A partir la la premisa de que los virus no son un conjunto inmutable, la experta en sistemas biológicos describe el momento actual como único. La alta densidad y movilidad poblacional han propiciado la propagación de cualquier enfermedad contagiosa. Para la experta, nuestra salud es la salud de todas las especies con las que interaccionamos voluntaria o involuntariamente. Si la diversidad viral y los mecanismos adaptativos son comprendidos muy parcialmente, la guerra que libramos no es contra los virus, sino contra la evolución misma.
Rabia, fiebres hemorrágicas, poliomielitis, SIDA o gripe aviar son unas pocas de las enfermedades capaces de despertar nuestros más atávicos temores. Todas ellas están causadas por virus, se propagan con relativa facilidad, y por tanto son susceptibles de afectar a una fracción elevada de la humanidad. Desde que tenemos registro histórico sabemos de epidemias que han diezmado la población.
Recordemos la gripe española a principios del siglo XX o la terrible peste bubónica (causada por una bacteria) en la Edad Media. Por otra parte, éxitos recientes en la erradicación de algunos patógenos, como el virus de la viruela, o los notables avances en el tratamiento de las personas infectadas por VIH, alientan la esperanza de desarrollar en un futuro próximo métodos de control eficaces y de evitar, por tanto, que tales desastres vuelvan a producirse.
Los virus que actualmente existen no son un conjunto inmutable. Se ha observado su capacidad para saltar de hospedador, pasando de la especie que habitualmente infectan a otras que hasta entonces no habían mostrado susceptibilidad al virus. También en su hospedador habitual pueden generar variantes anteriormente desconocidas. El mundo viral es diverso, dinámico y flexible, esquivo y capaz de adaptarse a cualquier cambio externo.
Los virus son parte integrante y evolutivamente inevitable de todo ecosistema, tanto como lo son la fotosíntesis, los herbívoros o los depredadores. Es más, el nicho ecológico destinado a los parásitos no sólo no puede ser eliminado, sino que probablemente es necesario. No todos los virus son patogénicos, como demuestra el hecho de que la mayoría de ellos infecta sin causar mayores complicaciones al organismo, e incluso otros están integrados en nuestro genoma desde tiempos remotos a escala evolutiva.
Los efectos de una infección viral no tienen como objetivo causar enfermedad en el organismo, sino simplemente procurar la supervivencia del virus. Las estrategias que resultan de la selección natural se nos antojan creativas en extremo, pero son el producto ciego de la evolución: sólo observamos lo que ha resistido, replicándose a través de innumerables generaciones, hasta nuestros días.
Y eso ha dado lugar a una diversidad viral y de mecanismos adaptativos que comprendemos muy parcialmente. Lo que la evolución tan hábilmente genera en la naturaleza es prácticamente imposible de recrear en el laboratorio con el conocimiento presente. A pesar de la facilidad con la que secuenciamos genomas, no podemos predecir el efecto de una mutación en las propiedades patogénicas de un virus. Esto limita enormemente su manipulación dirigida, para bien y para mal. Los virus causantes de enfermedad no son el producto de la experimentación. El diseño de organismos de novo es un problema de gran complejidad que muchos de nosotros nunca veremos resuelto.
La letalidad de un virus se debe con frecuencia a su paso de la especie hospedador habitual al hombre. En este contexto, nuestra salud es la salud de todas las especies con las que interaccionamos, sea voluntaria o involuntariamente. En un mundo cada vez más poblado, se multiplican las ocasiones de contacto y, por tanto, las oportunidades para que un virus salte de una especie a otra. Tras ese paso, un factor que favorece la propagación es la facilidad actual para el transporte de personas. Alta densidad poblacional y gran movilidad crean una situación desconocida en siglos anteriores y ambas propician la propagación de cualquier enfermedad contagiosa.
La guerra que libramos no es contra los virus, sino contra la evolución misma. Como tal es una guerra perdida. Es sumamente importante identificar los nuevos virus en cuanto se muestren y seguir las medidas más estrictas para contener su propagación. La erradicación se limitará a casos individuales que, en la inevitable dinámica ecológica, serán sustituidos por otros, con alta probabilidad provenientes de especies a las que hayan infectado previamente. Con buen criterio, las autoridades sanitarias se muestran alerta y conocen la conveniencia de controlar el transporte de patógenos y actuar rápidamente ante la detección de cualquier brote. Ésa es nuestra arma más eficaz.
Susanna C. Manrubia (Barcelona, 1969) es licenciada en Física y doctora en Ciencias. Realizó estudios postdoctorales en el Instituto Max Planck, en Alemania. Ha centrado su investigación en el estudio teórico de sistemas biológicos desde un punto de vista evolutivo y en sus semejanzas con los sistemas sociales. Desde 2001, es investigadora en el Centro de Astrobiología de Madrid.