Tienen el honor de formar parte de la única Reserva Natural declarada en la Comunidad Autónoma de Murcia. Los Sotos y Bosques de Ribera de Cañaverosa se mantienen como un tesoro entre tierras áridas castigadas por las sequías y las altas temperaturas. El incendio más importante que ha conocido esa región lo puso a prueba el verano de 1994. Ahora, 17 años después, es una de las pocas zonas que se ha conseguido recuperar casi por completo.
“Normalmente cuando se piensa en Murcia, siempre se cree que es un desierto, lleno de paisajes áridos y sin vegetación”, explica a SINC Juan de Dios Cabezas, Jefe de Servicio de Planificación, Áreas protegidas y Defensa del Medio Natural de la Región de Murcia. Se trata de uno de tantos arquetipos equivocados que se crean. La existencia de Los Sotos y Bosques de Ribera demuestra que se trata de un error y sus tres tipos distintos de hábitats no hacen más que corroborarlo.
Estos entornos están formados por matorrales y tomillares, comunidades de linderos y bosques de galería que envuelven el río hasta casi cubrirlo por completo. La zona adquiere un aspecto selvático e inaccesible, totalmente antagónico a los parajes áridos que se encuentran unos cuantos kilómetros río abajo y que predominan en la mitad oriental de la Región de Murcia.
Este reducto de vegetación frondosa no se libró del grave desastre que en 1994 atravesó los municipios de Calasparra, Moratalla y Cieza de oeste a este. El incendio más importante al que los murcianos se han enfrentado nunca. Ocurrió un 4 de julio de 1994. Martín López, ingeniero técnico forestal del área de Uso público y Medio Ambiente de la administración murciana, ni siquiera había empezado sus estudios universitarios: “Tenía solo 18 años. Estaba a la espera de que me admitieran en la universidad para estudiar Ingeniería Técnica Forestal”.
Días de condiciones extremas
Su formación le llevó hasta su actual puesto. Aquellos cuatro o cinco días que duró el incendio López trabajó como voluntario “principalmente en logística. No nos permitían hacer más ya que el incendio era muy peligroso”, puntualiza.
Así lo atestigua Cabezas, que ya trabajaba como ingeniero forestal de espacios naturales y vivió el incendio aquel año. Reconoce que las llamas “tenían una voracidad tremenda. Era una nube de fuego capaz de saltar cortados de hasta 600 metros sin necesidad de que hubiera contacto físico. Fueron días en los que vivimos condiciones extremas”, recuerda.
Cabezas participó en las labores de extinción “en el frente de Cieza. Allí ni la antigua carretera nacional, ni la exploración de lo que hoy es la autovía ni la faja de limpieza que construimos sirvió para frenarlo. Aún así lo saltó”, explica.
Una pequeña parte del Bosque de Ribera de Cañaverosa se salvó de la quema. Se trata del entorno del Santuario de la Esperanza, un lugar de peregrinación importante en Murcia. Cabezas aclara que no se trató de una intervención divina y revela la explicación: “Al estar enclavado en una zona muy profunda, el fuego pasó por encima y no llegó a quemar esa parte”.
El frente recorrió más de 50 kilómetros y calcinó más de 28.000 hectáreas. “Pasados más de 15 años del incendio el Bosque de Ribera de Cañaverosa se ha regenerado casi por completo” apunta López.
La rápida regeneración es una de las características de este tipo de bosques, explica Cabezas: “Sus especies vuelven a brotar. Estar en la ribera hace que álamos y sauces se hayan restablecido mucho más rápido. Eso sí, para volver a ver el bosque que había tendrán que pasar 40 o 50 años”.
Pero las magníficas labores de regeneración, una inversión potente y una sensibilización por proteger los bosques murcianos, que no existía antes de la catástrofe, han hecho que los efectos del incendio se hayan minimizado.
“Cuatro años después del incendio empecé a trabajar en el servicio forestal justo en esa zona y vi como todo comenzaba a regenerarse”. Una satisfacción que Cabezas expresa con alivio. La historia de un ‘paraíso en mitad del desierto’ no podía tener un final mejor.
Biodiversidad murciana
La Reserva de Sotos y Bosque de Ribera de Cañaverosa se extiende a lo largo de 225 hectáreas en los municipios de Moratalla y Calasparra. El curso alto del río Segura, que aporta una función fertilizante, esculpe la geomorfología de una cuenca alrededor de la se expande el bosque.
En la seguridad del bosque también se esconden especies como el galápago leproso, el cangrejo de río y la libélula. Dentro de la reserva conviven diferentes especies de mamíferos y aves acuáticas, reptiles y anfibios aunque entre los verdaderos inquilinos del bosque de ribera destaca la nutria, cada vez más escasa en la Península Ibérica. Difícil de avistar en las zonas altas del río, la nutria prefiere ocultarse en el fondo de los barrancos como el Cañón de Almadenes, de cuatro kilómetros de longitud por el que discurre el río Segura 150 metros más abajo.
Los encargados de escoltar la ribera son pinos carrascos, orquídeas, acebuches, sabinas, enebros, coscojas, lirios, higueras, helechos y rosales silvestres. El lugar, con fuertes accidentes orográficos y cambios en el nivel del agua, no supone un problema para otras especies perfectamente adaptadas como chopos, álamos, sauces, cañas, fresnos, olmos, adelfas, zarzas y madreselvas.