ignacio A. Lazagabaster, investigador del Centro Nacional de Investigación en Evolución Humana (CENIEH) que también participa en el estudio.
“Distintas especies entraron en juego y las comunidades cambiaron, pero cumplían roles ecológicos similares, así que la estructura general se mantuvo”, continúa.
Esta resiliencia ha perdurado durante los últimos 4,5 millones de años y han superado glaciaciones y otras crisis ambientales hasta el presente. Sin embargo, la actual pérdida de biodiversidad, acelerada por la actividad humana, podría terminar por desbordar el sistema.
“Nuestros resultados muestran que los ecosistemas tienen una asombrosa capacidad de adaptación. Pero hay un límite.
“Si seguimos perdiendo especies y funciones ecológicas, podríamos estar acercándonos a un tercer punto de inflexión global. Uno que nosotros mismos estamos ayudando a acelerar pese a que pone en peligro nuestra supervivencia”, concluye Cantalapiedra.
Blanco F., Lazagabaster. et al. Two major ecological shifts shaped 60 million years of ungulate faunal evolution. Nature Communications. 2025