Científicos de Cataluña han relacionado por primera vez factores obsesivo-compulsivos leves con características y alteraciones concretas de la anatomía cerebral. Mientras que el trastorno obsesivo-compulsivo es un trastorno mental grave que afecta a entre un 1 y un 2% de la población, los síntomas leves, en cambio, son muchos más frecuentes. Este trabajo abre una nueva vía en la planificación de estrategias de prevención para los trastornos de salud mental a largo plazo.
Un estudio realizado por el Instituto de Investigación Biomédica de Bellvitge (IDIBELL) y el Instituto de Salud Global de Barcelona (ISGlobal), centro impulsado por la Fundación Bancaria”la Caixa”, asocia por primera vez síntomas obsesivo-compulsivos leves, presentes en un porcentaje mucho mayor de casos que los que requieren atención médica y psicológica especializada, a alteraciones concretas de la anatomía cerebral.
El trabajo, publicado recientemente en el Journal of the American Academy of Child and Adolescent Psychiatry, aporta una nueva perspectiva en la planificación de estrategias de prevención para los trastornos de salud mental a largo plazo.
El trastorno obsesivo-compulsivo es un trastorno mental grave que afecta a entre un 1 y un 2% de la población. Los síntomas leves, en cambio, son muchos más frecuentes, pudiendo estar presentes en hasta cerca de un 30% de la población. Estos síntomas incluyen, por ejemplo, pensamientos recurrentes acerca de la posibilidad de contagiarse de alguna enfermedad al entrar en contacto con objetos situados en espacios públicos, miedo a haber realizado inadvertidamente alguna conducta potencialmente peligrosa (como dejarse la puerta abierta al salir de casa) o la necesidad de tener los objetos de casa o el espacio de trabajo en perfecto orden y simetría.
Igualmente, estos síntomas van frecuentemente acompañados de conductas repetitivas e innecesarias de limpieza, comprobación u organización, que si bien son generalmente percibidas como excesivas, son difícilmente controlables. En la mayoría de ocasiones estos síntomas leves no interfieren con la vida del sujeto y no requieren de una atención especial. En algunos casos, por ejemplo, tras una situación de estrés prolongado, pueden desembocar en la aparición de un cuadro más severo que precise tratamiento especializado.
La infancia es un período especialmente sensible a la presencia de estos síntomas obsesivo-compulsivos. Así, es relativamente normal que los niños y niñas ‘necesiten’ tocar todas y cada una de las barras de una verja, quieran guardar sus zapatos de una manera determinada o no puedan evitar sumar o repetir en voz alta los números de las matrículas de los coches.
Tal como pasa en los adultos, en la mayoría de ocasiones estos síntomas nunca llegarán a interferir de manera significativa con el normal funcionamiento de la persona. “En un pequeño porcentaje de casos, sin embargo, estos pueden ser indicadores de un mayor riesgo de desarrollar un trastorno obsesivo-compulsivo que requiera tratamiento durante la propia infancia o en la edad adulta”, comenta Carles Soriano-Mas, autor principal del estudio.
Prevención de trastornos de salud mental
En el trabajo se estudiaron 255 niños y niñas de entre 8 y 12 años de edad, todos ellos sanos, sin diagnóstico de ningún trastorno de salud mental, a los que se pidió responder un cuestionario sobre la presencia de síntomas obsesivo-compulsivos de carácter leve. Los niños y niñas mostraron una presencia variable de este tipo de factores, siendo los más frecuentemente observados los relativos a conductas de comprobación, orden y simetría, o acumulación innecesaria de objetos, así como la presencia reiterada de pensamientos negativos y perturbadores.
A los niños y niñas, con el consentimiento de sus padres o tutores legales, se les realizó también una resonancia magnética estructural, una técnica totalmente innocua que permite explorar con gran detalle la anatomía cerebral. “Al relacionar los resultados del cuestionario con la anatomía cerebral, descubrimos que los diferentes síntomas presentes, a pesar de su carácter leve, se asociaban con características anatómicas concretas. Curiosamente, estas mismas características anatómicas han sido también observadas en pacientes con síntomas más graves, con un trastorno obsesivo-compulsivo diagnosticado”, explica Soriano-Mas.
Estos resultados sugieren que algunos trastornos mentales pueden ser considerados como una manifestación llevada al extremo de determinadas características presentes de forma relativamente frecuente entre la población sana. “Habrá que considerar posiblemente otros factores, de carácter diverso y entre los que se pueden incluir no únicamente factores biológicos, sino también otros de tipo social, educativo y de bienestar general, para determinar por qué en algunos casos estos síntomas permanecen leves y bajo control, y en otros evolucionan a formas más severas que requieren atención especializada”, añade el investigador de IDIBELL.
Las conclusiones obtenidas también permiten empezar a plantear estrategias de prevención para los trastornos de salud mental. Por ejemplo, en aquellas personas en las que se sospeche que hay un riesgo incrementado de desarrollar un trastorno mental (los hijos de padres con problemas de salud mental, por ejemplo), se podría hacer un seguimiento de su anatomía cerebral para cuantificar de manera más precisa la probabilidad de desarrollar una patología que interfiera con su desarrollo normal.
Referencia bibliográfica:
Suñol, M.; Contreras-Rodríguez, O.; Macià, D.; Martínez-Vilavella, G.; Martínez-Zalacaín, I.; Subirà, M.; Pujol; J.; Sunyer, J.; Soriano-Mas, C. (2017). Brain Structural Correlates of Subclinical Obsessive-Compulsive Symptoms in Healthy Children.Journal of the American Academy of Child & Adolescent Psychiatry. http://dx.doi.org/10.1016/j.jaac.2017.10.016