Todavía no existía una palabra para definir la sinestesia cuando en 1812 un joven estudiante de Medicina llamado Sachs escribió: “Las letras A y E son de color rojo vivo; el número ocho es marrón y el jueves es verde tirando a amarillento más que a azulado”. Dos siglos después de aquel artículo que puso en duda la percepción de la realidad, la comunidad científica desconoce las bases genéticas y neuronales de la sinestesia.
El albinismo que emblanquecía los ojos, la piel y el pelo de Georg Tobias Ludwig Sachs contrastaba con otro fenómeno que llenaba de colores su percepción del mundo. Hace dos siglos, este austriaco de apariencia pálida detalló en un artículo científico, escrito en latín y en tercera persona, algo nunca antes reseñado.
“Las letras A y E son de color rojo vivo; el número ocho es marrón y el jueves es verde tirando a amarillento más que a azulado, pero a veces hasta naranja oscuro”, cuenta Sachs en el capítulo Sobre la conexión de los ojos a los colores.
Cuando el estudiante de Medicina anotó las observaciones sobre sus percepciones en el año 1812, todavía no existía una palabra para referirse a esta extraña condición. Aunque su tesis trataba sobre el albinismo, en el mismo texto también documentó el primer caso de sinestesia: “No hay mejor manera de expresarlo que decir que una idea se aparece de color”.
La comunidad científica de aquella época rechazó su trabajo y el joven nunca consiguió titularse. Dos siglos más tarde, los investigadores contemporáneos aún se interesan por descifrar las claves neurobiológicas de la sinestesia, pero muchos de ellos desconocen este capítulo histórico de la bibliografía médica.
A día de hoy, la comunidad científica aún desconoce la base genética de la sinestesia y las redes neuronales por las que se cruzan las sensaciones. “Desafortunadamente, hemos malgastado todos estos años”, dice a SINC Jamie Ward, investigador de la Universidad de Sussex (Reino Unido), en alusión a las décadas en las que el fenómeno ha permanecido olvidado.
Ver sonidos, oír colores
Tal y como le sucedía a Sachs, las personas con sinestesia perciben diversos tipos de sensaciones en un mismo estímulo. Esta condición se manifiesta de forma diferente en cada individuo, pero la variante más común es la de percibir las letras y los números de un determinado color.
No es que asocie una grafía a una tonalidad cromática determinada, como cualquier occidental podría relacionar la palabra ‘muerte’ con el color negro por el luto que se viste en los entierros; sino que la persona realmente lo siente así.
La pareja profesional formada por Alicia Callejas y Juan Lupiánez, investigadores del grupo de Neurociencia Cognitiva de la Universidad de Granada, recoge en libro Sinestesia (Alianza Editorial) multitud de variedades como el color de las palabras, el sabor de la música y el lugar del tiempo.
Hay personas que perciben los colores como notas musicales. Por eso cuando van a una frutería llena de tomates, melocotones, berenjenas y uvas disfrutan más que nadie de la compra semanal. Cada una de las hortalizas tiene su propia melodía. Para otras, los sonidos evocan colores y un concierto se convierte en toda una composición pictórica, como si estuvieran en un auditorio y en una galería de arte a la vez. Incluso hay quien percibe las texturas como sabores. Así, el rugoso les puede saber a amargo y lo húmedo a dulzura.
Las cifras varían mucho en función del estudio, pero la mayoría apuntan a que entre un 2% y un 4% de la población mundial tiene sinestesia. Esta condición afecta a seis mujeres por cada hombre y es hereditaria en un 40% de los casos.
La primera vez que se llamó a la sinestesia por su nombre fue en el año 1895. Más tarde, el conductismo renunció a esta “extravagancia de la mente” y hasta la década de los ‘80 no recuperó su protagonismo en los laboratorios de todo el mundo, “después de muchos años de desinterés”, escribe el neurólogo Richard Cytowic en su libro Sinestesia: una unión de los sentidos (The MIT Press). “En la última década hemos aprendido más sobre el cerebro que en toda la historia de la neurociencia”, añade.
El sustrato de las percepciones
Aunque todavía se sabe poco sobre el sustrato de las percepciones, la evolución en las técnicas de neuroimagen ha permitido a los científicos definir las fronteras anatómicas de la sinestesia en el cerebro. “Además hemos visto cierta sistematicidad, las correlaciones no son completamente azarosas”, explica a SINC David Brang, investigador en la Universidad de California en San Diego (EE UU), que, junto con Vilayanur S. Ramachandran, es uno de los mayores expertos internacionales en la materia.
Los dos estadounidenses recuperan en un artículo publicado en 2011 en PLoS Biology la hipótesis de la activación cruzada que Ramachandran había desarrollado años antes con su colega Edward M. Hubbard. Su teoría propuso “un exceso de conexiones neuronales entre las modalidades asociadas” para explicar este fenómeno.
