La bola de cristal, de cuyo estreno se cumplen 30 años, introdujo en el acervo cultural de los espectadores multitud de términos e ideas tecnológicas y científicas. Hablamos con su creadora, Lolo Rico, quien familiarizó a toda una generación de jóvenes con amperios, culombios, ánodos, cátodos, faradios los sábados por la mañana.
Como con cada efeméride de La bola de cristal, que el 6 de octubre de 2014 cumple 30 años de su estreno en televisión, el teléfono de Lolo Rico empieza a sonar y las peticiones de entrevistas se le acumulan.
En su piso del centro de San Sebastián, la creadora y directora del programa, casi octogenaria, avanza despacio hacia el teléfono evitando perturbar el sueño de Selva, su perra, y atraviesa estanterías y estanterías de libros, unos 7.000 según sus cálculos, muchos de ellos infantiles. En días como este, que se repiten cada cinco o diez años, Rico se pregunta, entre abrumada y halagada, cómo puede la gente, especialmente la más joven, recordar su obra, un programa de televisión que no se ha vuelto a emitir desde hace 26 años.
La bola de cristal no era un programa para niños, tampoco era musical ni, en rigor, un programa de divulgación científica. Pero su espiral de creatividad ayudó a introducir, los sábados por la mañana, muchos conceptos científicos y tecnológicos en las salas de estar, familiarizando a toda una generación de jóvenes con amperios, culombios, ánodos, cátodos, faradios y demás misterios de la electrónica.
Estos conceptos servían de hilo conductor para el lenguaje de los electroduendes porque la ciencia siempre estuvo en la cabeza de Rico y de colaboradores como el matemático Carlo Frabetti, guionista de La bola de cristal que ha desarrollado una fructífera carrera como divulgador científico. “Entendía más que nosotros –dice Rico a Sinc– pero todos teníamos una curiosidad y una sensibilidad muy grandes hacia la técnica, ya se veía que aquello tenía mucho empuje, fuerza y futuro”.
En un cuaderno que hoy se aloja en el centro Koldo Mitxelena de la capital guipuzcoana, Rico fue diseñando a aquellos duendes de la electrónica, “no físicamente, porque de eso se encargó Miguel Ángel Pacheco, sino qué iban a significar; cada uno representaba un fragmento técnico del medio televisivo”. Así nacieron, además de Avería y la Bruja Truca, el Hada Vídeo, Maese Cámara y Maese Sonoro.
Educar en la crítica
Como con la filosofía, la música o la poesía, con la ciencia y la tecnología no hubo una intención tan expresa “de que los jóvenes se engancharan. Pero como con los múltiples temas que tratamos en La bola de cristal sí hubo una intención de interesar”, dice Rico. “Queríamos abrir caminos, y uno de esos caminos era, sin duda, la tecnografía”.
Frente a tiempos como estos, en los que la tecnología se ensalza, los gadgets se necesitan y los programas se anuncian como imprescindibles, en La bola de cristal, pese a su fama de transgresora e irreverente, se apostaba por la moderación. En un momento dado de la emisión se producía un fundido a negro con ocasionales destellos y una voz femenina anunciaba: “Tienes 15 segundos para imaginar. Si no se te ha ocurrido nada, a lo mejor deberías ver menos la tele”, recuerda Rico.
“Creo que fuimos muy conscientes de que era una maravilla, que tenía muchísimo futuro y que no solamente era creativo, sino también, y fundamentalmente, formativo y educativo. Pero, al mismo tiempo, sabíamos que tenía sus riesgos, y que se deberían subsanar, no dar pie, salir al paso antes de que ya la gente estuviera metida en una rueda de la que le costara salir", dice la periodista. “Supongo que hoy interesa más atontar a los espectadores. Nosotros quisimos hacer lo contrario”, añade.
Lectora de Michio Kaku
De vuelta a 2014, y tras mucho buscar de librería en librería por San Sebastián, la otrora directora de La bola de cristal ha conseguido adquirir al fin un ejemplar de Caminos de bosque, de Martin Heidegger.
En una mesa junto a la ventana se apilan otros volúmenes de R.L. Stevenson, Herman Melville y Arthur Conan Doyle, autores a los que ha vuelto a visitar después de muchos años.
Pero en su menú también hay lugar para la ciencia, especialmente la física.
