Científicos del consorcio HepatoSys, la red para el estudio de la biología de sistemas de la célula hepática (hepatocito), han descubierto que los hepatocitos afectados por el daño hepático sufren una mutación que contribuye activamente a la cicatrización crónica del tejido. Los hallazgos de la investigación liderada por Steven Dooley de la Universidad de Heidelberg (Alemania), han abierto el camino a nuevas perspectivas para el tratamiento de la cirrosis hepática, hasta ahora incurable.
De todos los órganos del cuerpo, el hígado es el único que tiene la capacidad de regenerarse completamente después de haber sufrido daño por lesiones, sustancias tóxicas como el alcohol, por determinadas medicaciones u otras sustancias dañinas, siempre y cuando estas causas se eliminen. El alcoholismo o las infecciones con los virus de la hepatitis B o C provocan el malfuncionamiento prolongado del tejido hepático, lo cual impide el proceso de regeneración.
El factor de crecimiento TFG beta desempeña un papel importante tanto en el proceso de cicatrización como en la prolongación del daño crónico. Una vez que el órgano se ha dañado, el TGF beta se activa y desencadena vías de transmisión de las señales que eventualmente conducen al cierre de la herida.
Sin embargo, si el daño es de naturaleza crónica, el factor de crecimiento pasa de ser un agente beneficioso a ser dañino: su activación permanente y el excesivo proceso de curación conducen a un cambio en la arquitectura del tejido hepático. En lugar de existir hepatocitos funcionales, existen cada vez más células de tipo fibroblasto que se pueden clasificar como de tejido conjuntivo. Además, cada vez existe una mayor producción de matriz extracelular que ocupa el espacio intercelular, con lo que el órgano “se llena de cicatrices”.
“Queremos descubrir el impacto que tiene un efecto excesivo de la señal TGF beta sobre el hepatocito”, señala Dooley. Con este objetivo, su equipo de investigación ha elegido la estrategia denominada arriba-abajo: cultivaron hepatocitos primarios (recientemente aislados), los estimularon con TGF beta y examinaron qué genes se habían activado con este tratamiento.
Al hacer esto, observaron que los genes típicos de los fibroblastos se activaban. “La modelización de los resultados experimentales y la posterior comprobación de las predicciones con animales de laboratorio mostró que el efecto prolongado de TGF beta hace que los hepatocitos pierdan su típico aspecto y se conviertan en células de tipo fibroblasto”, explica el investigador.
Hasta el momento, los científicos habían asumido que sólo un tipo de célula del hígado, las células estrelladas hepáticas, se convertía en un tejido de tipo fibroblasto, mientras que los hepatocitos morían. Estos nuevos conceptos permiten investigar nuevas vías para el tratamiento de la cirrosis hepática, incurable en la actualidad.