Una de las investigaciones más referenciadas sobre sinestesia atribuye este fenómeno al incremento y organización de la materia blanca en el cerebro, tal y como publicó Romke Rouw de la Universidad de Ámsterdam (Holanda) en la revista Nature Neuroscience en 2007. La sustancia blanca es la que contiene los axones de las neuronas, que son las prolongaciones que utilizan las células nerviosas para comunicarse entre ellas. Dos años después, Lutz Jäncke de la Universidad de Zúrich (Suiza) ofreció más datos científicos que refrendaban los mismos resultados en European Journal of Neuroscience.
En relación con los dos estudios anteriores, Peter H. Weiss, neurólogo de la Universidad de Colonia (Alemania), explica a SINC que “a mayor conexión de materia blanca, mejor trabaja la materia gris”. Sus resultados se publicaron en la revista Brain en 2008.
“Ahora sabemos que en el cerebro existen diferentes centros sensoriales, cómo están organizados y cómo se comunican entre sí, pero todavía conocemos poco sobre cómo las percepciones conscientes e inconscientes difieren en el cerebro”, algo que según Ward será muy útil para entender mejor la sinestesia.
Tu cara me suena
La sinestesia es una condición extremadamente heterogénea hasta dentro de una misma familia. Ramachandran sugiere que “los matices genéticos imponen la predisposición, pero no su expresión”. Existen hasta 60 variantes, aunque dos de las más comunes son aquellas en las que los tonos auditivos y los números producen colores vivos. La más estudiada ha sido la modalidad en la que los números y las letras evocan colores. Por ejemplo, el premio Nobel de Física Richard Feynman veía sus fórmulas de colores. De las 60 variantes de sinestesia, las más comunes son aquellas en las que los sonidos y los números producen colores
Aunque suelen citarse nombres de sinestésicos que han sido especialmente brillantes en las artes y las ciencias, según Cytowic, no son ni más inteligentes, ni más artistas, ni más torpes, simplemente tienen una forma más rica de percibir el mundo.
Fuente de inspiración
Los escritores latinoamericanos del siglo XX aprovecharon la sinestesia como recurso literario para cultivar el realismo mágico. El autor colombiano Gabriel García Márquez fue uno de los escritores que popularizó este género. “Y luego un hondo silencio oloroso a flores pisoteadas”, describe en Cien años de soledad.
Alicia Callejas y Juan Lupiáñez, investigadores del grupo de Neurociencia Cognitiva de la Universidad de Granada, aclaran a SINC que “la percepción del mundo es siempre multisensorial”. Los sentidos de las personas sin sinestesia se procesan a nivel cerebral de manera independiente en un primer momento y posteriormente “se integran para reconstruir una aproximación a la realidad”. Es probable que un helado de color rojo sepa más a fresa que otro de apariencia blanquecina. Así, no hace falta ser sinestésico para comer con los ojos.
Quizás habrá que darle la razón a aquel que se queje de tener un día gris o al que presuma de una vida de color de rosa. La convergencia de sensaciones hace que los neurocientíficos se planteen qué es real y qué no lo es. Richard Cywotic todavía se lo pregunta. Su respuesta: “el lector deberá deducirlo él mismo”.
Cuando el artista Neil Harbisson dice que le suena una cara, lo dice de veras. Por ejemplo, la del monstruo de la película de animación Shreck la percibe en un sol sostenido, pero escucha 30 notas del mismo semitono a la vez porque no se trata de un verde puro. La mayoría de rostros los percibe en un fa sostenido, que es como intuye el color de la piel.
Su sinestesia es adquirida por el ‘eyeborg’ que le cuelga de la frente. Antes de inventarse este aparto junto con Adam Montandon, profesor de cibernética de la Universidad de Plymouth (Reino Unido), Neil era acromatópsico y percibía el mundo en blanco y negro. Para él los colores no existían. Pero desde que se instaló el apéndice electrónico en su propio cuerpo, Harbisson es capaz de traducir el espectro electromagnético a notas musicales. Él se considera y se presenta a sí mismo como artista ‘sonocromatópsico’, una palabra que en ciencia no existe pero que le sirve para diferenciar su sinestesia adquirida por el ‘eyeborg’.
Después de ocho años, Harbisson es capaz de memorizar hasta 360 tonos musicales diferentes para percibir los colores. A fuerza de mucho entrenamiento, ha conseguido incluso superar el espectro visible del ojo humano. Una persona sólo puede ver los colores que se comprenden entre el rojo y el violeta, una paleta que contiene otros tonos como el azul, el verde y el amarillo. En cambio, él es capaz de captar los infrarrojos y los ultravioletas cercanos gracias a la tecnología. Siempre bromea con los rayos ultravioletas, porque si mira al cielo antes de salir de casa le chivan si ese día va a llover. Así se asegura de no cargar con el paraguas todo el día y que al final no caiga ni una gota.