“Me interesa mucho, una barbaridad –reconoce Rico–. La física cuántica me parece algo verdaderamente verosímil y, al mismo tiempo, misterioso: los universos paralelos, la posibilidad de ser uno mismo y estar en dos sitios diferentes, la teoría de cuerdas...”.
En la pila de lectura de su mesa asoman la esquina un libro del físico teórico Michio Kaku y El enigma cuántico: encuentros entre la física y la conciencia, escrito por Bruce Rosenblum y Fred Kuttner.
“Conozco bastante bien a Edison, Einstein, Asimov, las teorías de Hawking sobre el tiempo...”, dice Rico. “Al saber algo de física cuántica, otros autores que me gustan mucho, como Murakami, ya no me parecen tan raros ni disparatados”.
Hace poco más de tres décadas, Lolo Rico dirigía en Radio Televisión Española el programa infantil La cometa blanca, que acabó siendo un ensayo general para lo que vendría después.
“Como era bastante vanguardista y había gustado mucho en Cannes, visto que un programa no tenía por qué ser infantil en el sentido convencional de la palabra para tener éxito, decidieron darme la oportunidad de hacer La bola de cristal”, recuerda Rico.
Alaska, Auserón, Veneno, Loquillo, Reyes y Carbonell
“Creo que fui la primera directora de un programa en España, pero a mí me daba exactamente igual ser la primera o la quinta, hice lo que hice”. Y, junto a ella, un equipo formado por Alaska, Santiago Auserón, Kiko Veneno, Loquillo, Pedro Reyes y Pablo Carbonell, por aquel entonces “célebres para minorías”, dice Rico.
“A ellos los fui encontrando y llamándolos para trabajar en el programa, y si La bola de cristal tuvo algo importante, si mi labor como directora tuvo algún mérito y justifica que los espectadores de entonces me aprecien, si fui una buena directora, fue por haber encontrado un equipo fantástico, gente joven y de una gran valía”, recuerda. Para estas estrellas en ciernes del pop y el rock, participar en un programa a priori juvenil “no significaba renunciar a nada”, dice Rico, “porque le hablaban a los suyos, a su público”.
La bola de cristal aguantó los sábados por la mañana en parrilla cuatro años, de 1984 a 1988, alternando guiñoles galvanoplásticos con actuaciones de Eskorbuto o entrevistas de la propia Rico, ganso en mano, a personajes como Pedro J. Ramírez, Fernando Savater y Marcelino Camacho. Hasta que un día, una gota colmó el vaso y el programa acabó de súbito. La historia es conocida.
El espacio que empezó catalogado como infantil viró cada vez más hacia la crítica social enarbolando una especie de marxismo humorístico, a través de cuyo filtro pasaban temas como la revolución industrial o la contaminación de la Antártida, pero también las políticas de Ronald Reagan, Margaret Thatcher o el entonces presidente Felipe González.
Sin tolerancia a la censura
A finales de 1987, y tras varios toques de atención por parte del ente, “nos cortaron sin permiso un programa por un spot de colegio público contra colegio privado. El programa estaba claramente a favor del colegio público. Me dijeron que lo cortara, yo pedí que me lo dieran por escrito, no lo hicieron y me marché sin cortar”, rememora Rico.
“Siempre visionaba el programa los viernes por la tarde en una cabina de Prado del Rey antes de que los espectadores lo vieran en casa el sábado, para asegurarme de que todo estaba bien. Pero ese día decidí verlo en casa conforme se iba emitiendo, y comprobé que habían cortado ese trocito, con mi negativa y sin mi autorización”.
La directora de La bola lo tuvo claro: “Al día siguiente fui y dimití. Entendí que si admitía que me censuraran, también estaban censurando al equipo, y no estaba dispuesta a convertirme en censora de mi propia gente”.
Rico conserva la misma voz rasgada que hace 30 años, voz que se vuelve más quebradiza al recordar el día que le ofrecieron La bola de cristal.
“Fue el más feliz de mi vida –cuenta–. En aquel momento, algunos me dijeron ‘¿dónde vas, Lolo, con un programa tan largo los sábados por la mañana? ¿Cómo lo vas a hacer?’, y entonces yo les respondí: ‘sola no puedo, con amigos sí”.